Historia de una piloto de buses extraurbanos
Andina Ayala
ed. WG
Fotos: Sergio Valdés Pedroni
La conocí en febrero de este año. Nada sabíamos de la pandemia y las camionetas extraurbanas, las parrilleras, como se les conoce popularmente, aún derrapaban por la cinta asfáltica a toda velocidad, transportando pasajeros y mercancías de un lado a otro por todo el país.
Subí en la calzada Roosevelt y pudo haber sido otro viaje anodino de vuelta a casa, de no haber sido porque al mirar el asiento de piloto, noté que al mando de la Orellana, una de las empresas que cubren la ruta entre la ciudad de Guatemala y Antigua, iba Lolita, la reina del volante, dueña de la carretera y sus confines.
Retrato de mujer al volante
Alejandra Coloma tiene 26 años, es madre de una niña y estudiante de agronomía en la Universidad Rural. Probablemente es de una las primeras mujeres chófer de buses extraurbanos de la ruta que va de Antigua Guatemala hacia la capital.
Una mujer al volante de una camioneta extraurbana, es impresionante, casi único. A primer contacto, su personalidad es fuerte y directa, seria y profesional. No por nada la llaman “Lola La Buena”. A medida que la conversación fluye, deja entrever una personalidad sencilla y amigable, que pronto se ve reflejada en cómo le tratan sus clientes, quienes al subirse la reconocen, la felicitan y animan.
En algunos hay reacciones de sorpresa comprensible, en un oficio dominado por varones, es fácil olvidar que hay mujeres que han hecho del volante una profesión y medio de sustento que les permite una vida digna, demostrándose a ellas mismas de lo que son capaces.
Aunque sea un trabajo rudo y mal pagado, Lola ha sabido ganar el respeto de sus compañeros. Se siente orgullosa. Al verla conducir se ve lo mucho que le gusta su trabajo.
Vigila la carretera mientras da instrucciones a su hermano, que va como su ayudante. «Mirame ahí», le dice al muchacho, un chico menudo y ágil que apenas roza los 25 años, e inicia una maniobra para cambiar de carril. Pide vías, hace señales, vocifera y, cuando un espacio se abre delante de nosotros, el chico le devuelve un «dale, dale, dale» y la camioneta empieza a adelantarse, conducida con la pericia de una cirujana. Con Lolita al volante estamos a salvo. No hay nada que temer.
Una de las Primeras Entre máquinas
Alejandra creció en la zona 4 de Mixco, una ciudad del Área Metropolitana de Guatemala, en la colonia Monserrat. Su padre tiene un taller en la zona 11 de la capital: “Taller y Transportes Coloma”. Desde muy chica compartió los juegos y actividades de su edad con el atuendo de mecánica automotriz: overol y zapatillas cómodas. Pasó gran parte de su niñez y adolescencia en el predio, entre metal, óxido, grasa y repuestos. Fue una infancia rodeada de máquinas.
A los 13 años le pidió a su papá, don Ricardo Coloma, Richi como le dicen en la colonia, que le enseñara el oficio y pronto empezó a ayudar en la reparación de motores, reinstalando frenos de sistema de aire y a revisar el nivel de fluidos, batería y hasta el sistema eléctrico, en el ambiente de aquellas máquinas donde se le vio crecer.
«Aprendí todo lo necesario sobre mecánica», cuenta con su voz agradable y potente. «Yo tendría unos 15 años cuando mi mamá se fue a los Estados Unidos y mi papá y yo tuvimos que asumir, solos, la manutención de mis 3 hermanas».
Mientras la pequeña se quedaba a cargo de los sobrinos, Lolita tomó su lugar en el asiento de piloto de la camioneta de su padre.
«Para quitarle un poco de carga de trabajo», confiesa poco después, recordando como las cosas en aquellos días no iban bien.
«Yo lo veía muy sacrificado. Casi no dormía. Todo para sacarnos adelante. Y aún así no dejé mis estudios. Fui de la idea de que no por recibir dinero iba a dejar de estudiar y mi papá me enseñó a pagar la escuela», cuenta Lolita, quien además de conducir y sacar adelante a los suyos, debía completar sus estudios pues quería ser ejemplo para sus hermanas menores.
Así fue como los vecinos de la colonia se habituaron a verla de overol, atendiendo el negocio de su padre.
De las 4 hijas, fue la única en involucrarse en el taller.
«Qué bueno que le enseñe a su hija, Richi», cuenta que le decían a su padre, un hombre poco dado a mostrar sus sentimientos, pero que en ningún momento dudó que su oficio, tradicionalmente reservado a los varones, también podía hacerlo perfectamente su hija. «Siéntase orgulloso de ella», le llegaron a decir muchas veces.
«Es un hombre de pocas palabras», recuerda la piloto. Pero un padre ejemplar, Lolita lo menciona varias veces en nuestro diálogo.
El camino como final del túnel
En las películas, como en Rápido y Furioso, Driver, o Need for Speed, la vida en la carretera parece destinada a los fuertes, a los inquebrantables, a los musculosos señoritos que deberán enfrentarse al villano de turno o, si hay suerte, salvar el mundo de alguna malvadísima organización en las sombras.
Para Lolita, la reina del volante, el camino fue más bien lo contrario: una luz al final de túnel. Aunque la vida en el taller no era fácil, la vida en el camino no fue más sencilla. Con el tiempo fue haciéndose un lugar en el negocio, no sin sacrificios pues aún la persona más currada por el oficio sabe que la competencia entre rutas y servicios es muy grande.
Logró sobreponerse
«Soy reconocida en toda el área de la Florida» (zona vecinal al municipio de Mixco en Guatemala). «Hice muchos viajes para Caritas, que está por el hospital San Juan de Dios. De noche llevaba a los que salían de los call centers, y los fines de semana hacía viajes turísticos. Nunca supe qué era ir a fiestas. Todo el tiempo ha sido para mí trabajar y estudiar».
A los 19 años se independizó y se mudó a Chimaltenango. «A los 20 formé mi propia familia, tuve una hija, regresé a la capital y trabajé nuevamente con mi papá».
El matrimonio que formó, duró cinco años. Su esposo falleció y, al igual que muchas otras madres, tuvo que seguir adelante con su pequeña. Después de su padre y de sus hermanas, Alejandra recuerda a su esposo Danndy, como su mayor soporte.
«Él me apoyaba en todo lo que me gustaba hacer. Con su partida, entré en una depresión muy fuerte. No quería estar en el lugar que me lo recordaba así que salí de la capital a refugiarme con una de mis hermanas a Chimaltenango».
Todo esto pasó a mediados del 2019. Seis meses antes de esta entrevista.
«Fue mi hermana quién, en broma, me dijo que me iba a recomendar para trabajar como chófer, porque ella conocía al dueño de Transportes Sarita, de Chimaltenango», cuenta Lolita, quien en medio del duelo no recordaba lo mucho que le gustaba estar entre máquinas y motores.
«En esos días dormía 20 horas seguidas», recuerda. «A veces tomaba pastillas y no quería saber de absolutamente nada».
«Le dije que estaba dispuesta a trabajar. La broma, según ella, me dio esa luz y el impulso que necesitaba para seguir luchando por mi hija, al mismo tiempo que me recordó lo que me apasionaba».
Transportes Sarita sería su primer trabajo fuera del ámbito familiar.
«Me llevó a hablar con el dueño, don Noé Figueroa, quien preguntó si yo podía manejar una caja 09, un tipo de caja de velocidades que nunca antes había manejado».
«Yo le dije la verdad», confiesa. «Pero puedo aprender, le expresé».
Había visto tantos tipos de automotores en el taller de su padre, aprendido a usar tantas herramientas y a moverse en aquel mundo siempre cambiante, así que una caja de cambios más no le iba a detener.
Y no la detuvo. Así fue como el gerente le entregó por tres días la camioneta, junto a otro chófer, y ya al cuarto día manejaba sola en la ruta Zaragoza-Guatemala.
«La empresa me abrió las puertas. Fue mi primer trabajo en transporte internacional y urbano. Hasta di un poco fama a las camionetas pues la gente empezó a hablar de mí en Facebook. Me hacían memes en los que me comparaban con el actor de la película Rápido y Furioso».
Y es que fue en esa época cuando se hizo viral en redes sociales. Incluso medios como Soy 502 y sitios de referencia como “Camionetas de Guatemala”, se ocuparon del tema.
Lolita era una estrella
«Después de un tiempo me ofrecieron una plaza en las camionetas Las Tonas, que van de Chimaltenango a Patzún y Patzicia». Su amabilidad y profesionalismo permitieron que Lolita, no solo recibiera el cariño y la admiración de los usuarios, sino que también el respeto de sus compañeros.
«Hasta la fecha hay gente me habla para saber si voy a regresar a trabajar con Las Tonas», dice, recordando aquellos primeros días en la interamericana. «Me fui porque estaba buscando una ruta menos pesada. Como hice algunos buenos compañeros choferes, éstos me dijeron que probara en Transportes Primorosa, de las que van de la Antigua a Guatemala. El dueño me pidió los papeles, más las referencia de la gente de Chimal y Patzún y me dio una ruta».
Un mundo de hombres
En La Primorosa empezó con un turno que a nadie le gustaba. Era pesado porque tenía que lidiar con otras cinco camionetas de la competencia y, especialmente por las mañanas, tenía que pelear por el pasaje hasta la capital.
«¡Con cinco de ellas!», se sorprende Lolita pensando en aquellos tiempos. «Siendo yo mujer no podían pelear a golpes conmigo, pero era complicado por la presión».
En La Primorosa llegó a tener dos jefes que cambiaban de turno cada 15 días. «El primero vio lo que me costaba sacar la ruta. Hubo una vez en la que, cuando tocó el cambio, mi segundo jefe me dijo que había recibido quejas de otros choferes; decían que yo retranqueaba, que no respetaba mis tiempos y que por eso ellos no cumplían con su tarifa. Para acabar con el problema, este jefe me ofreció trabajar en otra ruta dentro del pueblo».
Se negó rotundamente pues las ganancias en aquella nueva ruta, eran mucho menores. No se iba dejar intimidar. Habló con este jefe y, al no llegar a un acuerdo, ahí mismo le dio la gracias y se fue.
«Yo sé lo que valgo. Y sé lo que arriesgo en este trabajo. No estoy para que desprecien mi trabajo».
«Por fortuna, mis compañeros llevaban días insistiendo en que me fuera a Transportes Orellana, así que a los tres días me decidí, llamé y me contestaron: ‘Estábamos esperando su llamada’, dijo una voz al otro lado del teléfono». Era la dueña, quien estaba muy feliz de recibirla.
«Llevo aquí desde el 26 de febrero», me dice con alegría. «Presenté mi papelería, me dieron la llave y me dijeron ‘dele’. Hasta el momento me siento satisfecha: hay compañerismo y se respetan los tiempos entre nosotros. En cuanto a los otros choferes, trato de evitar lo más que pueda cualquier roce con ellos. Por educación, saludo a todos y nada más. Tengo comunicación con los pilotos que van detrás y delante de mí. Trato de evitar tener demasiada confianza, porque soy mujer, y porque después no quiero que hablen mal de mi. Soy bastante seria en el trabajo. Por mi experiencia en Chimaltenango, sé que cuando alguien nuevo entra, todos te comienzan a probar para saber de qué sos capaz. Si sos capaz de seguir el ritmo, de quedarte o de pelear con ellos. No podés dejar que coman a tus costillas, ni dejar que pasen encima tuyo. O te dejan trabajar o no los dejas trabajar a ellos».
«Tenés que demostrar que no sos débil», enfatiza.
«Cuando miran que tenés la capacidad, empiezan a respetar los turnos, conocés a la gente, te das cuenta quiénes no te corren, quiénes se quedan y hasta quiénes son tu verdadera competencia».
Cuando alguien le pregunta a Lolita si cree que manejar transporte pesado es un trabajo en el que los hombres tienen alguna ventaja sobre las mujeres, ella ni se inmuta.
«Me gusta mi trabajo», responde. «No he dejado que alguno de ellos me pisoteé», y confiesa que no ve ninguna diferencia. Incluso parece resultarle cómica la pregunta.
«Depende de la capacidad de cada uno», añade con cierta mordacidad. «Hay hombres que son choyudos, unos lentos; hay otros que son chillones y se la pasan diciendo: ‘esta no me deja trabajar’. Creo que es parte de la estrategia y del valor de cada quien».
Ella, es un ejemplo de autodeterminación y con una praxis que va más allá de los géneros.
A mal paso darle prisa
«Lolita», le pregunto, «Cómo le hacés para sobrevivir en este trabajo, ¿cuál es tu estrategia?»
«La comunicación y el compañerismo», responde y piensa en situaciones del día a día de su oficio.
«Pedirle al que va adelante que camine más rápido porque no está dando mucho tiempo; decirle al de atrás que no te empuje, que hay pasaje para todos. A veces es cosa de pura envidia», recalca. «Algunos choferes se la quieren llevar de gallitos, de los que hacen más tarifa, de lo más cabrones. Ese es el problema que he visto entre los hombres. Me pasó cuando peleaba pasaje con Las Esmeralda —que cubren la ruta que va de Escuintla a ciudad de Guatemala y viceversa”.
«Pensaban que yo era patita, que no sabía trabajar, y me corrían. Pero yo no me quedaba atrás. Tengo capacidad y experiencia. En Chimaltenango peleé pasaje con 15 empresas distintas, hasta con Las Veloces Quichelenses. Cuando los de la Antigua se dieron cuenta de todo eso comenzaron a bajarle la revolución a sus buses y me dejaron trabajar».
«Y por qué creés que no hay más mujeres manejando buses», pregunto de nuevo y, aunque ya me ha dicho que no le teme a sus compañeros, está consciente que para una pregunta como esa solo hay una respuesta.
«Por el machismo».
Y añade:
«Creo que el hombre es bastante cabrón. Si hacés una encuesta, al hombre jamás le va a gustar que una mujer lo opaque. ¡Jamás! Él siempre va a querer salir victorioso. Además de eso, a veces las mismas mujeres no nos damos a conocer. Yo creo que hombres y mujeres tenemos las mismas capacidades. Pienso que cualquier mujer si se lo propone lo puede hacer. Eso fue lo que me impulsó a quedarme sola con mi hija.»
“A mí en la carretera Interamericana me llaman Lolita, reina del volante. Aquí en la Antigua algunos ya me dicen la Súper Lola. Me he dado a respetar. El cariño no ofende a nadie. He recibido mucha atención y apoyo en Chimaltenango, en las redes sociales y de los clientes me reciben con alegría por lo que soy”.
«Mi papá me enseñó a seguir adelante, a que no me quedara solo en los buses, así que me inscribí en Agronomía y mi plan es hacer crecer el negocio de transportes de mi familia».
Para terminar la conversación le pregunto por sus planes a futuro… «Quiero terminar mis estudios y producir tomates en unos terrenos de mi familia. Mi sueño a futuro es tener una empresa empacadora de vegetales. Producir con calidad de exportación», dice sonriendo y remata la entrevista con una frase que podría salir de la boca de cualquier otra madre trabajadora, pero que esta vez sale de la boca de una mujer que ha sabido abrirse camino y conquistar espacios laborales inesperados, sin prejuicios, sin miedo y sin pedirle permiso ni disculpas a nadie: «Todo lo que hago es para darle un buen futuro a mi hija».
Está claro que Alejandra Coloma es algo más que una tendencia viral. Lola La Buena, es la única mujer chofer en la Interamericana, ella inspira y le da valor a cada mujer que aborda su unidad de transporte.
Espero encontrarla de nuevo, y que Lolita, la reina del volante, me lleve de vuelta a casa.
Corrección de estilo y Diagramación Factor 4