27 de agosto,2020
Víctor M. Ruano P.
Diócesis de Jutiapa
Jutiapa
Pretender volver a la normalidad sería una tragedia y significaría no haber aprendido la lección; tampoco la “nueva normalidad” es deseable, si lo nuevo no apunta a lo “diferente”. El mayor desafío que tenemos es construir juntos, “una mejor normalidad.”
Presidencia del CELAM. El Consejo Episcopal Latinoamericano, (CELAM), un organismo de comunión eclesial para la animación pastoral que agrupa a las Conferencias Episcopales de cada país en América Latina, con sede en Bogotá, acaba de hacer “un llamado a la integración y a la cooperación regional en búsqueda de soluciones frente a la crisis por el COVID-19”, mediante una carta dirigida a los líderes y gobernantes de América Latina y El Caribe, publicada el pasado 21 de agosto, 2020.
Además, hacen un urgente llamado para que en unión a los pueblos de este gran continente y a la comunidad científica del mundo, se “construyan soluciones conjuntas” y eficientes para superar las enormes dificultades actuales que se suman a los problemas estructurales que por décadas agobian a nuestros pueblos: pobreza extrema y exclusión social, violencia institucional y criminal, injusticias sociales, corrupción e impunidad, desigualdad y discriminación.
La solución a estas problemáticas, se logrará si hay “voluntad política” de quienes dirigen estas naciones y dejan atrás, de una vez por todas, las dinámicas corruptas, clientelares y elitista con que gobiernan, incluso en tiempos de pandemia. Por eso los obispos se comprometen a orar, junto con sus comunidades eclesiales, para que sea Dios quien “inspire la inteligencia” de quienes gobiernan y de los lideres de la sociedad para responder a los enormes retos que hoy enfrentan nuestros países.
Los obispos en su misiva también sugirieron que esta actitud propositiva no solo se asuma en la solución de la problemática generada por el COVID-19, sino llaman a mirar hacia el futuro y los retos que deberá enfrentar el continente, “porque para la Iglesia el sueño de una “Patria Grande” latinoamericana y caribeña que viva a plenitud la integración, sigue latente”.
Poco a poco vamos llegando a la nueva situación después de “La Gran Pausa”, que algunos están llamando “la nueva normalidad” y todos anhelamos que, en verdad, sea “nueva”; otros prefieren llamarla “normalidad diferente”. Pues para que realmente llegue a “ser diferente”, los obispos de la presidencia del CELAM, piden que, ante todo, seamos capaces de aspirar y construir juntos “una mejor normalidad”, donde la justicia social y la custodia de la “Casa Común” o creación, sean algunos de los pilares fundamentales.
Ámbitos de esa “mejor normalidad”. Las relaciones interpersonales es el primer ámbito donde esa “mejor normalidad” se ha de construir, como resultado de lecciones aprendidas de esta pandemia y para el futuro. Nuestras conductas y relaciones interpersonales deberán estar impulsadas por la solidaridad y la cercanía, por la compasión y la fraternidad.
Quizá el egoísmo o el afán de satisfacer los intereses individuales han venido prevaleciendo en nuestras relaciones interpersonales, y nos hemos olvidado de los demás, haciendo crecer la indiferencia o la actitud aquella del “a mí qué me importa”, mientras no se metan conmigo, me tiene sin cuidado todo lo que pase en mi entorno social. Esto ha tenido sus consecuencias tremendas, pues hemos dejado el país en manos de líderes sin escrúpulos y con intereses espurios.
También esa “mejor normalidad” debe abarcar el mundo laboral, comenzando por crear un sistema económico capaz de generar trabajo para todos, justo y dignamente remunerado. Debe llegar, además, al mundo de la política, la educación, la cultura, el deporte, los negocios y todo aquello donde se proyecta la actividad del ser humano; a las Iglesias y su acción evangelizadora, a sus agentes de pastoral y todos los que tienen alguna responsabilidad eclesial en las comunidades.
Un pueblo unido y solidario. Anhelamos que esa “mejor normalidad” una en un mismo sentir nuestros corazones, porque solo unidos como pueblo, como sociedad, saldremos fuertes de esta crisis y seremos perseverantes. De las autoridades, en su mayoría, ya nos dimos cuenta que es poco lo que podemos esperar, porque su interés no es servir sino aprovechar la situación para afianzar sus intereses políticos y económicos. Mientras el pueblo “anda en la pena, ellos en la pepena”. Por ejemplo, “Donde está el dinero”, es la pregunta que aún no tiene respuesta convincente.
La “mejor normalidad” a la que aspiramos deberá estar impulsada por la dinámica del amor solidario. Como sabemos este es la norma más importante de Dios, no como una obligación sino como una realidad inherente a nuestra naturaleza humana, pues hemos sido creados para amar, esa es nuestra vocación. Si salimos de ese horizonte fracasamos como sociedad. Es la fuerza del amor la que nos sostiene en medio de la inestabilidad de este mundo provocada no solo por el coronavirus, sino por los problemas estructurales que tenemos.
Signos positivos. En medio de una realidad trágica y dolorosa como la que afrontamos, vamos encontrando signos de esperanza. Gracias a Dios y a los valores de nuestro pueblo, no todo es negativo. Por todas partes se está mostrando la capacidad de ser solidarios con los demás, de sacar lo mejor del corazón de cada uno. A diario vemos la entrega y el servicio de tantos profesionales de la salud y otros trabajadores que están cumpliendo con su trabajo de modo responsable y generoso. Ellos son nuestros héroes y defensores, quienes nos protegen y cuidan.
Creíamos que eran los ejércitos los que nos protegían, pues constatamos que no. Ni durante el conflicto armado interno lo hicieron. El Ejército con todos los privilegios que constitucionalmente tiene, solo ha servido para proteger a las élites dominantes de nuestro país. Ni siquiera su hospital han sido capaces de ponerlo al servicio de la población. El presupuesto nacional les asigna millonarias cantidades de dinero, mientras al sector salud solo migajas, que se las traga la voracidad de los corruptos y el negocio de las farmacéuticas en connivencia con los políticos de turno.
Conclusión. Entonces, recuperar la normalidad, es un suicidio. Aspirar a una “mejor normalidad”, es el más grande desafío, de todos, comenzando por los líderes de la sociedad y quienes gobiernan.Definitivamente hay que reorientar el rumbo anticipando el futuro que garantice esa “mejor normalidad”. La vida que llevábamos ya no será la misma. ¡Menos mal! Ojalá todo cambie y empecemos a forjar juntos un futuro diferente. Nos toca preparar el futuro, “anticipar el futuro”; no solo prepararnos para el mañana, sino trabajar para que sea digno del ser humano y de sociedades más justas y desarrolladas integralmente.
“Es tiempo para la esperanza, el futuro post pandemia nos pide crear, construir, soñar juntos una nueva sociedad, una renovada y nueva relación con la madre tierra y con los demás”. (Obispos guatemaltecos)