Por: María Eugenia Mijangos
Mateo sale para el terreno de Don Pedro a las cuatro de la mañana, igual que todas las semanas, hoy es el segundo día que le toca ir a cortar leña para la casa, el terreno queda un poco lejos y tiene que caminar de prisa, para que la jornada le abunde.
Ya en el lugar, se afana por varias horas y después hace una pausa para comer las tortillas, el café ralo que lleva en una botella, un poco de hierbas y chile que le puso su mujer. Mientras come, se recuesta en un árbol y piensa en lo que necesita, casi no recibe pago y ya tienen cinco niños, él quisiera que por lo menos uno de ellos aprendiera a leer y escribir, le han contado de una escuela para «indios» que han puesto los padres jesuitas los días domingos, piensa que va a tratar de averiguar sobre eso, pues su hijo José es muy listo y seguro que aprendería rápido.
El aire es limpio y huele a pino y ciprés, el cielo está despejado, se ven nubes blancas y brillantes, los árboles algunos enormes, dejan oír un leve rumor y mueven sus ramas acompasadamente cuando el aire las toca. Pero Mateo no disfruta de todo eso, pues hoy, a su preocupación se une el agotamiento.
Después de su corto descanso continúa con su tarea, saca un pedazo de tela, con el que se seca el sudor de vez en cuando, cuando ya calcula que tiene la tarea lista, empieza a arreglarla. Con mucha dificultad se coloca la gran carga en la espalda sujeta al mecapal que ve en su frente. Inicia el regreso, procurando no resbalar, pues una leve llovizna hace más difícil el camino.
Durante el trayecto hace dos descansos, se coloca a la orilla del camino y ve como pasan otros hombres con sus cargas de leña o de maíz, después trata de apresurarse, pues la lluvia está arreciando. Sus macizas y fuertes piernas hacen todo el esfuerzo posible, resaltándose las venas que las cruzan, sus pies anchos y endurecidos se aferran a la tierra para no caer.
Por fin llega a la ciudad y apresura el paso, lleva la cabeza baja y no camina por la acera, sino por la orilla de la calle, al llegar a la plaza central, se da cuenta que hay mucho movimiento, a lo lejos ve a su señora Doña Dolores, en medio de un grupo de gente, hay quema de cohetillos y una marimba deja oír sus compases. Mateo con cuidado levanta la vista nuevamente, pero sigue su camino, no entiende que está pasando:
-Seguro que es una fiesta…..….pero hoy no es día de ningún santo….bueno, mejor me apuro, tal vez van a necesitar leña-.