En estos días tan convulsos, cuando el mundo se encuentra en una de las más grandes encrucijadas del siglo XXI, se descubre que la vida siempre pende de un hilo. No tenemos nada garantizado, y lo que hoy parece seguro y confiable, mañana tan solo puede ser una ilusión, un suspiro, algo como el aleteo de una mariposa.
Se observa a quienes, en este momento, tienen una gran responsabilidad con la vida. Por un lado, los políticos con el poder que da el estar en las distintas instituciones del Estado, manejando millonarias cantidades de dinero, teniendo en sus manos la decisión de hacer las cosas bien, o mal. Tienen ese poder, ese derecho, que les da el ser funcionarios del gobierno.
En el otro aspecto de la reflexión: los médicos, junto a todo el personal de salud. Esa gente que muchos tildan de héroes porque sin mayores recursos, se han convertido en la primera frontera de una pandemia que se los está llevando por delante. Mujeres y hombres que trabajan en hospitales públicos y privados, han visto como la peor de las pesadillas que atormenta sus noches de insomnio, se hicieron realidad de un momento a otro. Atender a contagiados del coronavirus sin tener las herramientas necesarias para salvar una vida, es algo que les traspasa la conciencia. Aunque se diga una y mil veces que los médicos son profesionales que se meten en una coraza para no sentir el dolor ajeno, esto es algo que bajo ningún punto de vista, es una regla. Antes que médicos, son seres humanos. Todo el personal de salud, por más insensible que se crea, termina afectados por lo que ocurre en su entorno.
Esta pandemia no es algo común que se vea todos los días en los hospitales. Es una enfermedad que no tiene medicamentos precisos que alivien los síntomas y sane al paciente. No hay nada que la pueda combatir de manera eficiente y rápida. El Covid-19 cambió el paradigma de que la medicina al servicio de la humanidad, puede con todo o casi todo.
Primero fue China, después España e Italia. Luego Estados Unidos y América Latina. Las escenas de hospitales colapsados, de miles de contagiados y millares de muertos, impactó la vida de millones de personas alrededor del mundo. Y este virus se llevó por delante a cientos de trabajadores de la salud. Tan solo en España, al menos 12.300 sanitarios resultaron contagiados (alrededor del 15% de la cifra total de casos). Varios de ellos, murieron; es esto lo que más preocupa en un país como Guatemala.
El número de médicos que trabaja en el sector de salud pública, es una cantidad muy pequeña en relación al número de habitantes. Un médico por cada mil habitantes. Menos de 20,000 camas en el sector salud, para una población de 17 millones de habitantes, más o menos.
¿Qué pueden hacer los trabajadores sanitarios de Guatemala ante esta pandemia? Muy poco sino se les dota de equipo para no contagiarse. Aquí lo que se ve es la desprotección de los que luchan en primera línea contra el virus. No hay organización, prevención y protección para el personal de salud: falta de mascarillas adecuadas, sin gafas protectoras, ni guantes, tampoco batas especiales. Así van a la batalla aquellos que son la primera línea frente al virus. Ante la pandemia, como ha ocurrido en otros países, todos los hospitales se podrán desbordar y los médicos que trabajan en el área de salud nacional, podrían contagiarse. Incluso, muchos trabajadores de hospitales, en el área de mantenimiento, han aparecido en fotografías cubiertos, para protegerse, de bolsas de basura.
Ante este panorama, los políticos siguen mostrando un gran desinterés, porque se hacen los locos ante la realidad de que somos un país donde la grave desigualdad social hace que se complique mucho más el combate contra el Covid-19. Durante décadas, esos políticos dejaron de lado el saneamiento básico en todo el país, porque lo han despreciado y se han rendido a las exigencias de los sindicatos de Salud, olvidando que el fin principal es la salud de los guatemaltecos. Eso, era lo más preciado. Su gran compromiso.
Los políticos guatemaltecos son los responsables de los hospitales sin insumos, desabastecidos. De centros de salud sin medicinas, ni atención médica suficiente, menos inmediata. Basta con ver el Centro de Salud en Ixcán, Quiché, que refleja la fotografía general del país. La dirigencia del Estado jamás se preocupó por mejorar el sistema hospitalario nacional. Y los millones de quetzales de los presupuestos de Salud, en las últimas cinco décadas (sino más), fueron a parar a los bolsillos de los ministros y de los diputados que hicieron negocios con la salud.
Cuando se haga el recuento de los daños, ojalá no se olvide que los responsables de tanta desgracia estuvieron en el Palacio Nacional, el Congreso y en decenas de alcaldías que poco les importó la salud de su gente. Solo los buscaron para el voto, pero no para solucionar sus necesidades más urgentes.
Los médicos guatemaltecos se enfrentan a una de las luchas más grandes de su vida. Y lo hacen sin mayores recursos, pero eso sí, cumpliendo a cabalidad el Juramento Hipocrático:
“Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Higías y Panacea y pongo por testigos a todos los dioses y diosas, de que he de observar el siguiente juramento, que me obligo a cumplir en cuanto ofrezco, poniendo en tal empeño todas mis fuerzas y mi inteligencia.
Tributaré a mi maestro de Medicina el mismo respeto que a los autores de mis días, partiré con ellos mi fortuna y los socorreré si lo necesitaren; trataré a sus hijos como a mis hermanos y si quieren aprender la ciencia, se la enseñaré desinteresadamente y sin ningún género de recompensa.
Instruiré con preceptos, lecciones orales y demás modos de enseñanza a mis hijos, a los de mi maestro y a los discípulos que se me unan bajo el convenio y juramento que determine la ley médica, y a nadie más.
Estableceré el régimen de los enfermos de la manera que les sea más provechosa según mis facultades y a mi entender, evitando todo mal y toda injusticia.
No accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante; me abstendré de aplicar a las mujeres pesarios abortivos. Pasaré mi vida y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza. No ejecutaré la talla, dejando tal operación a los que se dedican a practicarla.
En cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que el bien de los enfermos; mi libraré de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitaré sobre todo la seducción de mujeres u hombres, libres o esclavos.
Guardaré secreto sobre lo que oiga y vea en la sociedad por razón de mi ejercicio y que no sea indispensable divulgar, sea o no del dominio de mi profesión, considerando como un deber el ser discreto en tales casos.
Si observo con fidelidad este juramento, séame concedido gozar felizmente mi vida y mi profesión, honrado siempre entre los hombres; si lo quebranto y soy perjuro, caiga sobre mí la suerte contraria.”
Lástima que la actitud de amor hacia su profesión y sus pacientes en la lucha contra el coronavirus, no será suficiente, si no se les provee y cuida desde el Estado.