Por Haroldo Sánchez
Salieron de su país en busca del sueño americano. Atravesaron fronteras, ríos, montañas, caminos agrestes y el desierto. Se enfrentaron a decenas de peligros, no solo de la naturaleza, sino también del hombre, el gran depredador. Empieza todo con el coyote, que los explota y estafa, luego la policía mexicana y sus constantes abusos y violaciones a los derechos humanos, debieron sortear a narcotraficantes, contrabandistas y los que se dedican al comercio sexual, a la trata de personas.Los que lograron llegar, dejaron la vida y la salud; trabajaron en oficios que los mismos estadounidenses no querían. En el campo. La ciudad. Las viviendas. El migrante guatemalteco, se insertó en todo lo que le permitía ganar dinero de manera honrada y digna, que luego lo enviaba como remesas a sus familias.
Los migrantes guatemaltecos, hombres y mujeres, lograron ser contratados en fábricas, talleres, fincas agrícolas. Una cantidad considerable de mujeres se convirtieron en empleadas domésticas, otras se pusieron a cuidan niños ajenos. Con el paso de los años, fueron miles los que lograron asentarse en suelo estadounidense y más de uno se atrevió a poner su propio negocio.Los guatemaltecos lograron obtener el reconocimiento en la sociedad estadounidense, por ser, en su gran mayoría, personas honradas, trabajadoras y muy responsables. Jamás quedaban mal. No ponían peros a sus obligaciones, y siempre daban lo mejor de sí mismos.
Fueron los años dorados que permitieron a los gobiernos de Centroamérica, sobre todo el de Guatemala y El Salvador, vivir de los millones de dólares que entraban a estos países producto de las remesas familiares. Fueron miles los que, con el paso de los años, lograron obtener sus papeles de residencia, aunque otros no se preocuparon y siguieron de forma normal sus vidas, sin legalizar su estadía en ese país. En Guatemala, las comunidades que le dieron altos números a la migración, vieron llegar la prosperidad entre sus habitantes. Los dólares fluían de esos trabajadores que dejaron su casa, su familia para irse a Estados Unidos, con el sueño de sacar adelante a su gente.Era vivir el sueño americano en todo su esplendor. Pero un día, llegó el duro despertar. Empezó con el gobierno del demócrata Barack Obama, cuando dio inició la persecución: se endureció la política migratorio y se dieron las primeras deportaciones masivas.
Con la llegada del republicano Donald Trump, aquel sueño de millones de personas, se tornó en una verdadera pesadilla. De la noche a la mañana, toco cambió. Llegaron las redadas y después las deportaciones, que fraccionaron a miles de familias; la mayoría de ellas afincadas con hijos que nacieron allá, se educaron como ciudadanos, su idioma era el local, y no conocían más que la vida en Estados Unidos.El gobierno del mal recordado Jimmy Morales, quien en su momento le sacó miles de dólares a los migrantes para su campaña electoral, decidió rendirle pleitesía a Trump y aceptó que Guatemala fuera el Tercer País Seguro. Con ello le abrió la puerta de par en par, a las decisiones de la Casa Blanca para echar sin miramientos a todos los que no tenían papeles de residencia, y enviarlos de regreso, sin importar que hubieran dejado su vida trabajando para esa sociedad.
Hogares destrozados. Familias divididas. Políticas duras y sin contemplaciones en contra de los migrantes sin papeles. No importaba género, menos la edad. En la frontera entre Estados Unidos y México, el ejército implementó medidas draconianas que permitían incluso detener por la fuerza de las armas a quien osara atravesar la frontera de manera ilegal. Y se permitió que incluso, grupos de civiles armados detuvieran con violencia a los indocumentados. Crecieron los centros de detención para adultos y los albergues para niños. Se dividió a los padres de los hijos y se crearon verdaderas cárceles donde los más pequeños quedaban desprotegidos. Se instalaron centros de detención en pleno desierto. El mensaje era claro: quien llegara sin visa, sería detenido y luego expulsado. Eso sí, los hijos se quedarían. Era el gran castigo del coloso de América.Los aviones con deportados se convirtieron en una situación rutinaria en Guatemala, ocasionada por la administración Trump. Han sido miles los retornados al país. Un país donde les esperaba la misma pobreza que les había obligado a irse a buscar una vida mejor.
Ahora, a toda esa pesadilla, se agrega la pandemia del coronavirus. Estados Unidos es el país con más infectados. Con más problemas para enfrentar este virus. El número de muertos supera a los de China, España e Italia. Y en medio de esta crisis, se encuentran los migrantes, encerrados en centros de detención y albergue, expuestos al virus, sin ningún funcionario nacional que los socorra, les apoye, les ayude.Los migrantes guatemaltecos sin documentos legales, que se encuentran aún en algunos Estados, están solos ante la enfermedad. Encerrados. Aislados. Escondidos. No pueden buscar ayuda médica, porque no tienen derecho a ello. No tienen seguro social. Están solos ante el peligro.Y los que han sido deportados, o ellos mismos han decidido retornar a sus comunidades, se encuentran con el rechazo y la amenaza de su propia gente. Esa que vivió de sus remesas y que se aprovechó de la circulación de dólares y quetzales en la comunidad. Negocios que crecieron con la llegada cada mes de esas remesas que circulaban en el pueblo y que pasaban de mano en mano.
Es algo injusto lo que están viviendo estos guatemaltecos, que eran los héroes de sus vecinos, y ahora, cuando necesitan retornar a su lugar de origen, solo su familia les da la bienvenida.El migrante está solo. No cuenta con el gobierno, menos con el ministerio de Relaciones Exteriores, desbordados por una crisis que no previeron, a pesar de todas las alarmas encendidas. En este momento, nadie sabe con exactitud, ni siquiera los funcionarios del gobierno, cuántos guatemaltecos se encuentran en los centros de detención y se desconoce el número de menores guatemaltecos en los albergues de la frontera sur. Qué difícil es para los migrantes, que durante décadas fueron el sostén de la economía nacional, ver ahora como un Estado y parte de la sociedad, les da la espalda, olvidando que fueron ellos los que un día, con sus remesas, les permitieron comer a sus comunidades.