El agua es vida, pero para muchas mujeres en Guatemala, conseguirla implica recorrer largas distancias, cargar peso y enfrentar riesgos. Mientras que en algunas áreas urbanas el acceso al agua se da por sentado, en otras, incluso dentro de la ciudad, el suministro es irregular o inexistente. En comunidades indígenas, mestizas y campesinas, la situación es aún más crítica, y la lucha diaria por el agua recae principalmente en las mujeres.

Por Daniela Sánchez Lemus

Las guardianas del agua no solo usan el agua, la protegen. En Santiago Atitlán, las mujeres han cuidado el lago desde siempre. Sin reconocimiento, sin reflectores, limpian las orillas, evitan el uso de plásticos y han encontrado maneras de reciclar para evitar la contaminación. 

Son ellas quienes enseñan a sus hijas e hijos que el agua no es un recurso cualquiera, no aparecen en los medios de comunicación de gran alcance, ni reciben apoyo gubernamental, pero sin ellas, el acceso al agua estaría en peores condiciones.

El trabajo de las defensoras del agua es un legado, un espíritu que se respeta y se cuida. Muchas familias han implementado la captación de agua de lluvia, una solución ancestral que hoy cobra relevancia ante la escasez. Sin embargo, su trabajo es invisibilizado. 

Elena Chiquival, lideresa maya Tutul Xiu y miembro del Consorcio de Mujeres Indígenas de Santiago Atitlán, Sololá, explica: Cuidamos el agua no solo en su uso, sino en su manejo, limpiamos las algas, evitamos desechables y promovemos la captación de agua de lluvia, una práctica ancestral.

Pero la lucha no es solo contra la contaminación. En comunidades Xincas, el problema es también la indiferencia del Estado y el abuso de las grandes empresas. Sin agua potable en muchas aldeas, las mujeres tienen que recorrer largas distancias a altas horas de la noche para conseguir un poco. Y en ese camino, además de cargar con cántaros pesados, muchas veces cargan con el miedo.

Aída Carrillo,Vocera comunitaria del Parlamento Xinca, integrante de la Comisión de la Juventud Xinka, ha denunciado las dificultades de acceso al agua potable y los riesgos que enfrentan las mujeres, nosotras no solo cargamos agua, cargamos miedo: miedo al acoso, a la violencia y a que el agua no alcance para todas.

El problema no es solo de infraestructura, sino de voluntad política. El acceso al agua no deberia ser un lujo, debería ser un derecho. Muchas comunidades dependen de sistemas precarios o de la lluvia, mientras que empresas contaminan sin asumir responsabilidades. En Santiago Atitlán, Elena Chiquibal expone que grandes compañias dejan sus envases en las playas comunitarias sin ninguna regulación. Aída Carrillo, por su parte, señala que la falta de agua no solo afecta el consumo, sino también la producción de alimentos, encareciendo la vida de las comunidades indígenas y campesinas.

Sin embargo, estas mujeres no esperan sentadas. Desde sus comunidades, han impulsaso soluciones sostenibles: captación de agua de lluvia, reforestación de nacimientos, reducción del uso de plásticos y agroecología para evitar fertilizantes químicos. 

Desde el Consorcio de Mujeres Indígenas, Elena ha impulsado la recuperación de tintes naturales, reduciendo el impacto ambiental de la industria textil. También han implementado proyectos de agroecología con más de 275 parcelas en diferentes comunidades, promoviendo el uso de fertilizantes orgánicos y sistemas productivos sostenibles. Además, han establecido granjas ponedoras para fortalecer la seguridad alimentaria sin depender de químicos.

El consorcio también ha trabajado en la educación de nuevas generaciones sobre la importancia del agua. Transmitimos nuestro conocimiento a través de la observación y la tradición oral. Desde pequeñas, nuestras hijas participan en la gestión del agua, porque sabemos que la defensa de este recurso es clave para el futuro, afirma Elena. Han implementado programas comunitarios de sensibilización, educación ambiental y reciclaje, convirtiendo desechos plásticos en materiales de tejido artesanal. 

Aida, desde el Parlamento Xinca,  promueve la sistematización de conocimientos, documentando historias de lucha y mecanismos de trabajo comunitario, para que las futuras generaciones comprendan la importancia de la gestión del agua desde una perspectiva ancestral.

Elena Chiquival explica iniciativa de gallinas ponedoras y agroecología a representante del MAGA durante visita al Consorcio el 6 de marzo 2025.

En Santiago Atitlán, el Consorcio de mujeres, ha promovido la inclusión de mujeres en espacios de decisión, logrando hasta un 40% de representación en consejos comunitarios. Para fortalecer esta participación, han impulsado políticas públicas que exigen mayor representación femenina en la toma de decisiones sobre la gestión del agua. Nosotras sabemos que el agua es prioridad. Muchas veces las mujeres decimos: prefiero no tener electricidad, pero no puedo vivir sin agua, menciona Elena sin duda alguna.

Al preguntarle a Elena, como comparten el conocimiento ancestral sobre el agua y la importancia de esa transmisión en la actualidad, su respuesta es que a nuestras hijas o nuestros hijos los metemos a la etapa de la observación desde más pequeños, para que aprendan cómo nosotras también participamos en esos procesos de la gestión del agua. Entonces también ese conocimiento de la tradición oral, siempre se lo  inculcamos  a nuestros más cercanos.

Y también por eso el consorcio contribuye a esta protección del agua, cuenta con una política ambiental institucional. Nosotras en nuestra organización no aceptamos el uso de utensilios desechables porque creemos que es contaminar el ambiente. Entonces, siempre utilizamos utensilios que si son lavables, utensilios que si se puede reutilizar.

Como parte de nuestro trabajo como consorcio, apoyamos jornadas de reciclaje de bolsas plásticas provenientes de los hogares. Estas bolsas se transforman en hilo para tejido, compuesto en un 50% por plástico reciclado y un 50% por hilo convencional. Es importante cambiar la forma en que nos referimos a estos materiales: no son basura, sino recursos reciclables. Por ello, desinfectamos las bolsas, las sometemos a un proceso de transformación y las convertimos en nuevos productos. Además de contribuir al reciclaje, esta labor es esencial para proteger el agua en nuestras comunidades.

Elena afirma que uno de los principales desafíos que enfrentan las mujeres indígenas en la defensa del agua es la falta de reconocimiento y visibilidad de su trabajo. A menudo, nuestras contribuciones, como la limpieza de playas y la protección de fuentes hídricas, no son valoradas ni documentadas.

Otro reto importante es la ausencia de marcos legales que respalden su labor y protejan sus territorios. Las empresas transnacionales operan sin regulaciones claras que consideren los derechos de las comunidades indígenas, lo que dificulta la lucha por la preservación del agua y el medioambiente.

Asimismo, Elena recalca que las mujeres indígenas enfrentamos barreras dentro de nuestros propios espacios de participación, ya que muchas veces no se nos da la oportunidad de liderar o influir en la toma de decisiones. La defensa del agua no es solo una causa ambiental, sino también una lucha por el reconocimiento y el respeto a nuestras voces y derechos.

La lucha no es fácil. La criminalización de defensoras del agua en Guatemala y en la región es una realidad. Muchas han sido amenazadas, perseguidas y silenciadas, por exigir su derecho a un recurso limpio y accesible, como el caso de la hondureña Berta Caceres, asesinada en 2016 por defender los derechos de la población lenca y el medio ambiente. A pesar de esto, la convicción de las mujeres en defensa del agua sigue firme. El agua es un derecho, no una mercancia. 

Hemos sido criminalizadas por exigir nuestro derecho al agua, pero seguimos adelante. Este año impulsamos un seminario mesoamericano para visibilizar nuestras demandas ante organismos internacionales, comparte Elena. También han llevado sus denuncias a tribunales internacionales, exigiendo que el Estado asuma su responsabilidad en la protección del agua y el medioambiente.

El Día Internacional del Agua es un recordatorio de que hay mujeres como Elena Chiquival y Aída Carrillo que todos los días defienden este recurso con su trabajo, con su esfuerzo y, a veces, con su seguridad. Su lucha no es solo por ellas, sino por todas y todos. Porque sin agua, no hay vida. Y si algo han dejado claro, es que no se van a rendir. Seguirán transmitiendo sus conocimientos, organizándose y alzando la voz, porque saben que el agua no es solo un elemento natural: es la base de su existencia, de su cultura y de su futuro.

Por Factor4