Víctor M. Ruano P.
Diócesis de Jutiapa
F4gt.com
Jutiapa, 16 de abril, 2021
Introducción. El Estado los mató, desplegó toda su capacidad de poder destructivo hacia ellos, ahora tiene una deuda con sus familias y comunidades donde ejercían su liderazgo, quienes, con justa razón, reclaman verdad, justicia y reparación. Sin embargo, el pueblo mantuvo viva su memoria, nunca los olvidó, eran de los suyos; ahora son sus héroes, su referencia ética y fuente de inspiración para sus luchas y las conquistas de sus legítimas demandas.
Por eso, ahora la Iglesia los beatifica reconociendo la autenticidad de su martirio provocado por el odio a la fe, una fe adulta y madura que profesaron viviendo como discípulos misioneros de Jesús de Nazareth, hasta entregar su vida por el Reino. Para los lectores y lectoras de Factor 4, ofrecemos una breve semblanza de cada uno de los 14 mártires, recogidas de un material difundido por la diócesis de Quiché, titulado: “Viacrucis de los mártires de Guatemala”. Guatemala, febrero 2021.
Estos son los hombres que “con su sangre fecundaron para siempre la tierra bendita de Guatemala”. Son los mártires de Quiché, verdaderos “héroes de la fe” y testigos de un pueblo noble, digno y valiente, que sistemática y estructuralmente ha sido excluido por un Estado racista y militarista cooptado por élites económicas depredadoras y por élites políticas corruptas.
Los Mártires de Quiché, serán beatificados el 23 de abril 2021. Los obispos guatemaltecos en un mensaje publicado recientemente (21 de marzo 2021), sobre la beatificación del Padre José María Gran, y 9 Compañeros Mártires de la Diócesis de Quiché, afirman que Quiché es “tierra regada con la sangre de los mártires”
Ellos se caracterizaron por la firme convicción “que el cristiano no puede desentenderse de la realidad en que vive ni mucho menos encerrarse en un individualismo egoísta cerrado a las grandes necesidades de sus pueblos y comunidades en aquel momento histórico en el que vivían”
Fueron capaces de “entender la vida como un tiempo de gracia que los impulsaba a vivir en una tensión continua hacia la eternidad sin dejar de tener los pies en la tierra”. De sus hondas convicciones evangélicas en el seguimiento de Jesús de Nazareth, “surgió su compromiso social”, que se manifestó en ser “promotores de la justicia, constructores de la paz, artesanos del bien común, defensores inclaudicables de la persona y sus derechos.”
Destacaron por “su sinceridad y coherencia de vida, su pasión por el Reino de Dios, su total confianza puesta en Cristo, que les daba fortaleza y perseverancia”, llegando a convertirse en verdaderos “heraldos valientes del Evangelio, aun en medio de las pruebas a las cuales fueron sometidos sin olvidar la historia de mentiras, humillaciones, acusaciones y calumnias que buscaban, como a los Macabeos, hacerlos desistir de sus convicciones”.
Fueron servidores del Evangelio “con todas sus fuerzas, con toda su alma, con sus luchas, con su trabajo, con toda su sabiduría, hasta derramar su sangre”
Entre los próximos beatos guatemaltecos se encuentra un niño: Juan Barrera Méndez, quien fue asesinado con tan solo 12 años en 1980. A esa corta edad, Juanito ya era catequista en su parroquia, explicaba el catecismo a los más pequeños y dirigía el rezo del Rosario antes de la Misa.
Su familia, que vivía en la comunidad Segundo Centro de la Vega, Quiché, era integrante de la Acción Católica. Cuando hubo una jornada de persecución, como muchas otras que sufrió el pueblo y la Iglesia de Quiché, Juan y sus hermanos fueron duramente torturados, pero ellos logaron escapar, no así el menor.
Antes de ser asesinado, el pequeño catequista sufrió aún otras dolorosas torturas, pero se mantuvo firme hasta el final, como tantos de ese noble y sufrido pueblo quichelense que ahora se va levantando con gallardía y fortaleza.
El 4 de julio de 1980 fue un día de martirio en Chajul. Domingo del Barrio Batz, quien se desempeñaba como sacristán en la parroquia del lugar, fue encontrado muerto junto a su párroco y compañero de faenas, el Padre José María Gran.
Domingo recibió cinco balazos, lo que nos recuerda las cinco “llagas santas y gloriosas” que le infligieron a Jesús al ser clavado en la cruz.
En vida se distinguió por su sencillez, honradez y, sobre todo, por su alegría y permanente sonrisa. Se dice que era amigo de todos.
Como miembro de la Acción Católica, visitaba frecuentemente los hogares junto a otros catequistas para leer la Palabra de Dios.
Fue el compañero inseparable del Padre José María a lo largo de los 5 años que fue párroco de Chajul, subiendo y bajando cerros para llegar hasta las comunidades más alejadas.
Tomás Ramírez, sacristán mayor de Chajul, mártir de la fe, fue encontrado por sus hermanos de comunidad, luego de ser asesinado el 6 de septiembre de 1980, en la entrada del convento parroquial, donde entregó su vida sin miedo a las amenazas que había recibido.
Cuando llegaba a su casa, triste y cansado, le confesaba a su esposa que querían matarlo, pero que nunca abandonaría su misión de cuidar de la iglesia, aunque le costara la vida, sobre todo después del asesinato del Padre José María Gran.
Fue un hombre bueno, seguidor del Maestro de Galilea, siempre sonriente, sencillo y animado para trabajar por la iglesia. Hombre bueno, porque con su bondad, amabilidad, respeto y compromiso social supo apoyar a la gente y servir a la Iglesia.
Lo asesinaron en el cumplimiento de su deber, sin echarse para atrás por las amenazas
Si alguien nos dejó un ejemplo de trabajo incansable por el bienestar espiritual de su comunidad, ese es el mártir Nicolás Castro, asesinado el 29 de septiembre de 1980, a la edad de 35 años.
Durante 15 años fue catequista y ministro extraordinario de la Comunión en su natal Uspantán. Se le recuerda como un hombre tranquilo, honrado, amistoso y trabajador.
Siempre estaba dispuesto a asumir las tareas más difíciles, entre ellas viajar hasta Cobán o San Cristóbal Verapaz para llevar la Comunión hasta su parroquia de Chicamán. Su morral se convirtió en un verdadero Sagrario, donde llevaba las hostias, cuidadosamente escondidas entre tortillas, para alimentar espiritualmente y alentar a su pueblo para seguir adelante entre numerosas dificultades. El Calvario donde fue ajusticiado fue el propio patio de su casa.
En la aldea Macalajau, Uspantán, nació y fue martirizado Reyes Us Hernández, un campesino del altiplano guatemalteco que se distinguió en su labor pastoral de catequista, en su trabajo de promotor de salud y como miembro del comité pro mejoramiento de su aldea. Así fue su vida, de entrega total al bienestar de su comunidad.
Vivía preocupado por llevar la Palabra de Dios y promover el desarrollo humano y social sostenible en las comunidades. Visitaba a los enfermos a la hora que se lo pidieran y los trasladaba al hospital si su situación era muy grave.
Era consciente que lo iban a matar, y así se lo dijo a su familia, pero no rehusó entregar su vida. Fue asesinado cerca de su casa el 21 de noviembre de 1980, despojado de todo, menos de la vida eterna.
Rosalío Benito Ixchop, catequista y dirigente de la Acción Católica en la parroquia de Chinique. Fue asesinado el 22 de julio de 1982 en la aldea La Puerta, donde nació y vivió su vida y entrega hasta el extremo.
Como “rezador”, Rosalío fue uno de los primeros en animar en la fe a sus hermanos, ante la falta de sacerdotes y guías espirituales, labor que desempeñó desde 1940. Le gustaba cantar, rezar el Rosario, adornar la iglesia para las celebraciones y dirigir las “velas” de los difuntos.
Rosalío cayó abatido cuando regresaba a su comunidad, y junto a él también cayó su hijo Pedro Benito. Ambos regaron con su sangre la tierra bendita de Quiché.
Alguien recogió estas palabras con las que animaba a su comunidad: “Si yo muero, piensen que ustedes tienen que seguir la religión. No le tengan miedo a la muerte, porque cuando uno dice la verdad, la gente dice que uno es malo. Si muero, muero como Jesús murió. Él no fue pecador y la gente le decía que era hombre malo, y yo sí soy pecador”.
Por muchos años fue catequista y miembro de la Acción Católica. Se le considera “mártir de la no violencia”, porque, en el contexto que se vivía en Guatemala, siempre afirmó que no se podía ir con la Biblia en un brazo y su fusil en otro.
Miguel fue asesinado el 31 de octubre de 1991.
Durante apenas 5 años desarrolló su trabajo pastoral en la Diócesis de Quiché, el Padre José María Gran, Misionero del Sagrado Corazón. Se entregó de lleno al servicio de los más pobres y marginados. Nunca ocultó su alegría de trabajar en la zona montañosa y alejada de Quiché, donde recorría grandes distancias para fortalecer a las comunidades y acompañarlas en su difícil caminar durante los años más duros de la guerra. Descubría en la gente marginada la presencia y el rostro de Dios.
Sabía que en sus recorridos por la montaña podía fácilmente perder la vida. Nunca tuvo miedo y solía decir que “con tanto soldado la gente no está tranquila y la presencia del Padre, aunque poco puede hacer, siempre da un poco de tranquilidad”.
La presencia militar, fue particularmente dura. El pueblo campesino y pobre representaba un “obstáculo” a los intereses de las élites económico-militares. Todo aquél que defendía a los pobres era considerado comunista y susceptible de ser asesinado.
Fue asesinado por una tropa del Ejército, en la madrugada del 4 de junio de 1980, cuando regresaba de una gira con su sacristán Domingo del Barrio Batz. Solo tenía 36 años.
A solo un mes y 6 días del asesinato del Padre José María Gran, cayó abatido por las balas su compañero Faustino Villanueva, el 10 de julio de 1980, en la parroquia de Joyabaj, Quiché.
A lo largo de 21 años, el Padre Faustino acompañó, sirvió y enjugó las lágrimas de los rostros de muchas personas, campesinos del altiplano del país, en las parroquias de Sacapulas, Canillá, San Andrés Sajcabajá, San Bartolomé Jocotenango, San Juan Cotzal y Joyabaj, donde selló su entrega a Cristo en el pueblo sufriente.
Incansablemente anunciaba la Palabra de Dios, animaba y organizaba la catequesis, administraba los sacramentos y escuchaba a las personas. Su sencillez y apertura quedaron patentizadas el día que lo mataron, cuando no se negó a recibir a sus asesinos en su propio despacho.
El Padre Juan Alonso Fernández, fue cruelmente torturado y posteriormente asesinado el 15 de febrero de 1981. Entusiasta misionero español, desgastó su vida hasta caer como Jesús, sin soltar su cruz ni un solo instante, tanto en Indonesia 1960, como en las montañas guatemaltecas, 1965, hasta su cruel asesinato.
Acompañó a los campesinos quichelenses en la colonización de una porción de la selva y en la construcción de obras sociales para el bien de los marginados, como un dispensario y un centro de ayuda.
La percepción que las comunidades mayas tenían de su persona, considerándole uno más de los suyos, se resume en la expresión “tierra de nuestra tierra”, que repetían en el momento de los funerales de los campesinos asesinados y de sus feligreses.
Sus paisanos de Asturias mantienen vivo su recuerdo y continúan viéndolo como uno de sus hijos más representativos de los valores que definen la identidad de esa Iglesia española misionera.
Su beatificación lo sitúa más allá del ámbito local y el ejemplo de su vida se inserta en un horizonte más universal, tanto fuera como dentro de la Iglesia.
Conclusión. Así se expresó Juan Pablo segundo, desde el Campo Marte, en su segunda visita a Guatemala, el año 1996, ofreciendo su “homenaje” explícito a los mártires: “Quiero rendir ahora un caluroso y merecido homenaje a los centenares de catequistas que, junto con algunos sacerdotes, arriesgaron su vida e incluso la ofrecieron por el Evangelio”.
Señala, además, los frutos que se esperarían de tan altos sacrificios: “Con su sangre fecundaron para siempre la tierra bendita de Guatemala. Esa fecundidad debe fructificar en familias unidas y profundamente cristianas, en parroquias y comunidades evangelizadoras, en numerosas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras”.
Ellos son uno de los mejores legados de nuestra historia, son nuestros “héroes de la fe”: “La herencia que todos los guatemaltecos han recibido de estos héroes de la fe es hermosa y a la vez comprometedora, pues conlleva la urgente tarea de proseguir la evangelización: ¡Es necesario que ningún lugar ni persona quede sin conocer el Evangelio!”.
Por alguna razón faltan las historias de los 11 campesinos. En esta publicación solo aparecen la historias de los 3 sacerdotes.