Por Haroldo Sánchez
Salieron de las regiones más pobres de Honduras. Mujeres, hombres, niños, adolescentes y ancianos, juntos en la búsqueda del mal llamado “sueño americano”. A través de una convocatoria en las redes sociales, se juntaron para emprender esa travesía que encontró un muro, pero no el de Donald Trump, en la frontera México-Estados Unidos, sino otro colocado en la carretera guatemalteca formada por elementos del ejército. Con escudos y bien protegidos, como si enfrentaran a un enemigo armado y peligroso, metiendo miedo, haciendo sonar sus cachiporras para provocar entre los migrantes el temor de ser agredidos, y así, lograron frenar a cientos de hondureños.
El mundo cambió, y el pequeño pedazo de tierra que es Centroamérica, también. Con gobiernos corruptos, vinculados al narcotráfico, y entregados a las malas prácticas de sus políticos de ayer, hoy y siempre, han llevado a la desesperación a los habitantes de la región, que, desesperados, piensan que en Estados Unidos está la solución a las carestías que sufren en sus comunidades.
El fenómeno de la migración, no es nuevo, ha existido por décadas. Cada día, decenas de migrantes huyen del desempleo, la violencia y la dejadez de los gobiernos de estos países. Estos migrantes salen en silencio y pasan, guiados por los coyotes, por todos los puntos ciegos que hay en la frontera con México. Solo cuando se forman estas caravanas entonces sale a luz pública, el gran número de gente vulnerable, que asume el riesgo de salir sin ninguna garantía hacia el norte del continente.
Lo que más llama la atención es que países como Guatemala, Honduras y El Salvador viven de las remesas que envían las comunidades de migrantes en Estados Unidos. Sus economías reciben inyecciones millonarias cada año, producto del trabajo a veces esclavizador de estos grupos humanos, que trabajan duro para seguir manteniendo a sus familias que se quedan atrás e inyectan grandes recursos a las finanzas locales.
Hace unas semanas, el gobierno guatemalteco se jactaba como parte de sus “logros”, de las remesas que, a pesar del coronavirus, siguieron llegando desde Estados Unidos. Al margen de la mentira y el engaño, no escapa esa realidad que sin esas remesas que entran al país, la economía guatemalteca estaría en condiciones de verdadera crisis. Los migrantes son los motores que le dan sustento a los países del Triángulo Norte.
Reprimir la caravana, como hizo el gobierno guatemalteco, es como si se diera un calmante, a un paciente con cáncer. Los gobiernos de esta región jamás han buscado con honestidad y trabajo, cambiar la vida de los ciudadanos y, por el contrario, se han comprometido con los clanes de la corrupción y la impunidad, y se han aliado a los carteles del narcotráfico para ser sus lacayos, sin importarles la suerte que corren las personas. Los niveles de pobreza y miseria han avanzado de manera inexorable, lo que obliga a la gente a buscar la manera de salir de sus países, creyendo que en Estados Unidos está la solución a sus graves problemas de vida.
Reprimir a los hondureños de la manera en que se hizo esta vez, es tan solo buscar el quedar bien con la política mexicana y estadounidense, que en materia de migración se ha endurecido. Lo realizado, es lo más fácil: formar un muro humano con elementos del ejército para amedrentar a esa población migrante, que viaja con la ilusión como única defensa. Es gente desesperada que ya no tiene nada más que perder, porque, de hecho, en sus países lo han perdido todo: esperanza, trabajo, salud, educación, seguridad y una vida digna.
Hasta hoy, como ocurrió con la primera caravana, no hay condenas internacionales en contra de los gobiernos de la región, que hacen fiesta con los presupuestos estatales. Se roban el dinero, se hacen millonarios sus funcionarios, mientras la pobreza y la extrema miseria se normalizan en colectivos ciudadanos, que son los que conforman las movilizaciones y, luego se les estigmatiza con distintas explicaciones, algunas con tintes políticos, para desviar la atención de la cruda realidad: ya no tienen nada por qué quedarse en sus países, donde el funcionario de turno se mete al bolsillo el dinero que debería dar solución a sus más urgentes necesidades.
Los gobiernos de la región son los únicos y verdaderos culpables de estas caravanas. Las autoridades locales deben ser señaladas y culpadas de que estos conglomerados de personas salgan a exponer sus vidas, sean reprimidos y rechazados por gobiernos como el guatemalteco, mexicano y estadounidense. Nadie en su sano juicio, teniendo todos los satisfactores sociales al que tienen derecho, se uniría a ningún grupo para ir en busca de un destino incierto y peligroso. Aquí los únicos responsables de las migraciones, son los políticos y los gobiernos corruptos de Centroamérica.