Por Haroldo Sánchez
Existe un mito que se vuelve realidad en nuestro medio: mientras la izquierda descansa, la derecha está activa, sin tregua, siempre lista. La llamada “izquierda” guatemalteca, se divide en múltiples fracciones, mientras la derecha permanece unida, sólida en la defensa de sus intereses. Uno escucha estas máximas y cuando voltea a ver la realidad, descubre que son verdaderas como roca.
Pero hay que ir un poco más allá: ¿en qué son unidos los guatemaltecos? Al margen de quienes hacen alianzas para defender sus intereses económicos y políticos, los demás van por libre, por su cuenta. Miremos las últimas protestas, donde cada grupo presenta su propia demanda: una Asamblea Nacional Constituyente, la renuncia de Giammattei, que haya respeto para los periodistas, la renuncia de la Junta Directiva del Congreso, el despido del ministro de Gobernación y del jefe de la PNC, el fin del racismo y la discriminación, el cese de la corrupción, que se vayan los ministros, mejoras en la atención de la Salud Pública, del abandono en que quedaron los afectados por las tormentas tropicales Eta e Iota, el cierre del Centro de Gobierno (ya anunciaron su clausura y le quitaron su mayordomo personal al director), que no haya represión por protestar de manera pacifica, el pago a los médicos que combaten la pandemia del Covid-19, que termine el machismo, ya no más explotación de los recursos naturales…
Cada grupo tiene y presenta sus demandas, todas válidas, respetables y vinculantes, sin ninguna duda ni cuestionamiento: la gente en la plaza central, la que llena las plazas en Quetzaltenango, Petén, San Marcos, Quiché, Huehuetenango, Retalhuleu, Cobán y otras cabeceras departamentales más, la de los 48 cantones de Totonicapán, la Asamblea Social y Popular, de las alcaldías indígenas de Sololá, la de los representantes del pueblo Xinca, Siwan Tinamit La Voz de los Pueblos, así como la que realizan los estudiantes de las universidades Usac, Landívar y Del Valle. De las feministas, de la diversidad sexual, de hombres, mujeres jóvenes y personas de la tercera edad que salen a protestar de manera pacífica.
Que todos los grupos juntos hacen una enorme presión es innegable, separados y dispersos. se diluyen entre los gritos de la protesta. ¿Solo imaginemos lo que sería la unidad de todas estas fuerzas hoy divididas y fragmentadas? Con un proyecto político representativo, y una sólida organización… Es más, algunas voces cuestionan la presencia en la plaza, porque la gente lleva banderas azul, blanco y azul. Respetar a la gente que hace presencia en las plazas con símbolos patrios, es reconocer el nacionalismo que se proyecta desde los centros educativos. He leído y escuchado a quienes le quitan validez a la presencia de los capitalinos, afirman que no representan a todos los guatemaltecos, y encima llevan en sus manos el estandarte de la opresión, como si la gente que protesta fuera la responsable de siglos de exclusión, explotación y miseria. El “enemigo”, no hay que olvidarlo, es otro.
Es más, afirman que las acciones realizadas por los pueblos indígenas, sí son válidas porque plantean la reformulación del Estado, el cual debe ser plurinacional, popular y diverso, y piden la abolición de esa bandera por ser de los blancos, racistas y discriminatorios. ¿Y entonces? Para refundar este país se requiere de todos sus habitantes, sin distinción de razas, porque sino se volvería a caer en lo mismo: se pasaría del fuego a las brasas y nada cambiará, más que para algunos pocos afortunados, como ocurre actualmente. El cambio debe ser integrador.
Guatemala necesita transformar sus estructuras, cambiar de tajo la forma de hacer política, incluso, la de gobernar. Sin embargo, aquellos que lo plantean no pueden estar divididos y remar para su beneficio o interés. Nadie ignora que en el país millones de personas han sido dejadas de lado en la toma de cualquier decisión, y que la pobreza y la miseria afectan sobre todo a los pueblos indígenas, y al mestizo marginado, ambos grupos relegados por las mismas políticas de Estado.
Si de verdad se quiere cambiar Guatemala, se debe empezar por dejar de lado intereses personales y de grupo, y buscar juntos, lo mejor para la población. Hasta que no se dejen atrás los intereses que dividen a la sociedad, será difícil y complicado lograr el cambio que se anhela y que se está exigiendo. Este tiempo es de sobrevivencia por la crisis de la pandemia, y hay que buscar el mismo futuro y no crear decenas de senderos que nunca se juntan, y que, por el contrario, se alejan del gran objetivo.
La historia de Guatemala está escrita desde la división y la fragmentación. Los únicos que permanecen unidos son el ejercito, los miembros de las cúpulas empresariales y los dueños de los distintos partidos políticos, a pesar de que existen divergencias entre ellos, saben que juntos son más fuertes en la defensa de sus propios y personales intereses. El resto, anda gritando para ser solo escuchado por ellos mismos y sus acompañantes.
Y si a todo esto añadimos la falta de líderes, entonces el plato está servido. ¿A quién seguir? ¿Quién representa la defensa de los intereses genuinos de la inmensa mayoría de guatemaltecos? Aquí ya no tenemos un estadista del tamaño de Manuel Colom Argueta, vilmente asesinado y cuyo crimen hasta el día de hoy, permanece en la impunidad: ni los ejecutores materiales, menos los intelectuales, fueron llevados a juicio.
Sea cual sea el devenir del país, las calles y las plazas seguirán siendo el escenario ideal para mostrar el rechazo a la clase política corrupta, y quienes no están de acuerdo deben aprender a aceptar las distintas formas de externar posturas en contra del gobierno y sus instituciones. Hacer lo contrario, tan solo parecería que le hacen el juego a quienes manejan los hilos del poder. Nadie puede agenciarse la voz de los demás, menos, quitar valor a los que usan diferentes formas de protesta. Seguir fortaleciendo el mensaje de país dividido, solo favorece a esa derecha que siempre está unida y aferrada al poder desde hace siglos. Mientras el resto sigue atormentándose en sus propios y personales infiernos ideológicos y de clase.
Ojalá un día, Guatemala sea un solo país. Una nación en igualdad de derechos. Ese es el anhelo de estas personas que hoy buscan su lugar de forma grupal e individual, haciendo acto de presencia en las plazas, en los entronques de los caminos, guiados por líderes indígenas, campesinos, populares y representantes de la sociedad civil. Lo importante hoy en día, es que la indignación ante las injusticias y el robo descarado de los gobiernos de turno, debe continuar para forzar el inicio de un cambio. Que el sistema está podrido, lo sabemos, y el gran reto es la construcción de uno nuevo, donde tengan cabida toda la ciudadanía de este país.
Aún queda un largo camino. Las diferencias son grandes y en muchos casos, profundas. Falta entender que la fragmentación solo beneficia a quienes durante siglos buscan y aplican, precisamente eso: el divide y vencerás; un lema que, hasta el día de hoy, sigue funcionando. En la población consciente está el seguir el juego ad eternum, o actualizarnos y unirnos, aunque moleste a posturas y contenidos ideológicos, algunas veces trasnochados. La unidad, es el único camino para enfrentar primero al monstruo de la impunidad y la corrupción, que emanan de lo Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y confluyen con los intereses del crimen organizado y de las mafias políticas. Después, al limpiar la mesa, habrá necesidad de buscar metas comunes, algo que por hoy se ve aún lejano por las grandes diferencias y, sobre todo, porque la sociedad se enfrenta a la fortaleza política de un sistema cooptado por los de siempre. Aún así, callar ya no es una opción y hay que seguir exigiendo y demandando…