Por Haroldo Sánchez
Realidad y ficción. Acto 1. El comedor estaba lleno, ocupado por elementos de la PNC que llegaban a almorzar. El ruido de cubiertos chocando con los platos, se confundía con las pláticas de los comensales que ocupaban todas las mesas. La televisión encendida, pero sin volumen.
–¿Y ese tu chinchón, vos? –preguntó Justo a su compañero, quien tenía un gran bulto amoratado en la frente.
–Esos bochincheros, vos. Les repartimos sus buenos vergazos, pero ellos nos tiraron piedras y una de ellas me cayó justo abajo del casco y me dejó todo mula. Me quité los anteojos protectores un momento antes y mira cómo quedé. Esto ahora no es nada, vieras cómo me miraba, parecía que tenía un cuerno.
–Ja ja ja ja ja, si serás… ¿Viste lo que dijeron el ministro y el jefe, en el Congreso? Que huecos, esos. Ahora que ellos no nos dieron órdenes de echar riata a los manifestantes y que nosotros decidimos por nuestra cuenta… Qué de a huevo, esos cabrones, vos.
–Eso no cambia, vos. Aquí somos maíz para el chancho y es fácil echarnos la culpa a nosotros. Siempre es la misma babosada, tiran la piedra y esconden la mano.
–Ya lo sabemos –respondió Justo–. Nosotros ponemos la cara y ellos se lavan las manos.
Acto 2. En la habitación se sentía el aroma dulzón del whiskie etiqueta azul, que bebía el grupo reunido en torno a una mesa redonda, donde se encontraban las mentes más siniestras para ejecutar planes oscuros. Los trajes, las camisas y las corbatas de marca, eran la carta de presentación de aquellos hombres, entre quienes se distinguía una mujer elegante, que parecía tener poder sobre ellos.
–Estoy molesta con ustedes. No pudieron hacer bien las cosas y siento que lo planeado se pudo haber revertido en nuestra contra. No se puede seguir cometiendo los mismos errores. Este sábado las cosas deben ser diferentes, así que escucho propuestas –demandó la mujer con voz fuerte, mientras los miraba uno a uno.
–Estamos listos –respondió un hombre chaparro, quien lucía una barbita candado en su rostro pálido–. Esta vez lo hemos planificado mucho mejor. Ya no más ataques ni quemas en el Congreso, eso ya cumplió su estrategia. Ahora hemos decidido un plan más sofisticado: vamos a quemar una camioneta enfrente del mismo Palacio Nacional de la Cultura.
–¿Una camioneta? Y qué vamos a ganar con eso… no me digan que van a quemar un transmetro y que el alcalde nos salga a reclamar… –interrogó sorprendida y molesta la mujer.
–Licenciada, no se preocupe, no se trata de un bus de la muni, vamos a usar uno de esos viejos del transurbano, esos de los negocios de Colom y la Sandra. El plan es el siguiente…
Acto 3. Los muchachos tenían hambre, así que les compraron unas hamburguesas con papas fritas y un té frío para cada uno. Estaban en un salón, sentados en unas sillas de plástico. Para cualquier observador, era un grupo un tanto extraño, conformado por ocho jóvenes de diversas edades, que parecían sacados del drama de la novela clásica Los Miserables, de Víctor Hugo. La diferencia era que les habían proporcionado ropa para confundirse con los manifestantes. Tenían días de no bañarse.
–¿Están todos, verdad muchá? –preguntó el hombre de pelo cortado al rape, musculoso y de aspecto fiero–. Quiero que pongan atención: vamos a hacer lo siguiente: el sábado ustedes se van a reunir en las cercanías del edificio Lucky, y no van a hacer nada hasta que vean que ponen una camioneta del transurbano a un costadito del palacio. Entonces van a usar sus bates y las bombas molotov que llevarán en sus mochilas. Los botes los van a usar para hacer destrozos en esa camioneta. Ustedes van a parecer como que son de la San Carlos, y verán cómo otros manifestantes al ver esa acción se van a unir a ustedes y terminarán atacando el palacio nacional. Esto es el objetivo de esta misión…
–¿Y los antimotines no van a atacar, jefe? –interrumpió el más pequeño de los patojos.
–Nada que ver, ustedes no se preocupen. La policía llegará mucho después que hayan prendido fuego al bus y hayan atacado el palacio, y logrado ustedes hacer el relajo. Lo que importa es hacer bulla, que los que estén en el parque se unan y ustedes causen destrozos y ellos los sigan. Nadie los va a atacar a ustedes. Eso se los garantizo. Y que no se les olvide…
Acto 4. –Que quede claro: mientras esté aquí la misión de la OEA, que a ningún policía se le vaya a ocurrir atacar a los manifestantes en la plaza. Tenemos que demostrar que el Gobierno no es represivo y que, por el contrario, está dispuesto a ser tolerante y a escuchar a sus opositores. Hay ya un plan para que esta convocatoria se les vaya de las manos y que nosotros aparezcamos como protectores de la propiedad privada. El Congreso ya está protegido con láminas, así que solo queda el Palacio Nacional como un nuevo objetivo para generar el caos.
El hombre se rascó la barba en forma de candado, en un gesto habitual que, sin darse cuenta, realizaba cada vez que hablaba con otras personas. Se había convertido en un tic.
–Hay que dejar de lado lo que se hizo la semana pasada. Ahora vamos a ser más creativos. El plan de este sábado es totalmente otro, creo que es el mejor que hemos presentado al grupo. Unos muchachos junto a otros de nuestra propia gente, escogidos por su capacidad de infiltración, serán los encargados de iniciar los relajos que pronto se extenderán por toda la zona 1, con destrucción de comercios, ataques a personas, en fin, será el acabose de estas famosos manifestaciones pacíficas, como esos comunistas las llaman.
Pasó la mirada sobre el resto de hombres que le escuchaban con atención. Sentían cierto temor frente a él, sabían que tenía todo el respaldo del Número Uno y aunque tenían sus reservas sobre los resultados de sus planes, preferían callar. Ya sabían lo que pasaba con los que se le oponían, y no querían ser parte de los expulsados de la rosca.
Acto 5 y final. Desde las dos de la tarde la plaza empezó a llenarse. A pesar de lo ocurrido ocho días antes, las personas volvieron, portando la mayoría, la bandera nacional. Desde una pequeña tarima se permitía a quien deseara subir, dirigirse a la gente congregada. Decenas, hombres y mujeres, usaron el micrófono para descargar su frustración, ira y hartazgo ante un gobierno que ha demostrado estar alejado de las grandes necesidades de la población.
Las banderas al cielo, los gritos y el fervor ciudadano, daban ese ambiente tranquilo, tan solo roto por alguna bomba de estruendo que sonaba por los alrededores. De nuevo se volvía a vivir una jornada cívica de protesta ciudadana, con exigencias políticas y demandas sociales. Las pancartas exigían la renuncia del presidente, de los diputados y pedían el cese de la corrupción. Una gran mayoría de jóvenes, hombres y mujeres, personas de la tercera edad solos o con sus parejas, y familias con niños, que impregnaban a la plaza de energía.
Los periodistas iban y venían, tomando fotografías y videos, para dejar constancia de lo que era una manifestación más en contra del gobierno. Las horas pasaban de manera tranquila y las imágenes de violencia de ocho días atrás, parecían ya lejanas, aunque presentes. No había presencia de los antimotines, más que la valla policial acostumbrada, que se coloca a lo largo de la parte frontal del palacio. Las consignas y los gritos retumbaban en la plaza, como algo normal de una tarde de sol y viento refrescante. Ante ese ambiente patrio, se entonó el himno nacional, coreado por todos los presentes.
De repente, algo cambio. Una camioneta pintada de azul y blanco, de esas del transurbano, fue colocada frente a la sexta avenida, donde está el edificio Lucky. Entonces, los gritos y los destrozos de vidrios, irrumpieron en aquellos momentos de tranquilidad. A ello se unió el humo provocado por una bomba molotov lanzada contra el bus, ya destrozado. Un grupo de hombres y jóvenes, todos con el rostro cubierto, atacaban el bus ante el estupor de quienes manifestaban en la plaza.
En medio de esa situación, algunas de las personas que estaban en la plaza se dirigieron hacia el lugar donde el bus ardía y empezaron a gritar: “Infiltrados”. “Infiltrados”. “Infiltrados”. Y les pedían que dejaran de provocar problemas. El rechazo de los manifestantes a quienes incendiaban el bus, fue evidente. Ninguna persona convocada en la plaza, se unió a esa acción y, por el contrario, se pusieron en contra de los responsables.
El incendio de la camioneta quedó en burdo montaje, al igual que la quema del Congreso. Quien lo diseñó, fracasó en su afán de denigrar y criminalizar un movimiento pacífico en contra de las máximas autoridades del Estado. El acto planificado de llevar un bus a las cercanías donde miles de ciudadanos mostraban su repudio a la política oficial, no les sirvió para sus fines, más bien, obtuvo el repudio de la inmensa mayoría de la sociedad, que no olvida las distintas formas de violencia planificadas desde una mente maquiavélica, para alcanzar sus fines.
¿Ahora, qué estarán planificando?
Muy buena descripción de lo que realmente esta pasando. Gracias por informarnos.