Víctor M. Ruano P.
Diócesis de Jutiapa
F4gt.com
Jutiapa, 22 de octubre, 2020
Vivimos en un país históricamente desigual, una desigualdad que se va ensanchando cada cuatro años como consecuencia de la gestión gubernamental cortoplacista, clientelista y corrupta. Propongo una aproximación a esta problemática estructural desde una perspectiva teológica.
Consecuencia del pecado
Abordar la desigualdad social desde la fe, es afirmar de entrada que esta realidad tan escandalosa y muy dolorosa es consecuencia del pecado personal, social y estructural, puesto que el pecado, en cualquiera de sus formas, es ruptura consigo mismo, con los demás, con la creación y con Dios.
Esta ruptura abre camino al desorden social que se refleja en la violencia, en la injusticia, en la opresión, en la impunidad, en la corrupción…, realidades en la que se mueven de muchas maneras, hasta institucionalmente, unos pocos, que son aquellos que ejercen poder político y económico, sobre los demás, que son la inmensa mayoría.
Luego, esas realidades se concretan y expresan en sistemas político-económicos corruptos, injustos, elitistas que ahondan la desigualdad social, haciendo que sistemáticamente pocos tengan mucho y muchos no tengan nada, como constatamos en el mundo de hoy y en nuestro país, evidenciando esa lacerante desigualdad que se visibiliza en el sector femenino, en la condición de vida de los pueblos originarios y de los pueblos campesinos, de los migrantes, entre otros.
Entonces desde la fe, el pecado es la causa de la desigualdad social rompiendo el orden querido por Dios.
La fe, más que un dogma
La fe nos ilumina el camino para superar toda forma de desigualdad que atente contra la dignidad humana, impulsándonos a construir igualdad, fraternidad y amistad.
Pero la fe, más que una doctrina o un dogma, es encuentro personal y eclesial con Jesús, que conduce al creyente a asumir su mismo estilo, sus valores y su conducta, que no solo aporta sentido a la vida del ser humano, sino que lo orienta para favorecer una incidencia constructiva en el entorno social, mostrando una fe madura, adulta, crítica y liberadora.
Solo la experiencia de encuentro con Jesús abre a la experiencia de un Dios que es Padre de todos y abre al dinamismo del Espíritu que actúa en todos, hasta en la creación, haciéndonos participes de la familia trinitaria, donde las relaciones son de igualdad en la dinámica del amor, porque Dios es amor.
“La fraternidad y la amistad social”
Entonces, una comunidad humana y una comunidad de fe, es una comunidad que está llamada a ser espacio de fraternidad y de amistad, como se plantea con toda claridad en la reciente encíclica social del papa Francisco, Fratelli tutti, que es todo un canto a la igualdad, en la medida en que los seres humanos sean hermanos.
En esta encíclica el Papa se sintió estimulado por el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, un líder musulmán con quien se encontró en Abu Dabi, en febrero del año pasado, para recordar que
En ese país árabe, ambos líderes firmaron un importante documento, sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común, para estrechar los lazos de Amistad y Fraternidad con el mundo musulmán, pero que ahora mediante esta tercera encíclica lo propone al mundo entero, como paradigma que “muestra nuevos caminos de humanización de la vida, a través de la fraternidad y la amistad social”, según la presidencia del CELAM. (P. /No. 0155 de 2020). También como oportunidad para construir un mundo diferente, esto es más igualitario y fraterno, después de la crisis de la COVID-19.
La propuesta del papa Francisco a la humanidad de hoy, según los directivos del CELAM, es un llamado “a construir una vida con “sabor a Evangelio”, con sencillez y alegría, como hermanos de los pobres y de la naturaleza; nos convoca también a comunicar el amor gratuito de Dios sin imponer doctrinas, saliendo al encuentro del otro. «Nos enseña que así abriremos paso a la fraternidad y a la amistad social, promoviendo la dignidad, deberes y derechos”. (Ibid. CELAM)
La propuesta de Jesús de Nazaret
Desde la conducta histórica de Jesús que contemplamos en las páginas del Evangelio descubrimos que su misión al servicio del reino apuntaba a forjar una sociedad fraterna, solidaria e igualitaria desde su firme compromiso con los pobres.
Desde esta clave del Reino como llamada a la igualdad entre todos los seres humanos, situándonos desde el mundo de los pobres, podemos leer, contemplar y asumir la buena noticia de Jesús que encontramos en los evangelios y que deben ser la inspiración para la vida de los discípulos de Jesús en la superación de toda forma de desigualdad y en la construcción de una sociedad más igualitaria y fraterna en la que no haya seres humanos de segunda, ni descartados ni excluidos, ni mucho menos tirados en las cunetas de los caminos, heridos y medio muertos, y que nosotros pasemos de largo, como se evidencia en la parábola del buen samaritano. (Lucas 10, 25-37).
Aquí se impone un imperativo ético y evangélico, que es el amor: “al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá«, ha dicho el papa Francisco. Porque es el «amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. […] Amor que sabe de compasión y de dignidad» (Ft 62).
Conclusión
Aspiramos a vivir en una Guatemala más igualitaria, donde las oportunidades de desarrollo humano y social alcancen a todos. Esto requiere un proyecto de nación que involucre e integre a todos los pueblos y sus culturas en el marco de un solido sistema democrático participativo e incluyente que tenga como pilar fundamental la justicia, como horizonte la libertad política y económica de los pueblos y como marco contextual un ejercicio del poder desde lo local hasta lo nacional que impulse las transformaciones profundas que el país necesita y que han sido históricamente postergadas.