Por Haroldo Sánchez
Caín y Abel, una historia bíblica donde dos hermanos se pelean y uno mata al otro. Ha sido un relato que acompaña a los cristianos desde tiempos inmemoriales, como un reflejo en donde en algunas familias, alguien podría estar dispuesto a acabar con la vida de otro, sin importar las consecuencias ni las responsabilidades de ese acto irracional y terrible.
“Que venga a hacer bloqueo aquí Martín Toc, quemado va a salir”,dijo la mujer enardecida con micrófono en mano, llenando el ambiente de odio y rencor de quienes la escuchaban irrumpiendo a su vez, con vítores y aplausos. Una señora del pueblo, vendedora me imagino, líder de los inquilinos de La Terminal, que de pronto, vaya usted a saber, salen defendiendo al gobierno, tal como hicieron con el de Jimmy Morales. ¿Coincidencia? Es claro que no… es orquestado lo de aquel día y lo de hoy.
Los políticos mafiosos no cambian sus estrategias: siempre usan al pobre, al desinformado, a gente sencilla y humilde, iletrados a quienes blindan con palos y armas, haciéndoles creer que son sus iguales al tomarse fotos con ellos y que por eso, deben salir a defenderlos, a defender la democracia, a defender el Estado de Derecho (¿?), y atacar a “comunistas” universitarios y los revoltosos líderes sociales y más aún, a los indígenas “sublevados”. Demagogos sin escrúpulos que usan la ignorancia de la gente para su propio beneficio. Para dividir y enfrentar al mismo pueblo, mientras ellos se ríen en la distancia y se frotan las manos sucias de mentiras, engaño y falsedad.
Un gobierno desgastado por las críticas, por la indignación que genera su gestión no solo frente a la pandemia, con miles de infectados cada día (las cifras oscilan entre las 5 mil personas diarias), con hospitales más que saturados, y una vacunación donde se “perdieron” millones de quetzales aprobados para su compra, y que tan solo han logrado paliar la cólera popular, después de extender la mano para recibir vacunas donadas.
A todo ese panorama de puro desgobierno, con un presidente sin empatía con la ciudadanía más necesitada (con los otros hasta los abraza), se suman las denuncias de corrupción y de impunidad, además de la cooptación del Congreso, de la Corte Suprema de Justicia, la Corte de Constitucionalidad y el Ministerio Público.
Este escenario es el que ha llevado a la dirigencia indígena, líderes de la sociedad civil, a los partidos de oposición en el Congreso, a salir a las calles para poner un alto a este desmadre de administración gubernamental que se ha convertido en lo peor de la era democrática, al no dar respuesta a la grave crisis humanitaria, donde los muertos siguen cayendo incluso en las mismas calles, mientras aumenta la desnutrición como otra plaga que diezma a los más pobres.
En este marco es donde algunos miembros del gobierno deciden buscar aliados debajo de las piedras, donde los haya, para enfrentar esa ola que ya es imparable en una ciudadanía harta de ver como los políticos corruptos se ríen en su cara, se hacen millonarios y no tienen el más mínimo respeto por un país que se desangra por los cuatro costados. Antes eran las maras, hoy son los y las locatarias de La Terminal. Mismo fin, otros actores.
Esa mente maquiavélica movió a la gente de La Terminal. Corrió dinero por debajo de la mesa, y en conferencia de prensa una señora exclamó: “Si tienen pruebas, que las demuestren” (pensé rápido en monseñor Ramazzini), todo en el mismo lugar donde amenazaron de muerte al presidente de los 48 Cantones de Totonicapán de manera pública y siguen tan campantes, protegidos por las mismas autoridades que deberían velar por la vida de las personas honradas y valientes, que, en el caso de Martín, hablan con la verdad y la razón. Y lo hacen de frente.
Permitir, apoyar, pagar, alentar a que supuestos vendedores salieran con palos y machetes a defender a este gobierno corrupto, solo puede acarrear una violencia que se les puede ir de las manos. Poner a pelear a los Caín y Abel para su propio beneficio, es de una gran bajeza que les pinta de cuerpo entero: figuras públicas que hoy hace gobierno, son los verdaderos responsables de que los desesperados les exijan la renuncia.
Lo peor de todo esto es que la gente de La Terminal que se presta al juego de los corruptos, no se da cuenta que son parte de un mecanismo desechable en manos de quienes los utilizan para sus propios fines. En La Terminal convive un submundo, donde durante mucho tiempo ha predominado la extorsión, los asaltos y la inseguridad, hasta el extremo que tuvieron que crear su propia guardia pretoriana para hacer de ese lugar un sitio más seguro para las y los compradores (as) y vendedores(as). Limpieza social, le llaman algunos.
Y así cayeron en sus propias redes. Ese grupo armado de vigilantes ejerce poder dentro de La Terminal. Sacarlos a las calles para enfrentar a estudiantes e indígenas es un acto cobarde y peligroso que deslegitima al gobierno de Giammattei. Poner al pueblo contra el pueblo, solo se concibe desde una mente podrida y enferma.
Lo peor es ver que hasta el mismo presidente del Congreso estuvo en La Terminal, donde se tomó fotos con algunos de los líderes de los supuestos vendedores y hasta con la aprobación del presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Congreso, quien los felicitó por su acto valiente de enfrentar a los desarmados con armas punzocortantes y palos. Eso sí, no mencionó que es la misma municipalidad capitalina la que siempre usó a los y las inquilinas de los mercados para sus propios intereses.
¿Qué pasa por la mente de Giammattei cuando ve el apoyo de la gente de La Terminal? ¿Se lo creerá? ¿Se sentirá apoyado y reconocido por su gestión? ¿Se podrá sentir fortalecido con estas manifestaciones orquestadas desde su propio gobierno por funcionarios que buscan acallar la crítica y quieren quedar bien con él?
A estas alturas para la población no hay vuelta atrás. La vida del guatemalteco, en su gran mayoría, incluyendo a esos supuestos vendedores de La Terminal, está bien jodida. Desempleo. Desnutrición. Corrupción. impunidad. Cooptación del estado. Narcotráfico. Mafias. Pandemia, Colapso hospitalario. Todo eso, es lo que hunde a Guatemala y la coloca entre los peores países del mundo en respuesta social para la gente.
Servirse de matones para acallar la voz de la indignación solo acarreará mayor rechazo para Giammattei y su gobierno represor. Porque en eso se ha convertido: en represor de su propio pueblo.