Están allí, en las calles, en los puentes, afuera de sus casas. Ondean al viento. Son banderas blancas. Es el grito silencioso de un pueblo necesitado. Ese que siempre está presente y que, como por arte de magia, ahora sale a la luz pública para veamos a esa otra Guatemala, la de la pobreza, de la miseria, del olvido. Acarreados, dijo alguien. A lo mejor rememorando esas múltiples campañas políticas, donde se acostumbra precisamente, el acarrear gente para satisfacer al político del momento que se cree el ungido para gobernar.
Lo que se ve -los que quieren ver, claro-, es el brote de miles de personas que, ante la pandemia y el cierre de actividades productivas del sector informal, ahora demuestran que esta sociedad está más dividida que nunca. Hombres, mujeres y niños con sus banderas blancas. Sus trapos blancos. Llamando la atención de quien pasa, a ver si se conmueve y le da algo para llevar a la casa.
Y no es solo en la capital. Están en todo el país. Hay banderas blancas ondeando en los cuatro costados de esta nación. El hambre y la necesidad se ha extendido aún más que la pandemia. Son millones de guatemaltecos que apenas sobreviven en tiempos normales, los que ahora salen de los lugares más profundo de la tierra para decir que ellos son los olvidados de siempre.Las banderas blancas deberían golpear la conciencia de los políticos que, en los últimos cincuenta años, o más, se enriquecieron a costa de lo que hoy “adorna” las calles: las banderas blancas en las manos de los desarraigados. Son responsables esos políticos que llegan al poder para enriquecerse. Los diputados que olvidando de dónde venían, algunos, se volvieron mezquinos y miserables por la ambición del dinero inmediato.
Los alcaldes que siendo del mismo pueblo, cambiaron su vida y hoy la ostentación es su tarjeta de presentación frente a los demás que están peor que antes. Los gobernadores, que haciendo el juego a los políticos que los colocan, no les importa para nada la suerte de su propia gente. Militares que se volvieron millonarios de un día para el otro. Empresarios que acrecentaron su fortuna a cómo diera lugar. Muchos diputados que corrompieron su función, sin importar que el país se fuera por el barranco.Sé que nada es una regla en la vida y que Guatemala ha tenido políticos honestos. Alcaldes responsables. Militares que dejaron la vida por un mejor país. Empresarios preocupados por el desarrollo y bienestar de sus trabajadores. Gobernadores que supieron responder a su puesto con entrega y dedicación. Ah, y diputados que jamás se corrompieron.
Esas banderas blancas sostenidas por manos de gente cansada, están pidiendo ayuda. Pero no debe ser solo para el hoy, sino para todos los días. Se debe modificar la estructura del Estado que permite que los presupuestos de los ministerios sean utilizados para ser saqueados con una y mil artimañas. El Presidente debería ser el gran orquestador y gobernar para todos los guatemaltecos. Sin banderas políticas, ni compromisos con nadie, más que con el pueblo, con quienes lo eligieron y con quienes no votaron por él.
Ya es hora que se tenga un verdadero estadista al frente del Estado. Basta ya de políticos aprovechados y sin escrúpulos. Guatemala merece estar a la vanguardia de Centroamérica y ser ejemplo de ser un país en camino al desarrollo, al bienestar de su gente. Llegó el momento de dejar de ser solo noticia cuando hay denuncias de corrupción al más alto nivel.
Las banderas blancas son una bofetada al sistema. Guste o no, esa es la realidad. A lo mejor, cada uno es en parte culpable de esas banderas blancas, por haber permitido el saqueo del Estado. Se ha permitido que los hospitales colapsen. Que la pobreza se ahonde cada vez más. Eso sí, hay una mayor responsabilidad en quienes gobiernan. De los políticos que se fueron a su casa con los bolsillos llenos. Ellos y sus familias. Y los dejamos hacer… porque el silencio se hizo cultura en nuestra Guatemala.
Ojalá que esas banderas blancas que hoy ondean en son de paz, no se conviertan mañana, en banderas de guerra…