El político prepotente.

Por Haroldo Sánchez

Se llama prepotente a una persona que se siente poderosa o influyente. Generalmente, impone su poder o autoridad para obtener un provecho o beneficio, siendo una característica propia de muchos tiranos y déspotas de regímenes absolutistas.

Rasgos de la persona prepotente: Se trata de la característica de una persona que es prepotente, es decir, que impone su poder o su autoridad sobre otras personas para sacar un provecho o para ostentarlo. … Quien es prepotente tiene una excesiva valoración de sí mismo(a); en otras palabras, se siente superior a los demás.

La prepotencia tiene muchas caras. Se esconde de múltiples formas. Lo importante para el prepotente, es imponer su voluntad y dejar atrás cualquier tipo de sentimiento en torno a lo que su actuar provoca en los demás. No importa si es a través de gritos, amenazas, insultos, advertencias, descalificaciones o de burlas, pues solo quiere imponerse, sin pensar en las consecuencias, o en lo que afecta a los demás. Lo que vale para el prepotente, es dejar en claro quién es el que manda. Muchas veces la sola muestra de un duro gesto, una mirada fría y calculadora, un rictus en los labios desdeñosos, desmorona a cualquiera. Y cuando el prepotente se enfrenta a otro que tiene carácter y no se deja intimidar, entonces monta en cólera y puede llegar a la agresión física. No tolera el discenso. Ni la rebeldía.

Con el tiempo, o sea con el paso de los años, la prepotencia en un individuo, se vuelve mucho más obsesiva y convierte a la persona en un ser irascible a quien no se le puede llevar la contraria, porque puede llegar al ataque físico, o si no, verbal y sicológico. Hay muchos ejemplos en empresas privadas, pero sobre todo, en el gobierno, en el Congreso, en las altas cortes, en los juzgados, en las alcaldías que demuestra que lo que afirmo es algo tan real, como aquello de que, cuando aquí es de noche, en Corea es de día.

Guatemala es un país lleno de contrastes. Si se realiza un viaje de la costa Atlántica a la costa del Pacífico, se pasa por todos los climas: del calor al frío, a la humedad y luego al calor de oriente, de lo verde a lo seco. Del mar a la selva. Con pueblos cercanos, pero distintos. Incluso, algunos están tan cerca y a la vez lejos, por costumbres, tradiciones e idioma. Es complicado este país. Imagínese lo que pueden ser las personas que lo habitan. Bien se puede encontrar desde el más pacífico, al más conflictivo o violento. Pasando por “buena y “mala” gente. Estables emocionalmente o bien inestables mentalmente.

Aquí se aclama y se aplaude la corrupción, al menos un pequeño grupo lo hace, porque a la gran mayoría, sobre todo a quienes afectan estos actos de robar los dineros del pueblo y les perjudica, rechazan las acciones de los corruptos que se apropian del dinero que no les pertenece. Algunos funcionarios lo escudan de que “como tienen un gran corazón”, están dispuestos a crear puestos de trabajo para quienes durante la campaña los apoyaron con fondos económicos o bien, llevando las banderas del partido a los mitines electorales. Así también, a sus familiares y amigos. Todo, con el genuino gesto del político prepotente que ganó una elección.

Para una persona prepotente, es imposible ver otra realidad que no sea la que, por su carácter, se ha forjado a su alrededor. Se cree intocable. No ve más allá que su propia y personal razón. El universo gira su alrededor y si alguien se acerca, deberá aceptar lo que este personaje diga, sea verdad, mentira, un invento, una falsa realidad. No importa. Hay que acuerpar, jamás contradecir, bajar la cabeza, decir que sí a todo, se debe reír de los mismos chistes aunque no tengan gracia, y aplaudir cualquier idea que exponga por más sin sentido que sea, no vaya a ser que como se recibe una paga, también se le puede pegar. Por eso, este tipo de personas se creen amadas, cuando en realidad se les detesta y se les critica a sus espaldas.

En países como Guatemala, el prepotente escala muy alto. Es como el político que logra aglutinar a su alrededor a un coro de servidumbres, que se sienten “bendecidos” con el solo hecho de que se les permite estar en su cercanía. Aunque las opiniones de estos acólitos, subordinados, sean escuchadas y aceptadas, al final la persona prepotente hace propia la gran idea y anuncia su autoría frente a los demás. Si hay luces deben estar enfocadas en él, si hay sombras, entonces esas que caigan sobre los demás, esos que proclaman con actitudes que el mundo se mueve solo por el ímpetu de quien se comió el mundo desde la cuna, donde le enseñaron que en la vida hay dos clases de personas: los que nacieron entre la opulencia y los hicieron creer que son superiores y los otros, los que están en el mundo para servirles.

La situación se torna aún más lamentable, cuando nos damos cuenta que por tradición y costumbres, nacimos en un país donde los complejos de inferioridad están tan arraigados en mucha gente, que cuando aparece uno de esos políticos prepotentes, se inclinan y casi le besan la mano, y se ponen de alfombra; e incluso, hay más de uno que siente la tentación de hincar rodilla al suelo, para hacerle una reverencia al que se cree intocable. Es que así son por naturaleza, dicen los que analizan el comportamiento humano.

Recuerdo a un amigo de mi abuelo. Llegaba a la casa porque eran muy cercanos. Siempre me llamó la atención, porque se creía el rey del mambo. Decía que su linaje venía de más allá del mar. Afirmaba que sus raíces estaban en Toledo, Sevilla, España. Que sus descendientes habían forjado este país y que por eso todos estábamos obligados a servirle. Eso se creía Don Porfirio Garzona. Mi abuelo Chus, le hacía bromas porque no le aceptaba sus historias de gran señor. Se llevaban muy bien, el abuelo tenía un carácter forjado en el trabajo honrado como panificador.

Cuando murió, el único que llegó a su velorio y luego al cementerio, fue mi abuelo. Ni siquiera la familia del señor se presentó. Dijo el abuelo que Don Porfirio fue un hombre prepotente que no tenía amigos, nadie lo aguantaba. Por cualquier cosa gritaba, vivía como enojado, nada le gustaba y trataba muy mal a quien se le acercaba. Su esposa lo dejó, sus dos hijas se fueron al nomás crecer y ni siquiera pudo conocer a sus nietos. El abuelo lo quería al ver en él tan solo un alma atormentada, que trasformaba en cólera su propia frustración de vida. Alejó a todos con su prepotencia y mal carácter. Señalaba mi abuelo que los prepotentes abundan por estas tierras, que me cuidara de ser un prepotente, porque iba a sufrir sin aportar nada ni a la familia propia, ni al país.

–No te estoy diciendo que seas como yo, –afirmó el abuelo–, sino que sé tú mismo. No humilles a nadie, menos a quienes están en condiciones distintas a la tuya, tampoco dejes que nadie te humille, por más alto que la vida lo haya encumbrado. Eres valioso en tu condición humana.-

Lo escuché con atención y recuerdo que me dio uno de los abrazos más amorosos de mi vida.

En las empresas privadas, los prepotentes no duran mucho, salvo que sean los dueños o sus hijos. En el sector público, sí que abundan y duran más tiempo. Los jefes se creen dueños de la vida de los demás. No aceptan sugerencias y están al acecho de aprovechar el trabajo de sus subalternos, para luego decir que han sido ellos los que han creado los proyectos más exitosos. Si son hombres, son lo peor, porque incluso se creen con derecho sobre las personas que trabajan con ellos. Son acosadores, se convierten en abusadores, y son muchas las profesionales mujeres, que deciden buscar otro empleo, antes de caer en las manos del prepotente jefe.

Si son mujeres, no hay mucha diferencia en cuanto a la relación con los demás. Son igual de terribles que los hombres. Es que la prepotencia no es cuestión de género, tan solo de oportunidades. Así es como hemos visto muchísimas funcionarias tan prepotentes que hasta sus propios compañeros deciden crear en torno a ella un círculo de alejamiento, porque nadie quiere estar cerca de personas así. No debe creerse que solo los hombres son prepotentes. No. Es un rasgo que afecta a cualquier persona. Lo que es importante es que la población se dé cuenta cuando tiene enfrente a alguien prepotente.

Que nadie se llame a engaño. Tener carácter no significa ser prepotente y abusivo. El carácter es un distintivo que nos puede hacer diferentes en las relaciones sociales. Ser prepotente solo nos acerca al abuso y la manipulación que habitan agazapados en el interior de cada persona.  Nunca hay que olvidar que el político prepotente, no solo causa daño a quienes están a su alrededor, sino, lo peor, a todo un país.

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