Por Haroldo Sánchez
Allá la guerra. Aquí la desnutrición. En ese país envuelto en una lucha con Rusia la destrucción de las armas. Aquí la destrucción de la vida ante los robos descarados de los políticos convertidos en funcionarios que saquean a manos llenas la esperanza, la ilusión y la vida de la gente. Eso sí, allá hay un conflicto que destruye todo a su paso ante el poder de las armas, aquí hay la dejadez y la hipocresía de los gobernantes que se enriquecen mientras el pueblo se muere literalmente ante la desidia y la ambición desmedida de la inmensa mayoría de funcionarios.
Ah, pero se llega como el adalid de la paz, mientras por estos lares se asesina o se criminaliza a quien defiende la tierra, el agua, los bosques, los ríos, los lagos. Se habla de los niños víctimas de la guerra, pero se quiere ocultar que somos uno de los países de América Latina con uno de los más altos porcentajes de muertes por falta de alimentos. Que, por aquí, en las familias del área rural, es un verdadero milagro que los hijos lleguen vivos a los 5 años de edad. Que no tienen acceso a la educación, a la salud, a la alimentación. ¿Entonces? El discurso se diluye entre las lágrimas de quienes pierden a su bebé por falta de comida.
Se hacen discursos donde se condena la guerra en Ucrania. Se critica a Rusia, mientras se le perdona que no se hayan entregado las vacunas que sirvieron tan sólo para llenar el bolsillo de más de uno. Hipocresía. Dicen por allí que tan solo quieren lavarse un poco la cara ante el imperio para que no ponga a sus cercanos en la Lista Engel. Todo está medido, meticulosamente preparado. Eso sí, se grita a los cuatro vientos esa frase de “injerencia”, tan solo cuando les conviene.
Sacan toda su artillería para defender a quienes aparecen en esos listados de agentes corruptos, los que son sus aliados y sirvientes (jueces, magistrados, diputados), pero se hacen los locos cuando se trata de proteger el Estado de Derecho y tienen refundida en una bartolina a Virginia Laparra en el Cuartel de Matamoros. Tratan de hundir física y moralmente a un hombre probo y honesto como lo es el juez Miguel Ángel Gálvez. Hipócritas. Farsantes. Aduladores del mal. Defensores de la oscuridad.
Se autodenominan paladines de la paz en el mundo, mientras en su país aumenta el desempleo, los hospitales sin medicina, ni camas. Las carreteras destruidas, mientras el ministerio de Comunicaciones le quita 600 millones de quetzales a la salud para dilapidarlos entre los contratistas del Estado, sus amigos, sus compinches de transas. La criminalización en contra de quienes no piensan como ellos. Escuelas sin pupitres. Pueblos enteros en el olvido, sumidos en la pobreza y el desengaño.
Se toman fotos frente a la destrucción de la guerra, pero se hacen los desentendidos ante las ruinas de un país que cada día resalta ante la comunidad internacional como el más corrupto de la región, el que peor enfrentó la pandemia, aunque quieran engañar con lo contrario. Visitan un país en conflicto armado, pero no se atreven a pasar 24 horas en el interior del hospital San Juan de Dios, en el Roosevelt, o en cualquiera de los hospitales de la red nacional, para ver la dura realidad de quienes trabajan a diario sin las condiciones adecuadas.
Dicen que es muy complicado, difícil, desgastante, servir a dos amos. Por acá lo saben hacer muy bien porque han aprendido a mentir, engañar, falsear, transgredir y manipular para gobernar. Son políticos sin escrúpulos que cuando están en la llanura ofrecen cambiar el país, pero al final tan solo cambian ellos: se convierten en los ricos emergentes que cada cuatro años se desvelan para llegar al poder, donde no harán absolutamente nada de lo que prometieron. Si alguien lo duda, que busque los discursos, presentaciones, entrevistas de los políticos cuando están en campaña y verán que allí eran unos y luego se convierten en los verdugos de su propio pueblo.