Por Haroldo Sánchez
–Debe bajarle el tono a su trabajo periodístico, o se atendrá a las consecuencias -amenazó la voz por el teléfono.
¿Bajar el tono de mi trabajo?, pensó el periodista. ¿Qué significa eso? No entendía a plenitud la advertencia. Era callar. Huir del país. Ocultarse. Dejar la profesión por miedo. Buscar refugio en una embajada. Acudir a la comunidad internacional para poner en aviso que lo habían amenazado. ¿Era o no una amenaza? O tan solo se quedaba en “advertencia”.
La duda lo llevó a una profunda reflexión sobre lo que había sido su profesión. Jamás entendió eso de “bajar el tono a su trabajo”. No era la primera vez, aunque el contexto de ahora era totalmente distinto. Durante el conflicto armado interno, el ejercicio periodístico no fue fácil. Se trabajaba bajo la mira de los escuadrones de la muerte, grupos armados de extrema derecha que “ajusticiaban” a quien se les pusiera enfrente, o bien, les caía mal. Su lema era: periodista visto, periodista muerto. Eso generó decenas de periodistas, hombres y mujeres, en el exilio y más de uno/a dejó de lado su profesión, en resguardo de su vida. A otros, como José León Castañeda, su amigo y compañero, asesinado en la “panel blanca”, por atreverse a formar el sindicato de periodistas, fue suficiente para que su valiosa vida terminara.
En esa época, la vida para esa gente no valía nada. A ellos se sumaba la Policía Nacional, la Judicial, la Policía Militar Ambulante, la Guardia de Hacienda, el ejército y la temible G-2, cuyos integrantes de estos cuerpos de seguridad, formaban parte de los grupos de represores que gozaban de carta blanca para hacer y deshacer a su antojo. Son responsables de miles de asesinatos que al final, la mayoría, quedó en la impunidad. Su misión: callar a quien pensara diferente. En esos tiempos oscuros, lo más fácil era decir que las/los periodistas estaban al servicio del comunismo internacional, que eran guerrilleras/os, socialistas y buscaban imponer un sistema político distinto en este bello y horrendo país, como dijo el poeta.
Años perros. Duros. Terribles, que forjaron espíritus que nunca aceptaron la mordaza, al contrario, fortalecieron su espíritu para no callar, para denunciar las injusticias que sufrían las familias guatemaltecas, víctimas de un sistema corrupto enriquecido con una guerra que generaba ganancias a manos llenas, mientras la inmensa mayoría sucumbía entre las violencias que inundaban de sangre los caminos y las veredas por todos los rincones del país.
Capturas ilegales, allanamientos que dejaban dolor y llanto en los hogares, con el secuestro de personas que jamás aparecían vivas. Muertos tirados en las calles. El tiro de gracia como carta de presentación. Carros sin placas. Hombres con capuchas o pasamontañas, recorrían con sus vehículos de la muerte las calles de la ciudad, y sembraron la tierra de luto, con un reguero de sangre y desesperanza sobre miles de personas, que aún hoy, muchos años después, siguen buscando a un hijo, un padre, una madre, un abuelo, que fue arrebatado como supuesto simpatizante de la guerrilla, cuando muchas veces, ni siquiera entendía el significado de esa palabra.
El periodista veía pasar como una película de terror, todos esos recuerdos. Cuando escuchaba que hacer periodismo hoy, es igual que en esos días, sonreía para sus adentros. Nunca era igual, porque los tiempos cambian y los represores también. El mundo ya no es el mismo; dejó de existir la guerra fría, aunque aquí siguen algunos dinosaurios anclados en el pasado, aferrados a una lucha que no es la nuestra desde hace bastantes años.
Hoy, para callar a las/los periodistas ya no se recurre a la muerte física. Aprendieron que se les puede minimizar con amenazas, criminalización, cárcel, destierro, ahogo económico, descrédito, falsas acusaciones, juicios amañados, crear campañas negras en contra de ellas/ellos y sus medios de comunicación. Desde 1986, con la llegada del gobierno de Vinicio Cerezo, hasta la fecha, el periodismo tampoco es el mismo. Se produjo una de las más grandes transformaciones tecnológicas, que generó la democratización de la información.
El internet es el creador y “hacedor” de expandir la libertad de expresión, al dotar a la sociedad guatemalteca de las herramientas para estar presente en la comunicación. El informar dejó de ser patrimonio exclusivo quienes se graduaron como periodistas y se convirtió en un ejercicio ciudadano, donde se puede aportar y participar a través de las distintas plataformas. Así que, para el Estado, generar un manto de silencio se les complica ante ese abanico de posibilidades. Si un medio lo oculta, miles más se harán eco de una información por más sensible que sea.
A pesar de las amenazas, la opción no es callar. Por el contrario, se hace necesario que cada una de las y los guatemaltecos haga escuchar su voz a través de los medios disponibles. Si se tratara de una sola voz es muy fácil callarla, pero cuando son cientos, miles, nada ni nadie imposibilita que se expresen las cosas como son y sin miedo.
La llamada dejó al periodista más pensativo que temeroso. Cuando en Guatemala los pueblos se levantan, cuando se cuentan por miles quienes dan la cara sin taparse o cubrirse, hay que seguir adelante con el trabajo periodístico.
Sabía que pasarían los años y que jamás entendería eso de “bajarle el tono” a su quehacer periodístico. Sobre todo, cuando aquí, callar ya no es una opción.