Ilustración Portada: Gargalo.
Por Manuel Chocano Estrada
En 2008 gracias a una burbuja bursátil desatada por la avaricia de la industria financiera, Estados Unidos estuvo al borde del colapso. Desde el gobierno republicano de Ronald Reagan las regulaciones estatales y auditorías a la industria financiera habían casi desaparecido. Muchos de los profesores universitarios y de las agencias que miden el riesgo de la bolsa son financiadas desde la misma industria financiera creando un conflicto de intereses.
Catedráticos de Harvard recibían una porción alta de ingresos trabajando como asesores y oradores, dentro de la industria financiera, garantizando que en las universidades más importantes de Estados Unidos se enseñara la desregularización como un dogma. El gobierno de Obama que había llegado como un crisol en el mundo, luego del oscurantismo de las administraciones republicanas de Bush, tenía que decidir cómo salvar a EE.UU.
En el siglo pasado, durante la década de los años 30, Roosevelt presidente demócrata como Obama, había decidido rescatar a su país con medidas económicas que favorecieran a las mayorías. Pero Obama decidió salvar a la industria financiera con una inyección proveniente del Estado, mientras cientos de miles de estadounidenses perdían sus hogares y empleos por la crisis, la clase política decidía darle la espalda a la clase media y trabajadora.
*este artículo está dividido en esta misma publicación en 2/ Parte 1 : El ascenso, Parte 2: La caída
De esa coyuntura surge una línea dura del lado republicano que buscaba llevar el Estado al mínimo, empoderando a grupos conservadores como la Asociación Nacional del Rifle, agrupaciones protestantes, senadores y congresistas, que veían con beneplácito, por ejemplo, una posible privatización de la educación pública. Esta línea dura a pesar de la caída del sistema, había decidido apostar a un nacionalismo al que se veía ahora fraccionado gracias a la lucha reivindicativa de minorías étnicas y LGTBIQ.
Son justamente las organizaciones ultraconservadoras las que inician la propagación en esta época, de la teoría de la conspiración del Marxismo Cultural, como un recurso argumentativo para afirmar que el sistema occidental, sus valores y características están en riesgo ante la reivindicación de los derechos de algunos grupos raciales minoritarios. Este discurso ha sido útil para disfrazar a políticos, comunicadores de defensores de la democracia y desde diferentes espacios atacar a grupos feministas, grupos de derechos de afroamericanos, grupos por los derechos de migrantes entre tantos otros.
Jérôme Jamin, filósofo y profesor de ciencias políticas, ha declarado: «junto a la dimensión global de la teoría conspirativa del marxismo cultural, existe una dimensión innovadora y original que permite a sus autores evitar los discursos racistas y pretender ser defensores de la democracia». Es bastante evidente que la característica de la teoría conspirativa ha sido aplicada en Guatemala usando como objetivos a activistas de derechos humanos y organizaciones sociales.
La candidatura de Donald Trump se consideraba como algo casi cómico en la política de Estados Unidos. Sin embargo, Trump ganó la opción a ser presidente gracias a su agresividad ante sus rivales y al posicionarse como un candidato antisistema. El magnate se aprovechó de un número de la población descontenta y decepcionada que abrasaba el concepto de que Estados Unidos debía recuperar la grandeza que alguna vez tuvo. Votar por Trump para muchas de estas personas significaba derrotar al “Marxismo cultural” para recuperar el país que les había sido arrebatado por las minorías, negros, latinos , musulmanes, los liberales y los migrantes indocumentados.
Así que en 2016, Donald Trump llegaba a la presidencia con un discurso que replicaba en alguna medida, teorías conspiranoicas que eran la moda en las redes sociales. Trump buscó aliados en el ala de la derecha radical republicana y desde ahí encontró apoyo a su lucha contra los medios de comunicación tradicionales, con quienes sostendría un pulso durante toda su administración.
El odio y la violencia
Lo que muchos medios de comunicación han callado frente al poder de Trump y toda la parafernalia de seguidores es que este se ha sostenido, desde que fuera candidato, gracias al apoyo de la derecha extremista. Una derecha que paradójicamente no se ha considerado como un riesgo real en Estados Unidos pero que ha demostrado violencia, racismo y muerte, ascenso paralelo al poder de Trump.
“El Efecto Trump” le empezaron a llamar en Estados Unidos; la violencia se había disparado desde la toma de posesión del magnate republicano en 2016. Violencia relacionada a raza, a color, algo normal, si el presidente se permitía dar rienda suelta a su evidente racismo y su intolerancia. Según las cifras publicadas por el Centro de estudios sobre el odio y el extremismo, en 2019 se denunciaron en total 7,314 delitos de odio, frente a los 7,120 de 2018. El informe anual del FBI define los delitos de odio como aquellos motivados por prejuicios basados en la raza, religión u orientación sexual de una persona, entre otras categorías.
Durante años la derecha mundial a disfrazado sus excesos culpando al populismo, al socialismo, las minorías a los grupos ciudadanos organizados. Las sociedades han permitido que símbolos de odio vuelvan a las calles bajo el pretexto de libertad de expresión. En Estados Unidos, mientras Trump se afianzaba en el poder las demostraciones de supremacistas blancos, grupos de ultraderecha, ultraconservadores religiosos e incluso el Klu Kux Klan renacían de sus cenizas para recordarle al mundo que Estados Unidos no es el país excepcional como sus fundadores pretendían, no, las cruces han vuelto a arder. Hace cuatro años, los crímenes de odio dejaban un saldo de 22 muertos en Texas, el asesino era parte de un grupo de ultraderecha que denunciaba la “invasión” de hispanos a Estados Unidos.
2017: se realizó la llamada manifestación de Charlestonville, la cual tenía la intención de unificar el movimiento nacionalista blanco en los Estados Unidos. Los manifestantes incluyeron supremacistas blancos, nacionalistas blancos, neoconfederados, miembros del Klan, neonazis y varias milicias. Los manifestantes corearon lemas racistas y antisemitas, llevaban rifles semiautomáticos, esvásticas, banderas de batalla confederadas y pancartas antimusulmanas y antisemitas. Durante los hechos hubo muertos y heridos de contramanifestantes que se oponían a los grupos supremacistas. Muchos de los manifestantes de la supremacía blanca tenían nexos directos e indirectos con Bannon lo cual le costó el cargo como miembro del Consejo de Seguridad y asesor de Trump. Steve Bannon se convirtió en asesor cercano de Trump y miembro del Consejo de Seguridad Nacional. Bannon, dueño de un medio de comunicación llamado Breibart News un medio ligado a nacionalistas, supremacistas y milicias blancas.
El 28 de junio de 2018 en la ciudad de Annapolis 5 trabajadores de un periódico eran asesinados adentro de las instalaciones del medio de comunicación. Los asesinatos eran llevados a cabo en un contexto donde Trump acusaba a los periodistas de emitir noticias falsas (fake news) acusándolos de conspirar contra su presidencia.
3 de agosto de 2019 Patrick Wood Crusius asesinó con un rifle de asalto a 23 personas en su mayoría hispanos, quienes fueron asesinados a tiros por un supremacista blanco, quien previó el ataque publicando un manifiesto racista en contra de los latinos en redes sociales, el cual describía una “invasión latina de Texas.” El asesino manejó 9 horas para llevar a cabo la masacre. El gobierno de Trump se negó a afirmar que la masacre era un acto terrorista pese a ser un crimen de odio dirigido específicamente hacia los latinos en una ciudad fronteriza con México. La Unión Europea y el Gobierno mexicano a diferencia del gobierno estadounidense calificaron el crimen como un atentado terrorista.
Llegó la temporada de reelección con un Trump salvado del juicio político por los pelos. Un presidente que salía de un escándalo político para meterse en otro peor. Aconsejado por sus asesores inició una actitud de beligerancia con China en un pulso político y económico que no sería capaz de mantener ni sostener, el gigante asiático se había convertido en el mayor consumidor de productos estadounidenses, varios empresarios pedían al presidente no llegar a una situación límite con China. Las sugerencias parecían estar dirigidas en reforzar la figura como un líder fuerte y poderoso, esto lo hizo continuar con la pugna con China en otros campos como la COVID-19. Al inicio de la pandemia el presidente Trump la calificaba como un accidente que jamás llegaría a Estados Unidos; cuando llegó, ocasionó una crisis de salud sin antecedentes, en lugar de tomar la responsabilidad decidió echarle la culpa a China y a la Organización Mundial de la Salud por ocultar información.
*Parte 2: La caída.
La Caída.
Mayo de 2020, George Floyd, un ciudadano afroamericano fue asesinado luego de ser arrestado por la policía de Mineápolis. Floyd fue inmovilizado en el suelo siendo aplastado por el cuello y presionado por un total de 3 policías. Durante 8 minutos con 46 segundos, George imploró por su vida, llegando a decir 11 veces «No puedo respirar!»
Este acto inició una serie de movilizaciones sociales en todo Estados Unidos por la violencia policial, el tema sería prioritario en la campaña electoral de noviembre.
La actitud del presidente Trump ante las protestas no podía ser más cercana a los supremacistas blancos. Primero tuiteó el eslogan “Ley y Orden” frase con la que Nixon ganó las elecciones del ´69 Luego tuiteó “when the looting starts, the shooting starts” (“cuando empiezan los saqueos, empiezan los disparos”), una frase acuñada por Walter Headly –un jefe de policía de Miami conocido por su violencia hacia personas afrodescendientes en 1967. Posteriormente, amenazó con movilizar al ejército. A continuación, el mandatario anunció que iba a dar la orden de que se investigara al heterogéneo movimiento antifascista como una organización terrorista y en una rueda de prensa afirmó que el país estaba siendo atacado.
Días después debido a la protesta, el Presidente debió ser llevado al bunker de la casa blanca, para salir la siguiente mañana a visitar una iglesia con la biblia en mano. Tanto Trump como la derecha radical coincidían con su discurso en contra de las manifestaciones y la criminalización de los manifestantes. La coyuntura se le había venido encima justo en la temporada electoral que decidiría el destino de Estados Unidos los próximos 4 años o continuidad o cambio, toda la crisis social, y el pésimo manejo de la administración republicana a la pandemia había debilitado fuertemente al presidente en las encuestas que planteaban un escenario donde la victoria estaba cada vez más cuesta arriba.
En agosto del año pasado Trump ya hablaba de los “Riesgos del voto por correo” ya que podía facilitar un fraude y convertir a Estados Unidos en un hazmerreir a nivel mundial. Para muchos analistas esto fue una maniobra distractora en un primer momento, aunque luego, sería obvio que la maniobra iba dirigida a cuestionar el voto a distancia ya que esta era la forma más utilizada de ejercer el voto por parte de los votantes demócratas.
Cuando un día después de las elecciones Biden repuntó para tomar una ventaja definitiva, Trump se declaró ganador, puso en duda el resultado de las elecciones afirmando que había sucedido un fraude nacional para que el candidato demócrata fuera el ganador. Desde la Casa Blanca ordenó la impugnación de la victoria demócrata en varios Estados, haciendo declaraciones polémicas en redes sociales que le costarían suspensión y la creación en twitter de un cintillo donde se informaba que las afirmaciones no eran probadas y tenían una fuente dudosa.
Desde hace dos meses la actitud del aún presidente ha ido en la línea de poner en duda los resultados. La mayoría republicana que lo había apoyado en el juicio político aún no lo abandonaba y exigían el recuento de todos los votos. Rudolph Giuliani su abogado y exgobernador de Nueva York encabezaba una ofensiva legal que buscaba anular los resultados electorales, en una escena bizarra en medio de la transpiración, el tinte de pelo de Giuliani se corría llegando a las mejillas de jurista, en el mismo día que los medios de comunicación importantes proyectaban como ganador a Biden.
Lo que ha pasado después ha sido dantesco, Trump se opuso a articular un equipo de transición que trabajara de la mano con el equipo de Biden y continuó cuestionando los resultados electorales sin presentar una sola prueba. Desde los medios de comunicación, incluyendo sus antiguos aliados de FOX News, se declaraba a Biden como ganador ante el berrinche del Presidente.
Con el paso de los días y mientras se acercaba la confirmación de parte del Colegio Electoral de la elección de Biden, Trump seguía reclamando fraude. Para entonces algunos líderes republicanos en el Senado y el Congreso le soltaban la mano para abandonarlo, dejándolo aparentemente solo en su empeño de prevalecer en la presidencia.
6 de enero de 2021. Grupos de extrema derecha habían realizado una convocatoria a manifestarse en Washington, donde harían presencia supremacistas blancos, milicianos, miembros de agrupaciones en contra de los derechos civiles, organizaciones antifeministas, entre otra fauna de la extrema derecha que hacía presencia en la colina del Capitolio, el cual estaba protegido por una escueta seguridad que minutos más tarde sería desbordada, dando como resultado una turba alimentada por los mensajes de Trump y por la previsión que alrededor de 15 senadores impugnarían la confirmación de Biden como Presidente electo, planteándose la posibilidad de que el mismo Vicepresidente Mike Pence pudiese poner en duda la elección.
[ngg src=»galleries» ids=»2″ display=»basic_slideshow» autoplay=»0″ arrows=»1″]En mayo la Guardia Nacional había sido movilizada en números sin precedentes ante las manifestaciones de Black Lives Matter, pero para enfrentar milicianos armados hasta los dientes era una fuerza de la policía metropolitana de Washington. La turba sobrepasó a la policía y se fueron colando al edificio símbolo de la democracia estadounidense. Las cámaras de seguridad captaron a un agente de policía afroamericano subiendo tres niveles del edificio tratando de evitar, él solo, que los manifestantes llegaran a la sala donde el debate se estaba llevando a cabo.
El Vicepresidente Pence, la Jefa democrata Pelos y otros senadores, tuvieron que ser evacuados por el Servicio Secreto a un lugar seguro mientras que los seguidores de Trump forzaban las oficinas, vandalizaban el edificio del Senado y recorrían sus corredores con la bandera confederada símbolo de la supremacía blanca, fetiche utilizado por el Klu Kux Klan en asesinatos de afroamericanos que ahora recorría impune el recinto representativo de la democracia. Afuera del edificio los manifestantes ya habían atacado y acosado a periodistas destruyendo su equipo de trabajo. Cámaras, trípodes, microfónos, monitores, yacían destruidos en una pila de intolerancia que hacia recordar la quema de libros por parte de las camisas pardas nazis, “nuestra verdad es absoluta” decían en ese entonces los nazis fascistas destruyendo los libros de texto universitarios.
El desenlace ha sido que Trump sea condenado por casi todos los ámbitos de la sociedad de EE.UU. quienes pidieron al Vicepresidente Pence que invocara la vigésimo quinta enmienda para remover al magnate de la presidencia.
Pero más allá de Trump, está lo que este representa, un renacer de la extrema derecha, de sus símbolos, de sus acciones e intolerancia, su pensamiento regresivo. Desde que Hitler fue derrotado se pensó que el fascismo no regresaría, que estaba muerto, enterrado debajo de la democracia, olvidado en la tumba de la razón y la modernidad. La realidad es que el fascismo siempre ha estado vivo, escondido entre la frustración, el miedo a la diversidad, el militarismo y las ideas nacionalistas. Algo siempre presente en un Estados Unidos donde las teorías de la conspiración han llevado a una nueva era dorada de los extremistas de la derecha.
Existirá una necesidad de los mismos políticos norteamericanos en insistir que Trump ha sido un accidente, pero recordemos todo lo que ha removido, quizá se haya derrotado al hombre más no al símbolo, un símbolo que ha sido enarbolado por personas que creen ser superiores a otras por su color de piel, que creen que hay una conspiración mundial para que se les considere iguales a miembros de otros grupos étnicos entre otras ideas extremistas. La pregunta que el mundo debe hacerse es si derrotando a Donald Trump se ha derrotado al extremismo en Estados Unidos, o si los grupos de ultraderecha seguirán creciendo para volvernos a arrastrar a escenarios de terror.
La derecha quizá siga negando que existe un extremismo dentro de su ideología, extremo que es todo lo contrario al ideal democrático, seguirán afirmando que Hitler era de izquierdas para quitarse a sí mismos la responsabilidad de llevar a gente como Trump al poder. La derecha extrema ha construido una postverdad a través de culpar a la izquierda de sus propias responsabilidades históricas como el fascismo. Han pretendido estar de un lado virtuoso, inexistente en política, donde los principios y Dios deben marcar el futuro de naciones y pueblos imponiéndose por la fuerza de ser necesario.
El próximo Trump solo es cuestión de tiempo.
“Todo ha cambiado, pero nada está cambiando” /Robert Ludlum.