Por Haroldo Sánchez
La pobreza puede llevar a la gente a realizar actos que bien pueden ser condenados y juzgados por quienes lo tienen todo al alcance de las manos. Los pobres y los miserables son la llaga abierta de la desigualdad social. Y es que, en Guatemala conviven agarradas de las manos, la tragedia y el drama, la hipocresía, el racismo y la doble moral.
Es un país con infinidad de autoridades municipales que no cumplen con dar un buen servicio público, no apoyan la salud de su gente, no promocionan medidas de higiene en beneficio de la población, no digamos la seguridad, la educación y el empleo que hacen un entramado que aprisiona a los más necesitados y los estrangula hasta secar sus cuerpos y sus almas.
Es evidente que la mayoría de los alcaldes no se preocupan por sanear el agua que llega hasta las humildes viviendas, ni les importa el entorno y siempre incumplen en la recolección de la basura. Aún recuerdo que hace unos años atrás, un incidente que provocó bastante repercusión en las redes sociales. Se trataba de una señora, en un mercado cantonal, vendedora de papas, grabada cuando hacía uso de un mingitorio público para lavar el producto de su venta.
Esa imagen fue el motivo para la crítica espontánea y masiva que despotricó sobre lo que fue calificado, en el menor de los insultos y señalamientos, de mal hábito. Y claro, sin ningún tipo de reflexión para ir más allá de lo que mostraban las imágenes.
¿Cómo educar sin prejuicio, informar y debatir o disentir con las personas de las poblaciones integradas por seres humanos olvidados? ¿O cómo cambiar esos escenarios donde las corporaciones municipalidades no protegen el bien común? ¿Cuántos de los que distribuyen el agua en toda la República, cumplen con el registro sanitario correspondiente para la captación, la distribución del agua, insustituible para la sobrevivencia humana?
Es más: ¿En cuántas casas de las comunidades no hay agua potable y donde hay, llega cada dos o tres días, o casi nunca? Y si esto ocurre en amplios sectores de la capital, no digamos entonces en el área rural.
La realidad es que en Guatemala, se vive un genocidio, disfrazado de pobreza. A la inmensa mayoría de guatemaltecos no se les permite el acceso a la educación, ni a la salud. Esto no es más que una forma de exterminio para las poblaciones más desposeídas del país. Que son la mayoría. Guatemala es una de las naciones más terribles en relación a las condiciones de vida de sus habitantes, donde es más fácil criticar o destruir por cuestiones culturales, de idioma, de raza, de costumbres y de tradiciones rechazadas desde la realidad de los más desposeídos.
Algunos de los miembros de los grupos privilegiados, parece que no saben nada de los millones de guatemaltecos que representan a 22 etnias distintas, porque lo único que les importa es que pasen desapercibidos en una sociedad clasista, racista y discriminatoria.
Estas personas ignoran la riqueza que encierran los pueblos indígenas de nuestro país. La humanidad que han conservado a través de sus raíces y se sienten orgullosos. Por más que durante doscientos años, se haya buscado su destrucción cultural y física.
Siempre digo que aquí hay dos Guatemala. Una, donde se habita con todas las comodidades: cable, carro, educación, agua potable, agua caliente, teléfono, celular, calles pavimentadas, colegios, universidades, internet y oportunidades laborales. Tres tiempos de comida. Cines. Centros comerciales en todas las zonas. Parques. Netflix y Amazon.
Y esta la otra: donde se sobrevive cada jornada y se come una vez al día. Es la Guatemala, de carencias. Sin esperanza. Sin ilusión. Sin posibilidades. Sin oportunidades. Sin nada de nada. Donde se duerme temprano para matar el hambre. Se crece con una enorme barriga llena de lombrices. Se come una vez o dos veces, máximo, al día. Se cubre el frío pegado al cuerpo del hermano o la hermana, y para más de un adulto, el licor sirve para calentar el cuerpo o matar personas.
Allí no hay electricidad, ni agua potable para tomar o cocinar, menos para bañarse. Se anda con ropa vieja y raída. Y se ve de lejos la vida de los otros, aquellos que los ignoran porque les recuerda que los pobres deben estar lejos para no molestar.
En esa la otra Guatemala, donde es un milagro que un niño llegue a los 6 años de edad, porque la desnutrición crónica es la verdadera realidad de los desposeídos y los condenados de la Tierra, de esta tierra.
Afuera de las zonas urbanas, en esas áreas alejadas de la prosperidad y la bonanza, la gente ve desde lejos la vida de los otros, de esos que la mayor parte del tiempo ni siquiera comprenden que otros seres humanos conviven en este pedazo de tierra sin nada por lo qué sentirse orgullosos.
Que se logre llegar a una sociedad igualitaria, es difícil. Pero ello no significa que se pierda el sentimiento y que exista la indiferencia y el menosprecio frente a quienes no nacieron con la oportunidad de ser respetados en su condición de seres humanos. Y esa Guatemala olvidada, es responsabilidad de los políticos que llegan para robar y no para cambiar la vida de sus vecinos.