Por Teresa Son
Totonicapán
Amanece, respiro profundo, me siento con energía y vitalidad. Conforme transcurren los segundos percibo la realidad, reflexiono : “la vida de una mujer siempre está en peligro”, no por el maravilloso ser de mujer, sino por el contexto de violencia y acoso sistematizado que nos rodea.
Para nosotras las mujeres, se convierte en un peligro los hombres que creen tener potestad sobre nosotras; en algunos hogares se hacen evidentes las formas de violencia que nos amenazan. Con el pasar de los años de mi vida joven, he aprendido a desarrollar una capacidad de alerta, de oler el peligro, inclusive aquellas intenciones disfrazadas que nos hacen creer que es cariño.
El peligro parece estar en nuestro entorno al igual que el aire que respiramos, sin embargo me niego a creerlo así, porque algo en mí afirma que esa experiencia de relaciones no es profundamente humana.
Puedo llegar a sentir una sensación espantosa al salir de casa. Las pocas calles que camino están plagadas de ofensivas, ¿Son piropos? no, claro que no. Son reflejos de la imagen que ciertos hombres pueden llegar a tener de nosotras, como si fuéramos un objeto. No niego las ganas que me han dado de voltear para gritarles y hacerles entender que lo que hacen es asqueroso, que me ofende. Pero solo me doy cuenta de que tendría que pasar toda la calle haciendo lo mismo y ellos sin entender, al contrario, las veces que lo he hecho aumentan la burla.
Me he dado cuenta de que la normalización del acoso sexual está presente en todas las sociedades, hay quienes afirman que son los albañiles quienes más incurren en este tipo de acoso, se olvida que también muchos profesionales que se dicen respetuosos, desde sus carros, inclusive desde sus oficinas nos insultan, ya sea con miradas lascivas o palabras fuera de contexto.
Subir al transmetro, bus o taxi, puede ser un sufrimiento; detesto ir en el pasillo. Ir parada a la par de un desconocido puede volverse una lucha, porque casi siempre somos las mujeres quienes llegamos a vivir la peor de las experiencias.
Cuando llego al trabajo podría pensarse que ya estoy en un lugar más seguro, pero no, el peligro en la oficina es todavía más evidente, aunque con mayor disimulo. Palabras, solicitudes, aceptaciones que hay que seguirlas porque es el jefe o compañeros con sus puestos de poder, que los hace sentir que pueden usarnos para satisfacer sus antojos, pero una sabe sus intenciones e intenta lidiar con ello también.
Pedirnos nuestro número personal, hacer llamadas en horario fuera del laboral, buscar espacios solitarios en la oficina, exigir favores personales porque así lo quieren, es una idea que sostiene el acosador. No faltan los comentarios en afirmar que así debe ser o que una lo debe pasar por alto. En mi caso he insistido en decirles explícitamente lo incómoda que me hacen sentir y que no corresponde a mi responsabilidad laboral y por ende no debo consentir. Las amenazas aumentan y pretenden hacernos sentir culpables. He aprendido a confrontar y no dejarme limitar por estas actitudes, lo peor es darse cuenta de que, aunque se les hace saber que no estamos de acuerdo, siguen como si nada pasara.
Otro espacio peligroso puede ser la universidad; en clase, en los grupos de trabajo, en convivencias, tanto compañeros como maestros pueden llegar a acosarnos y es una sensación horrible, lo mismo sucede en la iglesia, aun cuando se dice tener “normativas de convivencia”, también para nosotras las mujeres son espacio donde somos acosadas, porque suelen ser los mismos que andan en los diversos espacios buscando su beneficio e interés, lo que indigna es que lo hacen proclamando que son cumplidores de la moral, por ello es mucho mas peligroso y letal.
Con las constantes experiencias me pregunto, quien acosa, sea hombre o mujer, ¿no se da cuenta o no quiere darse cuenta? O es que ¿no entiende o no quiere entender? La respuesta puede radicar en un sistema patriarcal-machista sustentado por practicas culturales, ideológicas, enraizadas en falta de información y voluntad de cambiar. Tampoco lo justifica, pero realmente lo hemos normalizado tanto, que creemos sentirnos cómodas y cómodos de seguirlo guardando como se ha hecho hasta ahora. La cultura, la religión, las políticas, la sociedad las sostienen, por ello sentimos que estamos bien y nos alarma cuando alguien exige su derecho, su libertad, su respeto.
Para nosotras las mujeres todos los espacios pueden llegar a ser peligrosos, nos encontramos con situaciones que nos vulneran y no es justo, esta realidad acosadora nos desgasta y consume, no es humano.
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