8 de marzo: Ni flores, ni felicitaciones, solo lucha

Por Daniela Sánchez Lemus

El 8 de marzo no es un día de felicitaciones, flores o descuentos en maquillaje. Es un recordatorio de que ser mujer en Guatemala sigue siendo un reto de supervivencia.

Hace ocho años, 41 niñas murieron quemadas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción y 15 sufrieron quemaduras graves. Fueron encerradas bajo llave por orden del entonces presidente Jimmy Morales y abandonadas a su suerte por las autoridades que, en lugar de protegerlas, las condenaron. Nadie escuchó sus gritos, nadie abrió la puerta. Ocho años después, la justicia sigue siendo una promesa vacía.

Este crimen es solo un reflejo de lo que significa ser mujer en un país donde nuestras vidas valen menos. Donde ser víctima de feminicidio significa ser revictimizada, donde la violencia se justifica y se minimiza, donde la brecha de género sigue siendo un abismo.

El mismo sistema que permitió la muerte de esas niñas también nos dice que la vida de Floridalma Roque, una mujer hondureña que confió en un cirujano y terminó descuartizada, vale apenas unos cuantos quetzales al día. El hombre que profanó su cuerpo, Kevin Malouf, recibió una sentencia ridícula: 5 años de prisión conmutables a 5 quetzales diarios. Violentar a una mujer en este país es más barato que una taza de café.

No es coincidencia. Es parte de un sistema que, desde hace siglos, nos ha considerado prescindibles. Hace 117 años, en 1908, 129 mujeres murieron calcinadas en una fábrica textil en Nueva York mientras protestaban por mejores condiciones laborales. Las encerraron y las dejaron morir. ¿Les suena familiar?

No es solo historia. Es presente. Es la realidad que vivimos todos los días. Es el miedo de volver solas a casa, de que un «no» nos cueste la vida, de que nos juzguen más por cómo vestimos que por lo que hacemos. Es la indiferencia de un Estado que nos ignora y una sociedad que nos calla.

Pero no nos vamos a callar. No podemos permitir que nos sigan matando, que nos sigan tratando como ciudadanas de segunda. Hoy desde nuestros espacios seguimos alzando la voz por las que ya no están, por las que siguen luchando y por las que vendrán después. Porque ser mujer no debería ser una sentencia de muerte, y porque la justicia no debería ser un privilegio, sino un derecho.

El 8 de marzo no es una celebración. Es una lucha. Y no vamos a parar.

No vamos a parar desde los espacios que hemos logrado con tanto esfuerzo, no vamos a callar, ni a bajar la cabeza, no vamos a voltear la mirada hacia otro lado. Mientras tengamos voz, seremos escuchadas. Mientras sigamos en pie, seguiremos luchando. Y mientras el sistema siga fallándonos, nosotras seguiremos organizándonos para cambiarlo.

Por Factor4