Víctor M. Ruano P.
Diócesis de Jutiapa
Jutiapa, 10 de septiembre, 2020
De la pandemia saldremos mejor. No hay duda que la pandemia está marcando y condicionando nuestras vidas. Estamos sometidos a la prueba, no porque Dios nos está castigando, sino por la oportunidad que se nos ofrece para ser mejores, como personas y como sociedad. De estos “tiempos recios” que vive la humanidad, no saldremos igual, como cuando entramos, o salimos peor o salimos mejor, ha dicho el papa Francisco. Ciertamente, todos queremos salir mejor, por eso aspiramos a “una mejor normalidad”.
No queremos regresar a “la normalidad” que teníamos, porque fue precisamente esa realidad la que nos llevó a esta tragedia humanitaria, agudizando cuatro grandes crisis que se suman a la de un país atenazado por mafias que viven de la corrupción y la impunidad y se incrustaron, cual parásitos, en muchas de las instituciones del Estado.
Atravesamos tiempos complejos y muy complicados, que demanda de todo ciudadana y ciudadano una actitud vigilante y de enorme responsabilidad, a la altura de los desafíos que tenemos, para saber discernir el rumbo a seguir y actuar en conjunto como pueblos situados en el territorio guatemalteco, al que las autoridades legítimamente establecidas deberán responder con amor y generosidad.
Aprendamos del pasado reciente. La pandemia es una oportunidad para unir a nuestros pueblos, como ocurrió con el terremoto del 76, que unió a toda Guatemala. En aquella ocasión, la Iglesia junto con otros sectores sociales muy consciente de la realidad, se sumaron a la reconstrucción del país, poniéndose del lado de las víctimas. Para la Iglesia católica significó una opción pastoral, que la hizo ponerse del lado de los pobres y a partir de aquel momento, mantuvo dicha opción durante los años más duros del conflicto armado interno y después de la firma de la paz hasta hoy, a costa de que las élites económica-política-militar la difamaran, excluyeran y no dejaran de perseguirla hasta que consumaron el asesinato de Monseñor Gerardi.
A partir de aquel momento, la voz profética de la Iglesia se hizo sentir como un llamado a la unidad y a la esperanza para reconstruir el país, que después, con el pasar de los años, se tradujo en un llamado a la paz y a la justicia para recuperar la dignidad de las víctimas y de los más pobres. Ese horizonte sigue siendo válido, no tanto porque provenga de la Iglesia católica, sino porque es una propuesta ética, humanista y que pone su atención, no en la economía o en los negocios, o intereses hegemónicos o políticos, sino en la persona y en la construcción del bien común, en el marco de una sana democracia incluyente y participativa.
La realidad que hoy vivimos debería ser un motivo para unirnos alrededor de causas comunes que nos permitan enfrentar de manera óptima la crisis, pero las élites económico-político-militares nos han polarizado, confrontado y dividido, porque no han soportado el clamor por la justicia del pueblo que logró despertar el MP, la CICIG y un pequeño grupo de jueces y fiscales independientes, desde abril del 2015.
Las cuatro Crisis. La pandemia puso en evidencia 4 grandes crisis que nos están golpeado duramente.
La crisis sanitaria es la primera, ya agravada por el abandono en el que ha estado por más de 40 años el sistema de salud, manejado por dinámicas corruptas en conninencia con las farmacéuticas y un Estado que no ha funcionado al servicio del bien de todos los guatemaltecos. Esta crisis de salud está provocando una severa crisis económica, que va a empobrecer más a la inmensa mayoría de los guatemaltecos y va a enriquecer más a las élites económicas-políticas, sin conciencia social y sin sentido de país.
Se estima que el número de pobres llegará este año a los 215 millones, es decir, al 35% de la población de América Latina y el Caribe (Cf. Informe CEPAL-OIT, mayo, 2020). Si en Guatemala hemos tenido más del 60% de pobres, este dato, lamentablemente se elevará. A esto se suma un gobierno que responde a los intereses del gran capital local e internacional, más que a las necesidades vitales de la población. Esta crisis económica provocará una agudización de la desigualdad social ya existente. La brecha entre pocos que tienen mucho y muchos que no tienen nada, será abismal.
La tercera crisis es la social. El pueblo, y con mucha razón, se muestra cada vez más descontento y se siente impotente ante los desmadres provocados por gobiernos ineficientes, por políticos, empresarios y sindicatos corruptos. A ello se suma un sistema de justicia débil y cooptado por mafias de cuello blanco, carteles de la droga y el negocio de las armas. Si el país no cambia de manera sustancial su rumbo, inexorablemente vamos a un creciente descontento de la población que traerá más violencia, represión de las autoridades e inestabilidad política.
Finalmente, la crisis mental. Ya son muchos los que se sienten cansados, agobiados, desesperados y con stress. También el miedo y la incertidumbre comienza a dejar sentir sus efectos, que se evidencian en esa experiencia de inseguridad, fragilidad y vulnerabilidad en todos los ámbitos de la vida personal. A muchos la angustia los domina y el futuro se les presenta incierto.
Conclusión. Todo lo que hoy nos está pasando no es poca cosa. Estamos viviendo tiempos muy complicados que requieren una nueva actitud ante la vida. El sentido de la vida es lo que está en cuestión, por eso el mayor desafío que hoy tiene la humanidad es precisamente ese: dar verdadero sentido a la vida.Tenemos que renovar el espíritu de lucha y de resistencia, generar mecanismos de solidaridad entre los ciudadanos, de unidad en las comunidades, de exigencia ante las autoridades para que, de una vez por todas, se pongan del lado de la gente y no del lado de sus negocios e intereses espurios, como lo han venido haciendo hasta hoy.