Por Pilar Salazar
La primera vez que escuche -hace algunos años- acerca del concepto de ladinas-mestizas fue en la voz de Yolanda Aguilar Urizar, autora del libro Femestizajes (F&G Editores. Guatemala, 2019). Acabo de terminar el libro, y aunque no pretendo resumir ni abarcar la totalidad del texto, quisiera nombrar algunas ideas que me llaman la atención y recomendar su lectura.
Poner en el centro del debate las relaciones de poder, el racismo y la búsqueda de la propia identidad como personas ladinas que hemos tenido una historia de negación de las raíces ancestrales en un país como Guatemala, son las principales reflexiones que busca el libro.
Vivir en la inercia
Lo ladino es la forma política con la que se designó el mestizaje en Guatemala, no es una ficción, sino una cruda realidad donde mantenerse fuera de la pobreza, reproduciendo el racismo y la explotación del otro es bien visto por la sociedad, desde un sistema colonial instaurado hace 500 años. Esta realidad nos ha hecho desconectarnos de nuestro ser y de los otros, al no cuestionar el sistema en el que vivimos.
Siendo lo ladino una manera de negar y desconectarnos de nuestras raíces y orígenes, lo holístico-integral se vuelve una propuestas fundamental para entender que somos seres que conectamos entre lo que sentimos, pensamos y actuamos. Eso también es vinculante y nos hace repensar la manera en que vamos por la vida, y generalmente no lo vemos porque estamos todo el tiempo tratando de separar razonamiento de lo que sentimos, tratando permanentemente de «sobreponer la jerarquía de la mente por encima de la relación con el cuerpo, como si no tuvieran nada que ver».
Una visión holística se refiere a ver la totalidad de un sistema o de un problema y sus múltiples interacciones (holos «todo» o «entero»). En ese sentido, el feminismo holístico (otra de las propuestas conceptuales que contiene Femestizajes) considera al patriarcado[1] como «una enfermedad sistémica global estructural y profunda que impregna todos los aspectos de la vida, cada célula de nuestra sociedad».[2]
Femestizajes propone que somos «seres vinculantes», con sentimientos y creencias, y que no podemos vivir aislados, esto hace que nos creemos una forma de estar en el mundo a través de nuestra postura corporal, lo que deseamos, cómo lo deseamos, lo que proyectamos y rechazamos en relación con los demás y lo que nos enseñaron.
El sistema patriarcal y los mecanismos complejos difíciles de desarticular
Gerda Lerner nos dice que el patriarcado es una creación histórica elaborada por hombres y mujeres en un proceso que tardó casi 2500 años en completarse. La primera forma del patriarcado apareció en el estado arcaico. La unidad básica de su organización era la familia patriarcal, que expresaba y generaba constantemente sus normas y valores. Hemos visto de qué manera tan profunda influyeron las definiciones del género en la formación del Estado. Ahora demos un breve repaso de la forma en que se creó, definió e implantó el género.
El patriarcado nos ha censurado y nos ha hecho creer que no debemos nombrar lo que sentimos, nos hace dudar si es válido o no ese sentimiento y eso repercute al tratar de expresar un malestar o un deseo. Por ello, aprender a nombrar las incomodidades, sin sentir culpa, ni miedo al escarnio en lo público y en lo privado implica conectarnos con nuestro sentir profundo, y eso contribuye a hacer una ruptura política con nuestros propios patrones de retorcimiento y represión de lo que verdaderamente sentimos, lo cual puede cambiar la manera en que nos relacionamos.
La sexualidad como eje que organiza la vida
Plantea Femestizajes que lo que nos distingue de otras especies animales y nos hace seres humanos es la interacción del desarrollo (placentero) de nuestra sexualidad, el sistema neurológico y el lenguaje articulado.
Nos reclama la integralidad de nuestro ser, de lo que sentimos, pensamos y actuamos, y nos motiva a una buena relación con nuestro cuerpo, con el placer de la vida y la conexión con la naturaleza.
Casilda Rodrigañez define la sexualidad como la autoregulación de la vida, tanto en lo corporal como en lo social. Toma como ejemplo del placer algo que se ha fijado a lo largo de la evolución y ha sido reprimido sistemáticamente a través de la sexualidad como una manera de dominación de los cuerpos y de la sexualidad humana.
La racialización del deseo
Así, el patriarcado dicta una relación de poder y dominio que construye la herencia cultural que hemos internalizado y asumido como parte de lo «normal» y es de lo que no hablamos y escondemos.
Desde hace 525 años de la invasión colonial, ha habido 17 generaciones previas a quienes vivimos en la actualidad con una edad media de 40 años, pero nos seguimos ocupando de nuestras heridas, opresiones, violencias e injusticias. El patriarcado capitalista que llega a Abya Abyala «reinventa la realidad que encuentra» e inaugura el racismo, estableciendo la condición de «diferencia», asumiendo que una especie o grupo es diferente y por tanto despreciable por inferior y otro aceptable porque es quien jerarquiza la relación de los cuerpos reforzada con la tecnología del género y la modernidad colonial.
A través de esto se manipula el deseo y se crea un anhelo o aspiración a la blancura como una forma de condescender el poder, rechazando el origen que fue racializado. Por ello el mandato nos dice que debemos desear, reproducirnos y erotizar con gente blanca y de ojos verdes o azules.
Lo ladino-mestizo
Femestizajes afirma que la identidad ladina no es una ficción sino una cruda realidad:
Diversos autores como Arturo Taracena, Isabel Rodas, Ramón González Ponciano, Mario Roberto Morales, coinciden en plantear que el concepto de ladino se construyó a partir de la caracterización histórica que fue definiendo a las personas que fueron optando por énfasis culturales hacia la blancura y la occidentalización de sus costumbres, idioma, traje y sentidos originarios generadores de discriminación, por ello el sentido de ladinidad como un proceso de aculturación, inducida por los sistemas educativos, la religiosidad principalmente católica, la ciudadanía ladinizada y los sistemas impositivos del Estado.
La antropología y los cuerpos
Para concluir, hago una reflexión sin relación directa con el libro acerca de las corporalidades y la sexualidad, de cuando la procreación era el fin primordial para la superviviencia de la especie, la secuencia y el traspaso de la información. También, el proceso evolutivo nos indica la necesidad del vínculo afectivo, la ternura y las caricias que no fueron dadas solo entre macho-hembra, esto indicado en registros que datan de aproximadamente 250 000 años en la era del paleolítico superior en dibujos, grabados y huesos, acerca de muchas maneras de relacionamiento no solamente reproductivas, sino algunas otras como las relaciones sexuales desde diversas posiciones y practicas del cuerpo , esto conlleva a entender que “el sexo y la sexualidad al convertirse en apropiación humana desencadenan una serie de variaciones en su concepción que va mucho más allá de la reproducción”.
Fuentes:
Femestizajes, Yolanda Aguilar, 2019, F&G Editores
El sexo de la edad de piedra
https://www.lavanguardia.com/vida/20110312/54125856999/el-sexo-de-la-edad-de-piedra.html
Sexo en las cavernas
https://cristinasaez.wordpress.com/2010/12/21/sexo-en-las-cavernas/
Sexo y evolución
https://www.elmundo.es/blogs/elmundo/sapiens/2012/10/21/sexo-y-evolucion-1-una-propiedad-basica.html
[1] El origen del patriarcado, Gerda Lerner, 1986
[2] Victoria Sendón