Por Haroldo Sánchez
Lluvia. Viento. Destrucción. Deslaves. Inundaciones. Desborde de ríos. Caída de puentes. Carreteras cortadas. Pueblos aislados. Llanto. Dolor. Muerte. Luto. Desesperación. Cuando llega un huracán a El Caribe, y se convierte en tormenta tropical en Guatemala, el resultado es siempre el mismo: los afectados son las familias más pobres, las que apenas sobreviven en pueblos y caseríos, aunque por supuesto, no son los únicos, porque la naturaleza no toma partido social, ni humano.
Es entonces cuando brota la solidaridad de los guatemaltecos que se vuelcan en apoyar a las víctimas que pierden a sus familiares, así como sus pertenencias. Las escenas e historias dolorosas llenan las páginas de los medios escritos, las pantallas de los noticieros de la televisión, se escuchan desgarradores testimonios en la radio, y también el drama trasciende en las distintas plataformas digitales. Nadie puede permanecer indiferente frente al dolor de los afectados. Mujeres, hombres, niños, ancianos se quedan en la calle al perder sus hogares. Los refugios se saturan y las necesidades aumentan en los lugares más perjudicados por la tormenta, por las constantes lluvias.
Los llamados a la solidaridad forman parte de este tiempo tan duro para cientos de personas en distintos lugares del país, donde la onda tropical desbordó los ríos y arrasó con viviendas, sembrados y animales domésticos (vacas, caballos, cabras, marranos, gallinas, perros y gatos). Aquellas cosechas que se preparaban para fin de año, se las llevó el agua. Ahora, la amenaza de más hambre galopa por la espalda de decenas de familias, muchas sumidas en la miseria.
En un país donde la falta de alimentos es una constante, donde la desnutrición cabalga sin obstáculos ni barreras, lo ocurrido estos días, solo desnuda, una vez más, las grandes necesidades de la inmensa mayoría de guatemaltecos, que durante décadas han sido abandonados a su suerte; para ellos, la pobreza y la miseria, se convirtieron en el traje de vestir en cada día de su existencia. Esas grandes desigualdades se han ensanchado con el paso de los años. Son grandes núcleos de población que carecen de lo más elemental para poder aspirar a una vida digna.
Aquí, una vez más, las principales víctimas de lo ocurrido, no son quienes tienen recursos económicos suficientes para recuperar lo perdido, sino el que nada posee o posee muy poco. Habrá empresarios y agricultores que perdieron con lo ocurrido, pero son los menos y muchos de ellos tienen aseguradas sus producciones, y pueden aspirar a préstamos y subsidios. Es un duro golpe, no hay que negarlo, pero se repondrán con el tiempo.
Por supuesto, no se puede aplicar esa realidad a la gente sencilla, al trabajador, al campesino, a la madre trabajadora, a la viuda, al maestro, al enfermero, a los que salen cada día a trabajar para llevar el alimento a su familia, al ser el sostén del hogar. Gente que vive al día, que no tiene ahorros ni puede conseguir fácilmente un crédito. Esos son los verdaderos afectados, sin la posibilidad de una ayuda que les permita enfrentar sus problemas más acuciantes.
¿Por qué escribir de esto? Por que durante el largo recorrido que tiene este país de desastres naturales, quienes salen en apoyo de los afectados son los guatemaltecos, como siempre, quienes tienden una mano solidaria a las víctimas. Ellos son los verdaderos artífices de que el sufrimiento de esas personas se mitigue un poco. Es la historia de Guatemala, de gente que ayuda a los demás de manera desinteresada. Seguro que está vez, esos actos humanitarios, se volverán a repetir.
¿Y el Gobierno? Bueno, la solicitud al Congreso para que apruebe de nuevos fondos para un Estado de Calamidad se verá muy pronto, al ser esto una constante. Ya lo vimos en marzo con el anuncio de la pandemia. Miles de millones de quetzales aprobados (35 mil millones), que se “esfumaron” sin que realmente cambiara la situación del sistema de salud en el país. Si de verdad el gobierno quiere apoyar a los afectados por la tormenta tropical, lo primero que debería hacer es ordenar que esos 122 millones de quetzales que la FECI decomisó a Benito, sean utilizados de inmediato para ayudar a los afectados. Seguir endeudando al país, seguir permitiendo que se roben descaradamente ese dinero, es de sinvergüenzas.
Así como se “esfumaron” 135 millones de quetzales en el ministerio de Comunicaciones, y nadie resultó preso, solo fue despedido uno de los denunciantes, ya nadie confía en que se utilice de mejor manera una nueva aprobación de fondos de emergencia. El surgimiento de nuevos ricos a costa del dolor de los más necesitados, debe terminar. La sociedad no puede seguir callando ante el robo descarado que hacen los gobiernos de turno. No hay que olvidar jamás, que el gobierno de Jimmy Morales robó con la tragedia del volcán de Fuego.
Volver a ver estas acciones de funcionarios del gobierno que se aprovechan del dolor ajeno, es lo que tiene a Guatemala al borde del abismo. Seguir por ese camino, de despilfarrar los recursos del Estado para favorecer a unos cuantos, es el gran “pecado” original de los políticos de este y de viejos tiempos. Esto debe cambiar. No se puede continuar sin indignación para exigir a quienes gobiernan, que no se aprovechen de la desgracia ajena.
(Saben, somos un poco más de 17 millones de habitantes. Con esos 122 millones de Benito, bien se podría dar un millón de quetzales a cada guatemalteco, ¿no creen? Y todavía, como dicen, les quedaría el vuelto).