Pluma Invitada

Terra em transe

18 Min de lectura

A las que nos fueron, nos son y nos serán pese a nosotros. A todas las mujeres que llegarán a ser mujeres.

Por Joseaugusto Mejía

Ya en Buenos Aires Brasil me esperaba. Tras un viaje de 15 horas desde San Francisco, iba en un taxi hacia el hotel cuando me sorprendió una pancarta en el barrio de Palermo: Inclinado sobre un Lula sonriente, Néstor Kirchner le dice al oído: «Bolsonaro está nerviosho!!».

Después de una semana de hallazgos porteños en la ciudad más literaria que conozco, aterricé en São Paulo el 3 de octubre, un día después de las elecciones generales. Previsiblemente, Luiz Inácio Lula da Silva, el líder histórico del Partido dos Trabalhadores había ganado. Aunque estuvo muy cerca de una victoria definitiva por la presidencia, el oficialismo supo resistir con mayor fuerza de la pronosticada.

Aterrizar por primera vez en Brasil es chocar de golpe con contradicciones dramáticas y brutales. 

En São Paulo, por ejemplo, los numerosísimos rascacielos no alcanzan a ocultar una vegetación exuberante y fértil, y la flora ruda que brota impávida ante los decididos esfuerzos del urbanismo parece comerse el asfalto. Este contraste tiene su traducción en lo político, donde la línea de color es marcadísima. En los Estados del sur, favorables al actual Presidente Jair Messias Bolsonaro, se repiten escenas como las que vi en la Avenida Paulista: los vendedores ofertando camisetas, banderas, pósters y mercancías verde amarelo, con la cara del Mito (el sobrenombre popular de Bolsonaro); o con consignas como «corrupção nunca mais». En Minas Gerais y en los estados al nordeste del ABC paulista favorables a Lula, domina el rojo, camisetas con el número 13, stickers del «Lula lá» (el reeditado jingle de campaña petista del 89), o imágenes con cuatro dedos (los de la mano de Lula). Las simbologías respectivas y sus regímenes semánticos son muy distintos. Y no es para menos. Son tiempos calientes en los que el destino de un país, la interpretación de su historia y la confrontación de su identidad están en disputa. Por un lado, Lula ha sabido articular un vasto frente popular «Vamos Juntos Pelo Brasil», una especie de sambalanço democrático, no de izquierdas si no a la izquierda del bolsonarismo. El frente cuenta con 7 partidos, y diversos sectores del arco democrático: desde el Partido Comunista, el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra, los colectivos LGTBIQ+, hasta el vicepresidenciable de Lula —otrora rival de centroderecha— el empresario y exgobernador de São Paulo Geraldo Alckmin del Partido da Social Democracia Brasileira. El Lulismo que ha sido el único proyecto de vanguardia realmente implantado desde la Constitución del 88, ha sido también el único frente político que articula, transversalmente, a los sectores progresistas. Hasta la aparición reaccionaria del bolsonarismo, también había sido el único campo coherente dentro del ecosistema político brasileño.

Por otro lado, Bolsonaro ha sido capaz de articular elementos arcaizantes que pertenecen al «carácter nacional» y darles cobertura y dirección política. Estos elementos, antes dispersos, encontraron coherencia tras la bala bolsonarista, que activó sus pulsiones subterráneas en una suerte de «fascismo societal» que hoy se autodenomina patriótico. Bolsonaro, además de su esperpéntico histrionismo y un discurso invariablemente misógino, antidemocrático, se retrata mejor con sus políticas: En el Parlamento, el bloque bolsonarista se constituye por las tres B: la Biblia, la Bala y el Buey. Esta trinidad traduce sus políticas en la deforestación indiscriminada de vastas zonas amazónicas (a los ecologistas críticos se los llama «enemigos de la patria»), en el favor absoluto al agronegocio latifundista (que destruye la Amazonía pese a la emergencia climática), en la jibarización funcional del sector cultural (cumpliendo su promesa de campaña, Bolsonaro cerró el Ministerio de Cultura -2-) y en el favor a la esporulación evangélica (en contra de la diversidad sexual), y sobre todo, en la securitización. Ante la violencia y el crimen (exacerbados por una gestión desastrosa de la pandemia solo superada en cifras rojas por EE. UU.), la ultraderecha desde Temer y sobre todo con Bolsonaro, desestimaron el Estatuto de desarme lulista e impulsaron procesos de militarización de la policía y armamento civil. Así, el presidente apela constantemente a que el pueblo se arme y a que milicias y civiles «apunten siempre a matar». Bolsonarismo, sobre todo es violencia como estrategia identitaria y política. De ahí el gesto bolsonarista que revela afinidades entre los patriotas: cerrar la mano, apuntándola verticalmente y extendiendo el índice y el pulgar, haciendo «pistola» con los dedos. Bolsonarismo, entonces, se conjuga con: «militarismo, antiintelectualismo, emprendimiento, conservadurismo social, el discurso anticorrupción, libertad de mercado y anticomunismo»,  discierne el filósofo Rodrigo Nunes.

5664

Las guías turísticas aconsejan el Museu de Arte de São Paulo como imperdible. El museo, un edificio posmoderno diseñado en 1968 por la arquitecta brasileña Lina Bo Bardi aloja la colección más abarcadora y numerosa de arte occidental en Latinoamérica. Su particularidad es que el cuerpo del edificio —un largo rectángulo de cristal cuadriculado— está montado sobre cuatro soportes rojos. Estas «patas» sostienen el cuerpo del edificio haciéndolo parecer suspendido en el aire y dejando que la base de la estructura aparente ser el andar de los visitantes. Me dirigí hacía ahí cruzando la Avenida Paulista atraído por un título que prometía. Histórias Brasileiras es una exposición colectiva de perspectivas poliédricas sobre el relato nacional, que a 200 años de la independencia ante Portugal, da una revista a la formación(es) histórica(s) de lo brasileiro —ya el plural de las «Historias» desestabilizando descaradamente el oficialismo de «La Historia»—. Cuando entro al primer piso, me choca de frente la obra más dramática. En la primera sala, Bandeiras e mapas, la veo brillando como un objeto mágico. 5664, es la escultura de la artista conceptual Beth Moysés quien vive y trabaja en São Paulo. Moysés, tras la estela de Marina Abramović, hace performances, normalmente colectivos, por todo el mundo. Su tema principal es la violencia de género. 5664 (2014) consiste en la recreación de una bandera brasileña compuesta por casquillos de balas utilizados. Expresa descarnadamente el retrato de un país menos exuberante que su sueño oficial verde amarillo. La belleza reverbera, luciferina, sobre las puntas de las balas: una belleza siniestra en sus significados y representaciones que no oculta, como sucede en el arte clásico, su reverso siniestro. Aquí está retratada sin estilización la realidad de un estado femicida. Brasil, que en sus sueños de superficie se ve a sí con una faz vegetal y soleada, vital, alegre, sincrética, mestiza y plural, torsiona por debajo en otra faz siniestra y acerada: machista, violenta, sólidamente heteropatriarcal y brutal. Ambas versiones de lo brasileño, que naturalmente utiliza la bandera como símbolo unitario de la nación, son como dos costas que se miran de frente excluyéndose ante sus narraciones incompatibles. Y al agua que pasa por en medio ambas le llaman Brasil. Desde la costa pluralista e inclusiva, (que yo sin más me atrevería a llamar feminista, el punto de vista de la autora), el país que se ve es uno, singular, retratado menos en sus narrativas de ensueño y más en sus hechos y evidencias: debajo del vestido de novia, tradicionalmente blanco (que aún oprimido sostiene la base hueca del rectángulo) está la nacionalización del femicidio, histórico y consecuente con la violencia patriarcal tradicional y estructural. Es una crítica acerada a  lo que ensueña la Historia Oficial (patriarcal) de la bandera: el sol reverberando sobre una floresta dramática y fértil en un mundo comteano de Ordem e Progresso. Sin dar un grito, la escultura de Beth Moysés alardea sangrante imagino—lo siguiente: «vuestro país se parece más a este retrato sin maquillaje que les hago: los casquetes de las 5664 balas que asesinó la violencia patriarcal hasta hoy a 5664 mujeres».


“5664 mulheres” , Vidrio, cápsulas de balas de revolver usadas, tul bordado, 110 x 80 x 15 cm, 2014.


Marielle Franco

Después del MASP, me dirijo a otro sector de la ciudad. Sorteando mi desorientación incorregible, avanzo por la Avenida Paulista, aunque me pierdo. Pero nada hay como perderse en una ciudad desconocida para empezar en verdad a conocerla. La monstruosa majestad de la ciudad me recuerda a la de México, pero más clara y organizada. Voy al centro, en busca del Beco do Batman, un sitio bohemio y contracultural donde, se dice, el grafiti cobró dignidad arquitectónica. Unas calles antes, me golpea de frente: en la Rua El Cardeal está su rostro gigante, negro, con rizos africanos y una dignidad brillante en la sonrisa que me interpela. 

El Escadão Marielle Franco, es un complejo de escalinatas que homenajean a la más notable y trágica mujer de las favelas. Marielle Franco: negra, bisexual, favelada, madre soltera, socióloga, activista y feminista. Y asesinada. Brutalmente asesinada con cuatro tiros en la cabeza en la noche del 14 de marzo de 2018. Fue originaria de Maré, una de las favelas más famosas de Río de Janeiro. Orgullosa de sus raíces, fue concejala de la ciudad y se hizo notable por la denuncia frontal al racismo y a la violencia de género, igual fuera institucionalizada o doméstica. Fue la cara más visible de la contraofensiva frente a la toma militar de la seguridad en Río que impulsó Temer. De muy joven empezó su militancia en el PT y luego se escindió junto al ala izquierda del partido formando el Partido Socialismo e Liberdade, hoy parte del Frente democrático por Lula. En 2016 fue electa concejala de la ciudad de Río donde lideró la comisión de la mujer impulsando temas feministas: acceso a la vivienda, cuidado infantil, transporte, salud, derechos LGTBQI+, aborto y, particularmente, violencia de género. La noche de su muerte, estuvo en la Casa das Pretas, un centro cultural en la Rua dos Inválidos del barrio de Lapa, para mediar un debate con jóvenes negras. 24 horas antes de su asesinato tuiteó: «¿Cuántas personas más deben morir para que esta guerra acabe?». Murió fulminada por tres tiros en la cabeza y uno en el cuello. La investigación, confirmó que «la munición pertenecía a un lote vendido a la Policía Federal». El sábado anterior al crimen, Marielle había denunciado al 41.º Batallón de la Policía Militar, de Acari, señalado por el Instituto de Seguridad Pública como la mayor causa de muertes en los últimos cinco años.

En el Escadão, espontaneamente o no, hay pintas describiendo a Marielle: «mulher preta lésbica, papo reto, sorriso no rosto, Marielle Presente!», «Lute como Marielle Franco”».

Y ahí lo veo claro: Marielle expresa un nuevo sujeto político que emerge en Brasil. Las mujeres politizadas. Y son ellas las que ocupan los espacios políticos resignificándolos. Los feminizan al colocar el cuidado de la vida como eje central generador de lo político. Ante el trasfondo de un estado histórica y racionalmente patriarcal, que con la ultraderecha solo llega a las favelas en forma de bala, la coherencia de esta propuesta feminista, como la representada por Marielle, exige, naturalmente, transformaciones radicales. Cambios hoy inaceptables para el neoliberalismo rapaz, echado al monte en los últimos 6 años de ultraderecha. Y para ellas, feminizar es la inclusión como apertura de lo político. Lo político resignificando el valor de la vida como contrapoder y resistencia. 

O como una vez escribiera Marielle Franco: 

«Disputar o olhar, sentimentos e pensamentos para um mundo que vive mudanças todo o tempo e situar as ações existentes das mulheres negras, nesses territórios, superando em suas vidas o impacto do racismo institucional». -3-

Río de Janeiro

Al día siguiente, en el bus a Río de Janeiro, veo por primera vez el Brasil rural. El Sertão que tan espléndidamente describió Euclides da Cunha me recuerda a los fazendeiros de la Casa Grande. Ya en Río, me sorprende encontrar un almacén dedicado exclusivamente a uniformes para sirvientas. En femenino. Entonces entiendo. Entiendo que ante la percibida amenaza del cambio en la Terra em transe, el país ha dado dos respuestas contundentes: una reaccionaria que recupera los elementos arcaizantes de la sociedad y otra que los integra a un campo más amplio para trascenderlos. La sociedad histórica, patriarcal, que siempre se consideró dueña legítima de la Casa Grande (las haciendas que  en el siglo XIX) sirviéndose de esclavos negros a los que hacinó la Senzala. Estos elementos fueron destituidos simbólicamente por en la veintena la Ditadura militar, o Quinta República Brasileira, como derivados coloniales del sistema latifundista. Los fazendeiros, criollos colonialistas, frontalmente esclavistas y racistas, forzaron una idea exclusiva y excluyente de la Nación tras los significantes decimonónicos Dios, Patria y Libertad. Estos significantes se han reciclado hoy, o directamente permanecen, bajo el bastión trinitario de las tres B: La Biblia, la Bala y el Buey. Y ante la revuelta de os sezalados en los últimos años, la trinidad ha descendido a ajusticiar violentamente. Particularmente sobre las favelas —las Senzalas de hoy— que son el sitio de la pluralidad residual de los descastados de la Casa Grande, patriótica y verdeamarellha. De aquí que, como símbolo social, la favela represente la pluralidad de identidades excluidas. Y entonces veo el cuadro completo: la mixtura incongruente, popular, del Frente lulista, que recuerda la alegoría  tropicalista de  Caetano Veloso, la «Tropicália», yuxtapone como identidad nacional una cornucopia inevitablemente mestiza, que se apropia resignificándolas, las contradicciones históricas y arcaicas, trascendiéndolas hacia el faro esperanzador y ambiguo de la ultramodernidad. Aquí está la otra Patria, la de las agregaciones  poliédricas expuestas en las Historias Brasileiras. Es mestiza: criolla y portuguesa, si, pero también afrobrasileña, amazónica, indígena, cultural y sexualmente diversa, pospatriarcal e inclusiva. Y su símbolo ha de significar otra(s) historia(s) a la(s) que sugiere la aspiración simbólica unitaria: la del Brasil exuberante, solar y vegetal, que progresa ordenadamente hacia el cielo. «El país del futuro», como lo describiera Stefan Zweig. 

Como viene sucediendo desde hace algunos años, la Derecha ha encontrado la forma de apuntalar su reacción agitando el fantasma del anticomunismo. Curioso anticomunismo de la ultraderecha: sin comunistas. El discurso de la aceptabilidad política se ha escorado tanto hacia la derecha que lo que hace un siglo era un tibio reformismo —que alguien como Keynes, el economista inglés conservador, hubiera firmado orgulloso—, hoy es una amenaza destructiva y satánica apenas superada por Stalin. Lula, representante de la «izquierda vegetariana» (según el Mario Vargas Llosa del 2006), quien una vez fue laudado por el Financial Times por su tino económico y tecnocrático-4-, hoy es para la ultraderecha  «el excarcelario» (a pesar de que la judicatura reconociera el lawfare mafioso que lo condenó, anulando todas las causas en su contra liberándolo, eso sí,  tras 580 días) que regresa a «robarse la patria». Y a comerse a los niños —faltó—. Y la patria de hoy, bajo Bolsonaro, es un país violento, militarizado, profundamente desigual que tras la pandemia ha regresado al mapa de la pobreza. La pobreza y la desigualdad han aumentado aupadas por una gestión desastrosa de la pandemia que golpeó durísimo a las familias, sobre todo las familias faveladas. Pero nada de esto es importante para el bloque bolsonarista. En el Brasil electorero, como casi en todo el mundo de la sociedad del espectáculo, lo importante es la interpretación acomodaticia y pasional de lo sucedido. Y en la guerra electoral todo es válido ya que la lucha por el relato y las percepciones interesadas de la realidad prosperan apasionadamente en las redes sociales: las guerrillas de bots ultraderechistas han creado un complejísimo sistema de desinformación: mentiras, falacias y bulos, que exacerban un nacionalismo fanático y simplón. Este es el pan de cada día del elector indeciso. Por otro lado, el campo democrático intenta resistir —razonando en lo posible— sin perder las formas éticas mínimas, Aunque, no está de más recordar, este modus operandi de las ultraderechas ya lo hemos visto: no en vano Banon, el antiguo asesor electoral de Donald Trump también lo ha sido de Bolsonaro, sirviéndose igualmente del odio y la mentira como armas políticas. Así que en el Sertão, la contracción identitaria bolsonarista está en pie de guerra, y de pronto vemos el abuelo del ajustándose la faca al cinto ante cualquier toque de a degüello que lance o capitão do povo, que vai vencer de novo. Porque hay que salvar las esencias y resguardar la bandera. Ya lo dice el himno  popular bolsonarista por excelencia: 

 «Mito Chegou

É a salvação do nosso Brasil

Nossa bandeira jamais será vermelha (…)

Brasil acordou».

Quienes vivimos por la ampliación de la consciencia, la vida de la belleza y el intelecto, entendemos la razón misma de la experiencia humana como un ejercicio existencial de dimensionalidad. Es decir de una lenta disolución egoica hacia aperturas de mayor consciencia. En este sentido, tienen razón quienes ven en la pluralidad una afrenta directa a las identidades esclerotizadas, pues en el plano del estado, la ampliación del cerco democrático busca los mismos fines a nivel social. Los tiempos que vivimos, desde la descolonización, demandan una revisión de las identidades forjadas tras el colonialismo, la explotación y el capitalismo rapaz distribuidor de centros y periferias. Idealmente, ello produciría un horizonte de identidades que no se «cierran categorialmente» y que buscan apertura y fluidez. Lo no-todo, lo líquido, lo no-binario, lo tricotómico son (es) su significante común. Un significante preñado en su indefinición y en su capacidad para ampliar el foco conceptual más allá de sus definiciones internas, incluyéndolas y trascendiéndolas. En ese sentido, el feminismo puede ser (y en general lo es), el aglutinado de la sociedad verdaderamente democrática e inclusiva, la que se abre paso tras los despojos del lodo y la sangre originarios, la que aún persiste tras los intentos de arrasar la tierra, de encarcelar a la disidencia, de quemar a las brujas y de exterminar a los genes. Dado que, en muchos sentidos, ya hemos visto los límites del reformismo liberal, la ampliación democrática exige, empuñando sus voces en crecientes ritmos y decibelios, modificaciones estructurales que canibalicen -5- las herencias indeseadas e indeseables del heteropatriarcado -6-. 

Ese ritmo histórico de progreso puede avanzar en la elección por venir, o estancarse regresivamente legitimando a la reacción. Esto supondría una contracción identitaria hacia los vestigios e iteraciones de las relaciones coloniales que estructuraron la consistencia de la Historia Oficial brasileña. En un revés freudiano, la dicotomía olvidada o reprimida entre Casa Grande y Senzala regresa salvajemente. Unos defienden las esencias imaginarias de la patria exclusiva, que interpretan hoy erosionada por los comunistas, y la conservación de los antiguos privilegios. O otras (otros y otres) defienden su presencia, participación y reconocimiento en la construcción de la patria inclusiva. En el Brasil de hoy, la identidad fuerte que se adjudica «el carácter nacional» y lo patriótico, es violenta, conservadora y desprecia una otredad, que desde afuera la constituye. Ante ello, el otro país, el que está por contarse y por contar, opone el frente democrático, la patria como incógnita y la construcción inclusiva. Para unos el otro es una amenaza. Para otras una promesa. Identidad como autoconocimiento y también autofiguración. Identidad siempre delineada por una demarcación inestable, punteada, abierta a la porosidad interior y exterior, capaz de absorber y exhalar, comprometida solamente con una continuidad reflexiva y una estabilidad inevitablemente precaria, pues expresa en su apertura la necesariedad y el deseo de la interpenetración, horizontal, y universal, es decir hibridada, de identidades, naciones, culturas y formas de vida. Una identidad dispuesta al devenir, que es la única constante de la vida.

La última samba

Buscando cena, llegué al barrio de Lapa, donde está uno de los mejores restaurantes veganos de Río. Por la mañana había visitado el Centro Histórico, la Òpera (que me recordó a Fitzcarraldo) y además, quería visitar la Escadaria Selarón cerca de los Arcos da Lapa. Sobre todo, necesitaba ver aquel sitio último de Marielle, la Casa das Pretas, que también estaba en el barrio bohemio carioca por excelencia. Más tarde, escucharía Samba en el legendario Bip Bip, un punto de encuentro para  sambistas da vela e nova geração que al igual que el 5.º Preludio para guitarra de Villa Lobos, fue creado em homenaje à mocidade brasileira. 

Y no fueron los anchos brazos abiertos del Cristo Redentor ni el hedonismo báquico de las playas de arena clara y molida lo que al final me impactó más de Brasil. Ni fue la sensualidad espontánea de la gente ni el horizonte infinito del Pacífico. Lo que más me impactó, —me conmovió y me atravesó—, fue el canto colectivo de un grupo sambista, absorto en su vitalidad natural, hermoso en su organicidad con la tierra y el cielo, dispuesto en su ritmo sin tiempo. El colectivo era mixto y mestizo: una mujer lesbiana en el bajo, otra hetero en la trompeta y hombres blancos, negros y mestizos en los demás instrumentos. Curiosamente, casi todo el público iba de rojo y llevaba pines y carnets del PT. Asumí que venían de un acto de campaña. En la ornamentación del bar hay fotografías del Lula de los 80, de los tiempos iniciales del activista metalúrgico que desde las fábricas paulistas empezó su andadura hacia el mundo. También iconos del Lula mítico, en silueta y sin rostro. Y las consabidas consignas. Lo último que cantaron los sambistas mencionaba a Minas Gerais, y recordé que justamente este es el estado de Brasil que suele anticipar al ganador de la elección. Al día de hoy Lula, que lo ha ganado, se agenció ya de los apoyos del tercero y cuarto lugar en la carrera por el Planalto: la centroderechista Simone Tebet del MBD y el izquierdista Ciro Gomes del PDT. Ambos representan cerca del 7 % del voto y de sumar sus resultados, le darían un victoria holgada al Lulismo. Cantando las últimas frases del coro con el público en pie y los sambistas integrados a nosotros, pensé en la importancia de esta elección para el mundo en estos tiempos posneoliberales de conflicto interimperialista por la hegemonía global. La pax americana no funciona más y al rey le han crecido los enanos. Pésimo momento, ¿no lo son todos?, para el conflicto mundial en ciernes, en medio de la amenaza climática y de la proximidad de una guerra nuclear. Pero pensé, sobre todo en lo que puede representar el Brasil de los BRICS para el concierto global: la posibilidad de una política exterior soberana y distinta a lo hasta ahora visto, y la esperanzadora implantación de una tercera vía, verdadera alternativa no alineada, que posibilite la multipolaridad y el fin de la dialéctica de los estados. Quizás el único país que puede proponer una solución diferente a la muy patriarcal confrontación entre señores de la guerra sea Brasil, que por dimensiones geográficas y económicas, tiene el peso, y que sumando los consensos del sur global, puede tener la fuerza. Lula, articulando el viejo sueño del Sur, pudiera hacerlo. ¿Lo elegirá Brasil? La pregunta por la bandera sigue abierta: porque como nos interpela 5664, Brasil es más allá del fútbol y el Carnaval. También es Glauber Rocha, Heitor Villa-Lobos, Augusto Boal, Paulo Freire, Caetano Veloso, Chico Buarque, Roberto Schwarz, Machado de Assis. Y es Rosa Passos, Lélia Wanick, Marlí Mazeredo, Lina Bo Bardi y Djamila Ribeiro. Y es Beth Moysés, Y es Marielle Franco. Y es Lula.

Y la pregunta por Brasil se responderá hoy mediante el voto. 

Entre gritos de «Fora Bolsonaro!» pensé que ante el odio, las pasiones tristes y las mentiras bolsonaristas, Lula —hace tiempo más grande que el PT— apeló al «amor; a esperança; felicidade sem medo; o Brasil criança», significantes tradicionalmente asociados a lo femenino y normalmente excluidos de lo político y, previsiblemente, la ventaja de Lula es abrumadora en las mujeres, incluso de derechas.  

En un instante, recordé que antes de ser encarcelado, Lula dijo: 

«Yo soñé que era posible gobernar incluyendo a millones de pobres, que un metalúrgico sin título llevara a los negros a la universidad», «…ya no soy un ser humano, soy una idea».  

Debía irme. Al día siguiente me esperaban 15 horas de regreso a San Francisco y la noche cerraba ya sobre el Bip Bip. Ante la insistencia de la gente, y después de varios encores, el grupo sambista decidió concluir definitivamente. «Don’t let me down» de los Beatles —una reflexión subjetiva ante la esperanza puesta en Lula, supongo— nos tomó por sorpresa y nos elevó. Para enfriar los ánimos eligieron ralentizar con «Woman» de John Lennon. La velada terminó definitivamente con más gritos de campaña «Fora Bolsonaro!» Igual de firmes, pero menos intensos y con algo más: la gente alzó el puño al aire, abriendo el pulgar y el índice. Y de pronto me sentí cómodo haciendo, como el resto, la «L» de Lula con los dedos. Entendí que los lulistas, astutamente, habían resignificado la pistola de Bolsonaro virando la dirección de la mano. Emocionado, pensé y sentí. Pensé en Marielle Franco, en las 5664 balas de Beth Moysés, en mi encuentro con la sangre desconocida en Buenos Aires. Supe la belleza del momento y sentí. Sentí al Eterno Femenino y supe. Supe su dolor infinito reverberándome como la ascensión de una serpiente por la espalda. Y pensé en ellas. En todas ellas, las que desde siempre nos hicieron. Pensé en sus historias silenciosas y silenciadas. Ellas, las silenciadas por la Historia. Las silenciadas de la Historia. Y sentí su dolor. Supe cuánto les debemos. Supe cuánto nos debemos. 

Entre el ruido de copas y el apagón de velas, recordé que los sambistas olvidaron la epígrafe que Lennon recita al inicio de su canción: Entonces la recobré en la memoria y la dije como un mantra, rezándola para mis adentros: «For the other half of the sky».

California, 30 de octubre de 2022.


1. Terra em Transe: Título de la mítica película del director brasileño Glauber Rocha, 1967.

 2.Lo hizo de un plumazo el Ministro en un vídeo oficial, citando a Goebbels: «El arte brasileño será heroico y nacional. O no será».

3. ‘A Emergência da Vida para Superar o Anestesiamento Social frente à Retirada de Direitos: O Momento Pós-Golpe pelo Olhar de uma Feminista, Negra e Favelada’, in Tem Saída? Ensaios críticos sobre o Brasil, editado por Winnie Bueno, Joanna Burigo, Rosana Pinheiro-Machado e Esther Solano.

4.Bajo los mismos estándares del sistema monetario internacional, y salvaguardando el boom de las commodities alimentado por el hambre urbanística china, sus dos gobiernos —hasta el primer gobierno de Rouseff— fueron el período de mayor expansión económica en la historia del país y  unos 20 millones pudieron salir de la pobreza.

5.En el sentido del Manifiesto Antropófago de Oswald de Andrade (1890–1954): El vanguardista que instaba a buscar lo Brasileiro en la «canibalización» de otras culturas, incluida la de sus colonizadores.

6.Aunque en Brasil  la reacción de ultraderecha haya hecho explotar sus contracantos y sus contraritmos, el proceso de democratización, abortado por el golpe militar del 64, no se repitió —aunque rima— en el golpe institucional al gobierno de Rousseff en el 2016.

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