Por Teresa Son
Totonicapán
Aunque se experimente desesperación, los tejidos plasman vida colorida en y para la comunidad. Los síntomas que desencadena la pandemia en la sociedad, no son solo sanitarios sino abarcan todos los ámbitos de la cotidianidad. Aquí en San Cristóbal Totonicapán se notan diversas formas de desaliento, porque son más de 100 días en confinamiento.
Las ventas ambulantes aumentaron, son varias las persona que tocan la puerta ofreciendo tamales, chuchitos, cambray, frutas, verduras, pan, pasteles, entre otros… Este fenómeno es nuevo aquí, porque normalmente las comunidades en día domingo, bajan al mercado del pueblo a hacer las compras.
Asimismo, el desconcierto en quienes trabajan en el servicio de Tuc Tuc se deja ver. Recién organizaron una manifestación frente a la municipalidad, para que se les permita trabajar; ellos afirmaban que tomarán las medidas requeridas para guardar la distancia. Hasta ahora, no han podido trabajar y tampoco obtienen ningún apoyo para solventar sus necesidades.
El pasado 16 de junio, el alcalde Gaspar Chay y el médico Alfredo Pedrosa, informaron sobre tres casos de coronavirus en nuestro municipio. En primer momento fue alarmante, pero a la vez certero, dado que informaron los nombres de las comunidades: Patachaj, Nueva Candelaria y la Ciénega, además, explicaron las medidas a tomar y la situación de los contagiados. Era claro que no se trata de ningún caso comunitario, y esto ayuda a llevar con calma el momento.
Lo que preocupa también, es el sistema de salud. Han atendido a más de 146 personas retornadas que han pasado satisfactoriamente la cuarentena; sin embargo, la atención hacia las diversas enfermedades y las emergencias es muy precaria.
Por ser un pueblo que colinda con Quetzaltenango y la cabecera departamental de Totonicapán, se tiene la opción de acudir a cualquiera de los hospitales nacionales, lo que ha sido una de las mayores dificultades, porque están restringidos los servicios.
Podríamos seguir enlistando, pero el efecto del confinamiento no es solo esto, la lucha de los pueblos siempre es la que prevalece. Uno de los oficios del pueblo cristobalense es la tejeduría, por ello, aunque las carencias son varias, no se deja de plasmar tejidos creativos, con colores vivos y combinados creados con la esperanza de que esta crisis pasará.
Para las y los tejedores ha sido un reto muy grande, ya que por ser los elaboradores directos de los tejidos, si no tienen material no pueden trabajar. Cada quien hace lo posible de obtener material, inclusive pidiendo fiado; muchos han dejado de trabajar, pero quienes pueden se dedican a elaborar diversos matices. Como no es un producto de primera necesidad no se están vendiendo, pero se elaboran para tenerlos listos y, cuando sea el momento, venderlos.
Una de las características de la tejeduría es que se trabaja en comunidad. Cada proceso conlleva el aporte de varias personas, en la cual cada quien hace su trabajo correspondiente dando lo mejor de sí para luego pasar al siguiente, continuando con su especialidad hasta llegar a obtener un tejido hermoso y lleno de mucho sentido. Por ello no se tiene tiempo para descansar, sino solo para crear. Este producto lleva impregnado en cada pieza toda una trama de vida que, en medio de desesperación, trasciende demostrando mucho sentido de vida, de lucha cotidiana, con muchas ganas de vivir y salir adelante.
Somos un pueblo maya k´iche´ por lo cual, cada tejido contiene la herencia de nuestros ancestros y por ello existen diversas calidades de tejidos. Normalmente la gente sabe distinguir entre la calidad de material, la elegancia y los matices brindando una obra excepcional.
Hay variedad de hilos y colores que posibilitan la elaboración de los tejidos, en este caso la clave no está en un solo material, sino en cada uno porque cada calor, hilo y accesorio son elementales para darle identidad a cada pieza que se realiza. Esto también es importante enfatizar, porque siendo un trabajo en el que intervienen muchas personas, es eso lo que le da sentido y mística.
Los matices que se desarrollan llevan plasmado todo el entramado de un pueblo que, durante años, ha mantenido luchas y resistencias pero que ha sabido trasladarla a sus tejidos, la cual, reflejan milenios de creación y creatividad. Son obras de arte que no se limita a un simple trabajo, sino que contiene los anhelos, los sueños, la vida misma de quienes lo hacen y los proyectos de toda una comunidad, porque traspasa todo lo que la comunidad experimenta en sus días de cuarentena, de angustia, pero también de esperanza. Es la identidad de un pueblo que sabe divisar la vida en un sentido más amplio y la construye con sus manos para luego darlo a conocer, ofreciéndole lo mejor del tejedor a toda persona que quiera sentir con cada tejido.
Queda claro que en esta pandemia los tejedores no entran en ninguno de los 10 programas de emergencia del gobierno, tampoco es un producto de primera necesidad y por ello no se vende, pero sí es un tiempo para seguir creando y no dejarse robar la historia y el arte.
Edición Factor 4