Fernando López | Trovamundo
Cancioncillas Nostalgimientes Bufonantes
a Joaquín Orellana a sus 90 años de vida
-Primera parte-
En el 2004, la vida me tenía reservada una de las mayores alegrías y privilegios en mi búsqueda de trovamundo: el maestro de maestros, Joaquín Orellana, me invitaba a dar voz a sus cancioncillas nostalgimientes y bufonantes. Una serie de canciones salidas de la prodigiosa creatividad y extraordinaria grandeza de un genio que nos colma de sueños en la ya trillada aridez de un país que ha soslayado desde siempre el amor de sus mejores hijos e hijas creadores.
Estas crónicas están dedicadas a saludar la vida del maestro Joaquín Orellana, en el marco de sus 90 años de vida.
La génesis. Comienzo a reconstruir el contexto circunstancial y temporal que da marco a uno de los proyectos más fascinantes de mi oficio: la producción y realización general del disco «Cancioncillas Nostalgimientes Bufonantes«, compuestas por Joaquín Orellana, junto a la extraordinaria pianista, Alma Rosa Gaitán.
Como uno de los grandes enamorados de la belleza y del amor que nace desde sus musas depositarias, Joaquín se vio orillado a contar sin más demora las saudades agazapadas en su apasionante obsesión creativa, misma que lo catapulta como el compositor más connotado de los últimos tiempos en Guatemala.
Lo primero fue agenciarse de un piano para el registro de las sesiones de ensayo iniciales en el estudio de grabación de Rafael Lau, otro imprescindible de Brecht en los inicios de este recorrido, al cual se sumarían en una etapa posterior Luis Blanco (padre), Jorge Corado (QDEP) y Ángel Rojas. Rafa sugirió el piano de un músico conocido suyo que garantizaba un sonido y acción percutiva apropiados para la técnica magistral de Alma Rosa. Miguel Morales, dice que luego de contactarle y obtener su anuencia, iría a recogerlo junto a Joaquín.
Lo que ambos no sabían era que el domicilio estaba situado en un barrio que osaron cruzar sin un salvoconducto apropiado. Esto motivó que luego de recoger el instrumento debieran salir presurosos. Esos fueron los primeros escalones de una cuesta empinada entre extravíos y rallentandi. Esa sería la génesis que relata Miguelito, el cómplice sempiterno de Joaquín.
El cuento de policías y ladrones. Habiendo realizado la grabación del demo inicial de las canciones, vendría la selección de la voz para contar las historias nostalgimientes. En casa de Miguelito, Joaquín escucharía varias grabaciones guatemaltecas a fin de encontrar el timbre y la intención interpretativa para sus canciones bufonantes. En estos lances apareció la grabación urgente de un tema que escribí para mofarme con irreverencia de una de las innumerables ocasiones en las que nos han dado atole con el dedo desde los estamentos de la corrupción de calado profundo en Guatemala.
Me refiero al cha cha chá «Cuento de policías y ladrones», que compuse a propósito de la fuga de El infiernito, la cárcel de máxima seguridad del país. Joaquín encontraría luego de escuchar este tema, los rasgos precisos para dar voz a sus historias nostalgimientes y bufonantes. No hay casualidades, dicen por ahí…
La llamada de Joaquín Orellana. El azar haría de las suyas en una soleada mañana del 2004. Sonó el teléfono. Del otro lado se escuchó una voz: –»Aló Fernando, aquí le habla Joaquín Orellana«. Me fuí de espaldas y atiné solamente a decir, –»…Maestro, qué alto honor recibir su llamada. Encantado de escucharlo!». –»Gracias Fernando –respondió–. Fíjese que Miguelito Morales me dió su número. Le llamo porque quiero que usted grabe unas canciones que compuse«. Esta vez se me abrió la tierra y comencé a temblar de emoción.
El maestro Joaquín Orellana comentó que un día necesitaba dar un descanso a su obsesión creativa desde la cual se fraguaron las esculturas musicales y las extraordinarias obras de su humanofonía. Para eso decidió componer unas cancioncitas, según sus propias palabras: «…Así como cuando un pintor abstracto decide relajarse, pintando unos paisajitos«.
Le dije entusiasmado que agradecía profundamente su gesto al pensar en mí. Pero que no obstante, quería ser honesto porque yo era un trovador de barrancos, callejero, sin ninguna técnica vocal clásica como para responder dignamente a su invitación. Él replicó: «…Pues precisamente Fernando, yo no quiero que esas canciones suenen acartonadas. Ya lo escuché y por eso quiero que sea usted la persona que las grabe«.
Ante esto, volví a reiterarle mi profundo agradecimiento con la alegría y humildad de quien recibe un premio. Un inesperado premio para acompañar a uno de los genios más brillantes de la música guatemalteca de todos los tiempos, al dar voz a otro de sus innumerables y fantásticos proyectos. Éste, como es de esperarse en un país como Guatemala, enfrentaría muchos valladares hasta lograr concretarse en el año 2008. Sería el volúmen número 7 de mi discografía, grabado en directo desde el Teatro de Cámara del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias de Guatemala.
La cita en Allez Chape y el Granada. Covenimos en vernos a la brevedad para conocer las canciones y programar los pasos sucesivos. La cita sería en un lugar mítico para muchas generaciones de estudiantes de música, danza y miembros de la Sinfónica Nacional de Guatemala: la cafetería Allez Chape,[i]frente al Conservatorio Nacional de Música de la zona 1 de la ciudad de Guatemala. Nos reconocimos de inmediato. Joaquín es un ser humano monumentalmente sencillo con la grandeza de quien sabe que la creatividad humana trasciende la precariedad e impostura que caracterizan no pocos espacios de la escena musical del país.
Al constatar que estábamos en la misma sintonía respecto a la música y su función transgresora y que teníamos muchas cosas más para conversar, decidimos seguir nuestra charla permeada por la carcajada constante en el mítico bar Granada de la zona 2. El maestro sacó de su portafolio un folder manila con una serie de partituras. «Aquí tiene las canciones que ya están terminadas. Estudiélas para después ensayar con la maestra Alma Rosa Gaitán, pianista de la Sinfónica Nacional de Guatemala».
En ese momento se abriría un universo en mi oficio de trovador y compositor. Un fascinante reto que me obligó a desempolvar mis anotaciones de solfeo y teoría musical durante mi corto paso por las aulas del Conservatorio Nacional a mediados de los ochenta, para poder desentrañar cada partitura hundiendo los codos en mi mesa, con mucho esfuerzo durante muchas horas de varios días, como nunca antes lo habría imaginado en mi oficio de trovador de la memoria.
Estaban perfectamente delineados ante mis ojos, todos los elementos de la composición musical: las notas, fraseos, repeticiones, intenciones, la dinámica y agógica musical para dar vuelo a la poesía y a las emociones de cada una de las historias nostalgimientes de Joaquín. Mi voz sería solamente un instrumento imperfecto a la par de un bellísimo y acuciosamente trazado discurso pianístico. Partituras escritas con el punto del autor. Hermosos documentos que atesoro como el obsequio más preciado de parte del mentor y cómplice más significativo que acompaña y nutre, catedralmente, mi búsqueda de trovador sobreviviente.
[i] Al momento de escribir esta crónica me enteré de la partida de doña Elsy, propietaria de la cafetería Allez Chape. Sirva como mi sencillo homenaje a su memoria.