Nací en uno de los mejores países del mundo: Guatemala. Amo este país sobre todo por su gente. Sus paisajes. Costumbres. Atardeceres. Tradiciones. Los días de lluvia. El verde de sus montañas. El café con champurrada. El tamalito de chipilín. El aroma de las flores. La hermosura de sus volcanes. El profundo azul del lago de Atitlán. Los bosques. Ríos. Y su historia maya.

Desde niño tuve la enorme dicha de ser educado en mis primeros años, por mi abuelita Vica, la abuela de mi madre Mina. Ella insistió siempre en que todas las personas merecen respeto. Sin importar si tienen o no dinero. Si son blancos. Negros. Mulatos. O tiznados. Que no los menospreciara por sus trajes. Su idioma. Menos, por cómo veían el mundo.

Nacer aquí no es un privilegio, es más bien un compromiso, por ser uno de los países más desiguales que existen en el mundo. Es más, siempre se nos comparó con Haití. Por pobreza. Miseria. Desnutrición. Analfabetismo. Y violencia política. Dictadores en ambas miserables naciones.

Nacer aquí no es un privilegio, es más bien un compromiso, por ser uno de los países más desiguales que existen en el mundo.



Guatemala tiene un historial de confrontación. Aquí se pelea no solo por lo ideológico, también por ser rojo o crema. Por ser de izquierda o de derecha, o de centro. Se pelea por ser pobre o rico. Por ser de la USAC o de la Marroquín. Por ser blancos o morenos. Por hablar diferente. Por no entender al otro. Por todo nos enfrentamos.

El siglo pasado dejó marcado en la historia a muchos dictadores. Violadores de derechos humanos. Asesinos de la vida. De la esperanza. De la ilusión. De un 1954 que terminó por abrir una brecha aún más profunda en la sociedad. Insalvable. Odiosa. Presente. Desgarradora. Terrible.

De ese tiempo hasta el presente, la sangre de gente buena. Honorable. Valiosa. Sembró de tristeza miles de hogares, donde se perdió un padre. Una hija. Esposa. Hermana. Tío. Abuelo. A un amigo. Un conocido. Un vecino. Y de esto, nadie salió ganador, porque el luto vistió de negro a la sociedad sin ningún tipo de distinción.Esta, la nuestra, es una sociedad dividida. Egoísta. Racista. Discriminadora. Clasista. Desigual. Pero es la nuestra. Donde nacimos. Crecimos. Y seguro, moriremos. Es nuestra casa. El hogar. A donde regresamos por más lejos que nos vayamos. Es donde habitan nuestros amores. Sabores. Colores. Perfumes. Ilusiones. No es fácil Guatemala. Es ese algo que por más amor que le demos, se nos escapa. Vuela. Se aleja. Evapora. Y se hace querer aún más, precisamente por eso. Se ama este país por más complicado que sea. Y nos duele. Nos desgarra. Nos llena de sobresaltos. Nos golpea el alma. Nos rompe la armonía cuando la vemos tan necesitada de todo. Tan olvidada por todos.

Entonces, por qué su gente no logra ponerse de acuerdo. Son pocos los que rechazan a este su país. Podrán quejarse de sus gobiernos, de los alcaldes, ministros, diputados, funcionarios, pero siguen amando la tierra que escuchó su primer llanto.Qué le pasa a esta nación. No se logran acuerdos. Más bien, brilla y gana el rechazo. La antipatía. El odio. La descalificación. El repudio. La animadversión. El rencor. Y por eso, siempre estamos solos ante el peligro. Sea cual sea la catástrofe natural. Terremoto. Avalanchas. Erupciones. Inundaciones. Pandemias.Eso sí, el guatemalteco es un ser bondadoso. Amable. Querible. Solidario. Que sale presto a ayudar a quien más lo necesita. Cuando se llena de dolor. La muerte. La angustia. La zozobra. Golpea el alma de este pueblo. Cuando la desgracia golpea. Arrasa. Destruye. Allí están esos gestos de apoyo material para hacerle frente a esos difíciles momentos.

Es como si tan solo en la desgracia la sociedad puede hacerse una. Sólida. Firme. Presente. Y se vuelca por quien más lo necesita. Sin importar de quién se trate. Allí se está para tender una mano amiga.¿Y ahora?

En este momento. Cuando el mundo está patas arriba. Derribado. Débil. Moribundo. Luchando. Asustado. Temeroso. Ahuevado. Qué se está haciendo en Guatemala. El escenario es de nuevo. Una vez más. Como siempre. DIVIDIDO. Cada quién está buscando salir adelante. Sin respaldo. Sin ayuda. Solo. Olvidado.

En este cielo hermoso que nos cobija, en este drama humano llamado Covid-19, hay diversos actores. Gobierno. Sector privado. Sociedad civil. Iglesias. Y la población. Veo que cada uno de ellos está junto. “Pero no revuelto”. Es como si cada actor ejerciera el derecho a interpretar su papel como se le dé la gana. Sin coordinación. Sin un sentido unitario. Es como si la cuarentena con la llegada de este virus, nos dijera “sálvese quien pueda”.

El nuestro es un país con demasiados problemas. No resueltos. Ni tratados. Menos enfrentados. Somos más de 17 millones de habitantes, y en la pandemia del coronavirus, todos estamos expuestos. Pobres. Ricos. Mestizos. Blancos. Católicos. Evangélicos. Indígenas. Hombres. Mujeres. Niños. Ancianos.

Por qué no entender que hoy más que nunca es importante dejar de lado las distintas posiciones políticas. Económicas. Sociales. Religiosas. Y buscar la unidad para que el daño no sea tan severo. Si no se toman medidas de apoyo a la inmensa mayoría, esa minoría insensible, también se verá afectada. Involucrada. Desgastada.

hoy más que nunca es importante dejar de lado las distintas posiciones políticas. Económicas. Sociales. Religiosas.

Hoy deben brotar. Salir. Emerger. Brillar. Los verdaderos líderes. Los que dejen de lado los intereses personales. Gremiales. De grupo. De amistad. De compañerismo. Al presidente no se le debe dejar solo. No es un mago. Ni un genio. Menos un todopoderoso. Es un hombre que seguro está lleno de temor. Inseguridad. Miedo. Angustia. Porque no es un robot. Ni es Dios.

Es el momento de dejar de ser un país dividido. Fraccionado. Atomizado. Sin rumbo. Ni concierto. Si no hay unidad, el coronavirus acabará con más de la mitad de la población. Y no es mentira, menos cuento. Ni se está inventado. Es la cruda y dura realidad. Y si alguien no lo cree que vea a Estados Unidos. China. España. Italia. Ellos, países del primer mundo, están hoy sufriendo lo que padecen las poblaciones del tercer mundo. Guatemala. Nicaragua. Venezuela. Honduras. México. Ecuador. Bolivia. Chile.

Aquí nadie tiene nada asegurado. Por más dinero que se tenga.  O no se tenga. Por más poder económico del que se disponga. Este virus no perdona a nadie. Ni al príncipe Carlos en Inglaterra. Ni a deportistas millonarios. Ni gente del cine. De la farándula. Del espectáculo. Ni al que vende shucos en la calle. Al que cada año se va de shoping a Miami. Ni al que apenas tiene para comer. Todos los seres humanos sobre el planeta, somos sensibles víctimas ante la pandemia.

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