Por Haroldo Sánchez
Recibí la carta. No tiene un responsable. Es un padre cuya hija apareció asesinada, lo cual narra en estas letras que destilan el dolor que causa la muerte de su ser amado. La leí, y me conmovió hasta lo más profundo de mi ser.
Señor Director. Factor 4. Estos días, cuando las personas celebran Navidad y Año Nuevo, siento una inmensa soledad, que cala hasta los huesos y me deja sin el deseo de levantarme de la cama. Me he convertido en algo así como un zombi. Tan solo la fortaleza de mi esposa, me hace salir de la cama, y empezar un tiempo que me parece irreal, alejado. He perdido la ilusión de vivir. Sin mi hija, ya nada es lo mismo, ni creo que lo vuelva a ser.
Sé que es muy duro e incomprensible, traer hijos al mundo, verlos morir y enterrarlos. Ante este dolor que me traspasa, solo sé que esa desdicha nunca ha afectado a ningún hombre de poder ni a ningún criminal, cuando asesina a una joven luego de ser secuestrada en la calle, en un parqueo, a la salida de un centro comercial o donde sea. Es que el mal habita en el alma de sus captores, sin que lo perciban. Lo vive y lo padece, el inocente.
Ante la incertidumbre de una hija asesinada, estoy convencido que los políticos en Guatemala, los que gobiernan y no nos cuidan, no son otra cosa que la continuación del crimen por otros medios… Frente al asesinato de ese ser querido, el padre, la madre, morimos de tristeza. Nos encerramos en la casa. No hay manera de sostener la esperanza, tampoco alcanza el amor para retenerla. Es que hay agotamiento de cualquier esperanza.
Muchas veces solo se tiene el aroma del sufrimiento, el sabor de la muerte y el aliento de la ausencia. Hay momentos tan duros, que habitar el mundo se vuelve infernal. Incluso se resquebraja la fe y cuesta que de allí emane la fuerza para sostener la vida, mi vida desgarrada por el cruel asesinato de mi pequeña. ¿Si culpo a Dios? Ni siquiera tengo fuerzas para eso…
Cuando se nos golpea tan duro, se está solo frente al abismo, sin tener donde sostenerse. El silencio y la soledad se funden duro en el corazon y pienso: Cómo quisiera encontrarte en mi mente cada dia. Encontrarte para que le des calor a mi alma partida. Quiero, tan solo, regresarte. Cuántas veces busco que el silencio en mi interior sea absoluto, y sentir el eterno equilibrio de la vida en mi mente. Cuando pienso en mi hija asesinada, solo deseo que acaben las disputas familiares, politicas, y económicas, las rencillas e intolerancias que acaban en separaciones, resentimientos y en crimenes. Mi hija, es lo más grande y lo demás, ya no tiene ninguna importancia.
El mal proviene de la incapacidad del hombre que se aferra a su pequeño espacio de ego, sin que cambie su pequeñez. Cuando vi su cuerpo destrozado por la maldad, la vida que conocí y las certezas que tenía, se hicieron añicos ante el absurdo.
Cuando el mal nos alcanza, las cosas simples y complicadas de cada día, pierden su valor, su significado y dejan de tener vitalidad. Es como si de pronto nos metieran en un lugar oscuro donde la realidad se hace humo, se escapa de las manos, se evapora.
Mientras el resto de la existencia se vuelve indiferente, silencioso, mudo, y uno desea salir de ese encierro mental que aprisiona y nos aleja de todos. El dolor se hace insoportable pero, al mismo tiempo, se convierte en el inseparable nuevo amigo, que no quiere dejarnos, ni alejarse.
Es como si la violencia a lo largo de toda la historia de la humanidad, se adueñara de cada partícula del cuerpo, y se concentrara como un clavo martillado por el dolor sordo, irascible, y terrible al que caemos rendidos como si de un extraño Dios se tratara.
De nada sirve el amor cuando la muerte de un ser querido, arrebatado por la violencia irracional, se lleva nuestra continuación de ternura, esa que nos hace vivir sin pensar que ese sentimiento puede ser arrebatado por la perversidad, que convierte al sicario en el verdugo de su propia gente… esos que ya no merecen ser considerados seres humanos.
La tristeza duele como si fuera algo físico. ¿Saben qué es la tristeza por una hija que se muere? Y agoniza en soledad, rodeada de sus torturadores. A lo mejor, invoca a Dios que se apiade de ella, en esos terribles momentos. Esa tristeza es parecida a un intenso frío que nunca se va. Que se queda para siempre en el corazón, en el alma.
Enterré más que a mi hija, enterré sueños, y se fueron con ella temores, alegrías, esperanzas, deseos de esa vida vital que tuvimos que enterrar. Ya no se podrán contar historias a los nietos que jamás tendré, ya no seré nunca el abuelo que pensé ser un día, todo se enterró con mi hija.
Pero ese mundo al revés, nos dice aquello de que la ley es que el hijo entierre al padre, para mí, tan solo es ahora un dicho sin sentido… Al final, la presencia del mal se impuso por sobre todo el amor a la hija arrancada así, con violencia y desamor. Al morir nuestra hija, de esa forma, brota, desde muy adentro el niño indefenso que se funde en esa soledad que tiene su nombre. Ese que se menciona en un grito silencioso, que rompe nuestra alma.
Cuando el golpe del dolor te alcanza, ya no se comprende la vida ni la alegría de los demás. Cada día se intenta estar vivo en la sombra, con ese algo que ya no tiene palabras y tan solo se experimenta. A veces con mucha cólera, pienso que lo único en que me puedo parecer a Dios, es por el dolor intenso que sintió cuando asesinaron a su hijo en una cruz.
Al final, solo se que ella, esa amada hija, fue víctima de hombres llenos de odio, de prepotencia, carentes de sentimientos, que se creen dueños de la vida. Es tan duro para mi, que hasta respirar me cuesta. Tengo que luchar para no seguir pensando que el único lugar donde puedo estar en paz, es junto a ella, ocupando un espacio en una tumba pegada a la suya.
Solo yo sé cuánto me cuesta levantarme cada día y empezar a caminar en las mañanas sin luz ni alegría para mi… Mi pequeña era una flor que no vivió lo suficiente. Sus 17 años le abrían un camino lleno de ilusiones. Quería ser doctora, para ayudar a los demás. Jamás pensé que la iba a enterrar tan joven, era una niña feliz y ahora su recuerdo, es el más grande dolor que atraviesa mi pecho.
Siempre creí que era un hombre fuerte. Nunca lloré en público. Era como un espejismo creer que nada podía lastimarme. Hoy tengo que buscar refugió en mi esposa, ella sí es la verdadera fortaleza, sin ella esto sería mucho peor. Sé que es injusto para ella, pero no puedo evitar sentir esta soledad en mi propio y pequeño mundo. Ojalá supere lo que hoy me asfixia. Que pueda salir adelante, aunque sé que nunca olvidaré a mi hija.
Disculpe que le haya hecho llegar esta carta así, sin poner mi nombre. Es que no vale la pena cuando son cientos de padres y madres que estamos pasando por esta situación tan dura. No es justo que sigan desapareciendo mujeres en Guatemala, menos que las autoridades no pongan fin a este drama que nos afecta a tantas familias.
Es un insulto, cuando leemos que las autoridades niegan los hechos, cuando afirman de manera fría e insensible, que las jóvenes se han ido con el novio, con el amante, que han huido de sus casas, y todo lo transforman en una relación clandestina, mientras que lo real es el secuestro, la violación, el asalto, la violencia en contra de las mujeres. Es esto, lo que más afecta los sentimientos de los padres que atravesamos por este valle de dolor. Ni siquiera hay consideración por nuestro sufrimiento.
Le deseo un mejor año en el 2021, mientras que para mí, será solo un tiempo de añoranzas y dolorosos recuerdos. Mi vida, no volverá a ser igual.