Por Norma Sancir
Corrección de estilo: Daniela Sánchez Lemus
El pasado 3 de diciembre, varias comunidades del departamento de Guatemala compartieron los resultados de un proceso que empezó con macetas y tablones improvisados, lo cual terminó abriendo una conversación más amplia: cómo recuperar la soberanía alimentaria desde la ciudad. La Asociación Coordinadora Urbana de Base Comunitaria (COUR) presentó ese día los avances del programa de formación en huertas comunitarias, un esfuerzo que reunió a familias de zonas urbanas y periurbanas que decidieron sembrar, incluso con muy poco espacio.
Durante la jornada, las y los participantes del proyecto “Transformando Comunidades Urbanas para el Futuro Agroecológico” compartieron lo que aprendieron este año al cultivar en patios pequeños, corredores o azoteas. Algunas familias usaron macetas; otras construyeron tablones donde pudieron. En esos espacios surgieron cilantro, chipilín, tomate, plantas medicinales y una lista de hortalizas que no solo mejoraron la alimentación, sino que recuperaron un vínculo esencial: trabajar la tierra y comer de lo propio.

Tomasa Galicia Esteban, integrante de la junta directiva de COUR, explicó que la creatividad fue clave. Donde no hay espacio, usamos macetas. Y quienes tenían un poco de tierra armaron tablones para sembrar, dijo.
Entre las voces presentes destacó la de Francisco Omar López, representante legal de la Asociación Coordinadora Urbana de Base Comunitaria. Recordó que la organización nació como movimiento en 1999 y se formalizó como asociación de vecinos en el departamento de Guatemala en 2004.
López explicó que, desde entonces, han trabajado en el empoderamiento comunitario para la defensa de derechos y la construcción de una agenda de desarrollo en Guatemala, Villa Nueva y Chinautla. Acompañamos a las comunidades para que conozcan y utilicen las leyes en su beneficio: la Ley de Consejos de Desarrollo, la Ley de Vivienda y el proceso de la Ley de Aguas, señaló. Añadió que la asociación ha impulsado varios proyectos dirigidos a juventudes y mujeres, y que este año cerraron el proceso de formación en huertas urbanas con el objetivo de fortalecer una alimentación más sana.

Ese día también se presentó el diagnóstico técnico del proceso, elaborado bajo la dirección del ingeniero Leonardo Zaparrolli. El estudio abarca comunidades de la zona 24 —San Isidro, Las Huertas y Las Delicias— y de Chinautla —Santa Cruz y San José Buena Vista—, territorios con herencia maya Poqomam de larga tradición agrícola. El informe detalla la clasificación de semillas, la diversificación de cultivos y las condiciones del suelo. Esta información se fortaleció con los resultados del análisis de suelos realizado por la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Entre las semillas sembradas por las familias destacan maíz, frijol, güisquil, hierba mora, remolacha, zanahoria y varias plantas medicinales. Más allá de la producción, el proyecto ayudó a recuperar conocimientos ancestrales y a tejer relaciones entre familias.

Las huertas comunitarias difícilmente resolverán todos los desafíos alimentarios del país; sin embargo, muestran un camino posible. En estos pequeños espacios —a veces tan modestos como un par de macetas en una ventana— está creciendo una forma distinta de vivir la ciudad y de sostenerse en comunidad. Una práctica discreta que, sin discursos grandilocuentes, empieza a mover el futuro desde abajo.
