Que al volver a la normalidad no regresemos a lo mismo

Por Teresa Son

Totonicapan

En este tiempo de pandemia a nivel mundial que repercute notoriamente en Guatemala donde pesan las dificultades y las constantes demandas a nivel social, sin duda ha sido un tiempo para darnos cuenta de la realidad. Fruto de un estilo de vida que el sistema capitalista ha ofrecido y que hemos abrazado con tanta rectitud.

Como país se ha sustentado un régimen educativo que ha enseñado a repetir lo que se ordena, a entrar en la lógica del consumo y usarlo sin control, a correr en medio de la velocidad que el tiempo de la industria, el comercio y la tecnología nos exige, a desvivirnos por alcanzar lo que la publicidad invita. Sin darnos cuenta hemos preferido responder a las expectativas inhumanas de tal sistema y hemos abandonado el ser nosotros mismos, sin estigmatizar los avances tecnocientíficos que han hecho tanto bien a la humanidad,  más bien evidenciamos las razones del sistema actual. 

Es cierto que la emergencia sanitaria es la que más importa en este momento y que la sana distancia es la que ayudará a superar este contexto, pero no por ello hemos de quedarnos estancados. Es así, desde la realidad de la gente de a pie; en las redes sociales, en los movimientos, en la comunidad y en familia dialogamos sobre la urgencia de apostar por una filosofía de vida más cercana a la dignidad, a la justicia, a los derechos mínimos humanos. 

Es en un número significativo de  la población que recae el desempleo, la desnutrición, la falta de educación, la precariedad de la salud, donde se experimentan las desigualdades, se agudiza el racismo, la indiferencia, los complejos de superioridad y el interés nefasto por perseguir un bien económico individual; realidades que siempre han estado, pero que, por diluirnos en el bullicio del día a día lo ignoramos y que en este tiempo rebotan con más fuerza, como una válvula de escape que busca salir para demostrar que existe y que es necesario prestarle atención.

Esta experiencia amenazadora del Covid-19, nos desgarra porque deja entrever la deuda humana que tenemos con nosotros mismos y con nuestra especie; creemos que este es el momento crucial de replantear las practicas cotidianas, nuestras creencias y la forma de asimilar el trabajo de las instituciones que se dicen estar en función del bien común.

Remarcando esta urgencia de sanar nuestra historia y de promover un cambio significativo, a la luz de muchos momentos de la historia que en las experiencias de límite han puesto en marcha diferentes modelos de vida. Retoña aquel sueño que los pueblos originarios y diversos movimientos sociales promueven, aquel que nos lanza creativamente a reformular nuestro estilo de vida y atrevernos a reconstruir desde lo pequeño una sociedad más justa. 

Esta coyuntura no es más que una oportunidad para cuestionar este sistema de muerte que impera y que desde este confinamiento, en medio de las vicisitudes tan encarnadas en los diversos rostros de la Guatemala profunda, podamos obtener como resultado una sociedad más despierta, consciente, crítica, emprendedora, que busque en comunidad tejer nuevos lazos que integre las diversas sociedades, porque no somos una, sino diversa y plural.

Que el trabajo de los pueblos originarios, de los movimientos, de los artistas, de las voces jóvenes, de las mujeres, de los niños, pueda trastocar nuestras vidas y nos ponga en marcha. Y que, la vuelta a la normalidad tan deseada por la industria, no nos vuelva a cegar. Que podamos ir con los ojos, la mente y corazón bien abiertos y podamos subsanar esta Guatemala rota por la indiferencia, las injusticias y las desigualdades.

Por esta razón, al salir del confinamiento podamos gestar una Guatemala distinta y sabiéndonos comprometidos con las generaciones futuras, para heredarles una sociedad más humana, superando las limitantes que el sistema neoliberal nos ofrece y aportar para que la vida de los diferentes grupos de nuestra sociedad no sea una utopía sino una realidad. 

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