Por Carmen Petrona Ajcuc Tepeu
Administradora Pública
Desde San Pedro Sacatepéquez
Con el pasar de los días, donde vivo, la mayoría de negocios, ha vuelto a la “nueva normalidad”, pero esta “normalidad” al parecer tiene varias realidades, eso pienso mientras estoy afuera del mercado viendo una gran cantidad de personas acompañadas de sus hijos e hijas, de todas las edades, ancianos, ancianas, vehículos circulando con placas par e impar y algunos sin placa.
Por un momento siento que solo mi familia y yo estamos cumpliendo el distanciamiento social, que somos muy exagerados o que quizá hayamos entrado en un momento de histeria. Es necesario que estemos encerrados ¿o podemos salir y comprarnos un helado al igual que la señora que pasa frente a mi y le baja la mascarilla a su hija pequeña para que pueda comerse su helado?.
Escucho al señor que vende un diario de circulación, anunciando que los hospitales están colapsados, que varios médicos han fallecido y que la cantidad de contagios se ha incrementado. Eso me hace pensar en la realidad de los hospitales, en los médicos y enfermeras, que están tratando de hacer su trabajo sin ninguna protección, exponiendo su vida, recuerdo que hay muchas personas que sí trabajan por vocación, que aún hay seres humanos que piensan en los demás, antes que en ellos mismos.
Vuelvo a ver a mi alrededor y me sigue asombrando la cantidad de personas circulando, sobre todo los niños y niñas. Se acerca un conocido a saludarme y me dice que está preocupado, que al parecer en el pueblo muchos no toman las cosas en serio, como si fueran inmunes al virus. Quiere intentar hablar con las autoridades, para ver si logra que de alguna manera, se pueda controlar la cantidad de personas que están en la calle.
Conozco a varios vecinos que han pasado ya la cuarentena o la están iniciando, y recuerdo a los que ya fallecieron por el virus. Cuando alguien muere se hacen varios rituales para despedir el cuerpo: la familia más cercana viste al difunto, en ocasiones antes de morir, algunas personas piden su vestimenta, a los hombres se les pone un pequeño morral de maguey, dentro del morral va un tecomate, un yagual rojo con 14 cacaos y dentro de la bolsa del pantalón o del saco, 14 cacaos más; a las mujeres se le pone una pequeña canasta con un peine, una servilleta roja, un yagual rojo y trastes pequeños, además de los cacaos, entre otros rituales.
Se vela el cuerpo en la casa del difunto, a donde llegan familiares, amigos y vecinos con azúcar, café, atoles, flores etc. para la familia cercana; se hacen rezos, se encienden candelas, veladoras y pom; el cortejo fúnebre es acompañado en su recorrido por varias personas. Todos estos rituales que forman parte del duelo, nos ayudan a cerrar ciclos, aunque ahora no se han podido llevar a cabo.
Se repiten en mi mente las palabras de uno de los sobrevivientes de COVID-19, quien fue recibido con cohetes y aplausos al regresar del Hospital de Villa Nueva: “Este problema es serio, hay que tener siempre la precaución porque la enfermedad es dura, causa la muerte…”
Al regresar a casa, empezamos a desinfectar todo lo que hayamos comprado y las niñas saben que no pueden acercarse hasta que terminemos, tenemos nuevas rutinas y seguiremos cumpliendo con el distanciamiento, no salimos de casa, no iremos a visitar a nadie y no recibimos visitas. Solo nos queda tratar de no contagiarnos.