Por Haroldo Sánchez
Los que aman este país, deben estar preocupados ante lo que ocurre. Cuando digo “los que aman”, me refiero a quienes, a través de su esfuerzo honrado, contribuyen a un mejor presente. Sé que hay gente vinculada a la corrupción, la mafia y el narcotráfico, que hablan de su amor por este país, pero que con sus actos solo demuestran la demagogia que les brota por cada poro de su piel curtida por la ambición.
No son tiempos tranquilos, al contrario, son tiempos difíciles. El desempleo es uno de los más graves problemas de la familia guatemalteca, donde la pandemia no solo golpeó su salud, sino también su bolsillo, al complicarse las condiciones de trabajo y de sobrevivencia. Cada día son millones de ciudadanos que despiertan con la angustia del nuevo día sin trabajo. Con horas robadas a su sueño, despiertan con la angustia de no poder cumplir con llevar el alimento a su familia, sin dinero para pagar el alquiler, ni el agua, y otras necesidades básicas.
Mucho se discute del por qué ante el deterioro del país, la gente no sale a protestar. Por qué se deja que la Corte de Constitucionalidad emita resoluciones en contra de la misma Constitución, cuando está llamada a defenderla. Que haya un relajo en las vacunas anti Covid-19, que la pandemia haya sido tan mal manejada por el gobierno. Que los escándalos de corrupción no provoquen el rechazo y la ira ciudadana. O que en el Congreso los diputados actuales, en su gran mayoría, estén más preocupado por salir de pobres que por dejarle algo positivo al país.
Estos reclamos ante la pasividad, tienen varias razones o justificaciones. La realidad para algunos es que el guatemalteco, tanto en la capital como en el interior, está más preocupado de qué va a comer él y su familia. Es decir, hay problemas de sobrevivencia que están más allá de lo social. Las necesidades de las personas son tan angustiantes, que dejan de lado a quienes han convertido en su botín particular el Estado y sus instituciones.
Entonces, ¿qué se puede hacer? En este país hay gente con poder de decisión, en el ámbito político, económico, social y hasta religioso. Si estas personas que tienen influencias diversas, no presionan para que haya un cambio de actitud en quienes hoy detentan el poder político, Guatemala sufrirá graves consecuencias. No se debería seguir permitiendo que gente sin escrúpulos continúe desangrando esta nación, donde impera la corrupción como un cáncer.
Se habla de que los periodistas pueden hacer un gran trabajo con la denuncia y la fiscalización, la realidad es otra muy distinta. Claro que se contribuye con esa labor de estar exigiendo la transparencia en el gasto público, pero esta labor termina por estrellarse en la indiferencia de los políticos que gobiernan, e incluso, de quienes aplican la justicia. Por eso es necesario que aquellos que tienen el poder real, bajen de su pedestal y presionen a quienes durante años les han sido sus más fieles colaboradores y que hoy se han adueñado de la finca sin importarles los riesgos de país.
Estoy seguro que esos sectores deberán dar el paso adelante, sino quieren que les venga la orden desde el gran país del norte, harto de ver cómo su seguridad nacional está siendo puesta en peligro por estos países que ellos, quizás de manera despectiva, han colocado el mal nombre de Triángulo Norte, cuando Guatemala, Honduras y El Salvador están al sur de ese coloso. El tema migrante es la peor pesadilla de la administración Biden, más que el narcotráfico y la corrupción de estos lugares, porque socaba sus promesas de campaña.
Que nadie se llame a engaño: si Estados Unidos interviene en contra de estos gobiernos, sobre todo con el de Guatemala, no lo hace por nuestra linda cara, sino por sus propias necesidades políticas y económicas. Ellos saben mejor que nadie lo que está ocurriendo y están tomando nota de cada uno de los actos del gobierno de Giammattei. Conocen con exactitud y están mejor informados que, incluso, nosotros, y nadie les va a explicar lo que se ha venido haciendo desde la llegada de este gobierno.
Cuando la presión de Washington deje de ser de palabras, advertencias y amenazas directas y privadas, y pase a la acción, será el tronar y crujir de huesos para los que hasta hoy creen que Guatemala les pertenece para destruir una incipiente y nunca fortalecida democracia. La migración, la mafia, la corrupción y el narcotráfico, se han convertido en el fiel acompañante de viaje de los actuales dirigentes (ejecutivo, judicial y legislativo, así como el TSE y la CC), y más temprano que tarde, pagarán ante la justicia (nacional o la de Estados Unidos), la riqueza mal habida, la protección del narco, y la de ser el principal responsable de la migración.
No es el momento de perder la esperanza. Hay miles de guatemaltecos con plena conciencia de que el camino tomado por los políticos de turno, no es el correcto. Si la lucha no se gana desde dentro, se ganará desde fuera. Si la ciudadanía no es el motor para cambiar el país, vendrán de fuera a darles de escobazos para que limpien la casa. Y si al final, esto tampoco surte efecto, deberán ser las urnas en el 2023, el que les mande a su casa y luego a la cárcel.